Conduzco atenta a todos los letreros, después de quince minutos y preguntar como a dos personas, llegó a la casa. Veo que es hermosa, está llena de maleza pero es algo se puede arreglar, bajó del auto y recojo mi maleta.
Saco las llaves, tiene un cerramiento de rejas negras con un diseño de flores, la casa es de color crema, es de dos pisos. Esta es mi casa.
Saco las llaves de mi mochila, y trato de atinarle a una.
—Hola— escucho una voz masculina, giro mi cabeza. Veo que es un joven, más alto que yo, de cabello rubio oscuro, ojos azules y de tez blanca. Y como dirían las chicas, un cuerpo espectacular.
—Hola— digo y sigo con mis llaves.
— ¿Tu eres la dueña de la casa?— lo miro de nuevo y ahora está más cerca que antes.
Levantó la ceja y lo miro de pies a cabeza.
—Si yo soy, ¿Algún problema?— preguntó poniéndome enfrente de él.
En este lugar nadie me conoce, nadie me puede hacer daño sin mi consentimiento. Y eso me hace sentir más tranquila y me da valor.
—Como tiene mucho tiempo abandonada, pensaba que nunca vendría los dueños— recorre la casa con su mirada— Soy Anthony— me mira, me estrecha la mano y se la doy.
— Y ¿tú vives aquí al lado?— pregunto mirando la casa de alado, que es de dos pisos y de color verde limón.
—No vivo en la siguiente cuadra— dice se recuesta en las rejas y me mira fijamente. Me despejó de su mirada e intentó abrir la reja, le atino y entró a la casa sin despedirme.
— ¡Adiós!— me grita pero yo camino como si no hubiera escuchado nada. Llegó a la puerta de madera esquivando maleza tengo que sacarla ya. Abro la puerta a la primera y me a recuesto a la pared y suelto el aire que no sabía que lo tenía sujeto.
Busco un interruptor y lo enciendo, la casa huele a humedad. Ha de ser por mucho tiempo sin habitar, pero al parecer todo está bien.
Los muebles están cubiertos por sábanas blancas, que parecen grises de tanto polvo. Recorro toda la casa y tiene un comedor, sala, cocina, una lavandería, en la planta baja.
En la planta alta tiene dos cuartos con sus respectivos baños y un baño de visita. Está más que perfecta para mí. Gracias papás.
Bajo las escaleras y me percato que hay una puerta pequeña bajo ellas, camino y abro la puerta. Hay muchos cartones, los hago a un lado y me pego en la cabeza con algo, veo y es un foco. Halo la cadena y se enciende.
Bajo la cabeza y me topo con un espejo donde y me reflejo. Me toco mi mejilla, antes tenía las mejillas rosadas. Mi cabello rubio casi ha perdido su vitalidad y mis ojos verdes ya no tienen ese brillo que a mi padre le encantaba mucho.
Veo que una lágrima me rueda por mi rostro, me la limpio. Tengo que ser fuerte y salir de aquí, nadie me va a pisotear más y no me voy a deprimir por cosas del pasado.
Salgo del cuarto y cierro la puerta. Me seco bien la cara y manos a la obra.
Primero dejo mi maleta en mi cuarto, uno que parece el principal es el más grande, tiene una excelente vista. Saco el recuadro de mis padres y lo miro, suspiro y sonrió sé que estarían orgullosos de ver que su hija ya es una persona madura.
Saco sesenta dólares del sobre, tengo que comprar algunas cosas para la limpieza de la casa. Subo a mi auto (claro cerrando todas las puertas).
Salgo del Marquet, he compre todo, hasta comida claro tengo hambre. Subo al auto y cuando lo voy a encender el teléfono suena, veo en la pantalla y es la enfermera. Suspiro y recojo la llamada.
—Diga— es lo único que me sale.
—Al fin me contestas, Layla— escucho a la enfermera, pero escucho más voces y probablemente ha de ser de mi tía— estoy que te llamo y no me contesta— claro, deje mi móvil en el auto.— ¿Dónde estás?— me pregunta con la voz de preocupación.
—Lejos— le digo y no le voy a decir nada más.
— ¿Dónde lejos, Layla? ¡Responde!— cierro los ojos y sé que si le digo la verdad me vendrán a buscar y este sueño acabaría, pero no tiene que acabar así.
—Ya le dije enfermera Ross, estoy lejos y dígale a mi tía que estoy más que bien y, que el auto me pertenece— cuelgo y tiró el teléfono al asiento trasero.
Apoyo mi cabeza al volante y lloro. No puedo permitir que dañen mi felicidad, seré una nueva Layla West.
Salgo del parqueadero después de llorar alrededor de quince minutos ya son casi el mediodía y tengo hambre. Miro los locales que están en el centro de Miami, tengo que buscar un trabajo porque muy pronto la plata se me acabara.
Y como si Dios hubiera escuchado mis plegarias veo un local de ropa por nombre "FREEMAN". Que en el vidrio tiene pegado un cartel "se necesita personal". Parqueo el auto y bajó enseguida y me acerco al local de ropa.
Miro el letrero y entró.
—Buenas tardes en que te puedo ayudar— se me acerca una chica más o menos de mi edad. Tiene el cabello café claro, ojos miel y la piel un poco bronceada del sol de Miami.
Me llevo la mano al corazón de donde salió esta chica, respiro. La miró y sonrió.