10. SE FUERON A VIVIR A NUEVA YORK Y ME TUVIERON A MÍ
Mientras mi madre estaba embarazada de mí, leyó tropecientos libros sobre diversos temas.
América no le agradaba ni le desagradaba. Dos años y otros tropecientos libros después, tuvo a
Bird. Entonces nos mudamos a Brooklyn.
11. YO TENÍA SEIS AÑOS CUANDO A MI PADRE LE DIAGNOSTICARON CÁNCER DE
PÁNCREAS
Un día de aquel año, mi madre y yo íbamos en el coche. Ella me pidió que le diera el bolso.
—No lo tengo —le dije.
—Debe de estar detrás —dijo ella entonces. Pero no estaba detrás. Ella detuvo el coche y
buscó por todas partes, pero el bolso no apareció. Con la cabeza entre las manos, trataba de
recordar dónde había dejado el bolso. Siempre estaba perdiendo cosas—. Cualquier día perderé la
cabeza —dijo.
Yo traté de imaginar lo que ocurriría si perdía la cabeza. Pero al fin fue mi padre el que lo
perdió todo: muchos kilos, el pelo y varios órganos internos.
12. A ÉL LE GUSTABA COCINAR Y REÍR Y CANTAR, PODÍA ENCENDER FUEGO CON
LAS MANOS, ARREGLAR LO QUE ESTABA ROTO Y EXPLICAR CÓMO LANZAR
COSAS AL ESPACIO, PERO SE MURIÓ ANTES DE NUEVE MESES
13. MI PADRE NO ERA UN FAMOSO ESCRITOR RUSO
Al principio, mi madre no tocó nada, todo estaba tal como lo había dejado él. Dice Misha
Shklovsky que eso es lo que se hace en Rusia con las casas de los escritores famosos. Pero mi
padre no era un escritor famoso. Ni siquiera era ruso. Un día, al volver de la escuela, me encontré
con que todas las señales visibles de mi padre habían desaparecido. Sus trajes no estaban en los
roperos ni sus zapatos junto a la puerta, y en la calle, al lado de un montón de bolsas de basura, vi
su sillón. Subí a mi cuarto y lo miré por la ventana. El viento empujaba las hojas por la acera. Un
viejo que pasaba se sentó en él. Yo salí y recuperé un jersey del cubo de la basura.
14. EN EL FIN DEL MUNDO
Cuando murió mi padre, el tío Julian, hermano de mi madre, que es historiador del arte y vive
en Londres, me envió un cuchillo del ejército suizo que dijo era de mi padre. Tenía tres hojas de
distinta forma, sacacorchos, tijeritas, pinzas y mondadientes. El tío Julian decía en la carta que
papá se lo había prestado una vez que él iba a hacer camping en los Pirineos, que se había
olvidado de él hasta ahora y que pensaba que me gustaría tenerlo. «Debes tener mucho cuidado
—escribía— porque corta mucho. Está pensado para ayudar a la gente a sobrevivir en plena
naturaleza. Yo no llegué a utilizarlo, porque la primera noche llovió, tu tía Frances y yo
quedamos empapados y nos fuimos a un hotel. Tu padre se desenvolvía en la naturaleza mucho
mejor que yo. Una vez, en el Negev, lo vi recoger agua con un embudo y un hule. También
conocía el nombre de todas las plantas y sabía si eran comestibles. Ya sé que no es un consuelo,
pero si vienes a Londres te diré los nombres de todos los restaurantes indios del noroeste de la
ciudad y si sus platos al curry son comestibles. Un beso de tu tío, Julian. P.D.: no comentes a tu
madre que te he dado el cuchillo porque seguramente se enfadaría y diría que aún eres muy
pequeña.» Yo miré cada pieza, fui sacándolas con la uña del pulgar y probando el filo en la yema
del dedo.
Decidí aprender a sobrevivir en la naturaleza, como mi padre. Sería muy útil, por si algo le
ocurría a mamá, y Bird y yo teníamos que arreglárnoslas solos. A ella no le hablé del cuchillo
porque el tío Julián quería que fuera un secreto y, además, ¿cómo iba mi madre a dejarme ir sola
de camping si apenas me dejaba ir hasta la esquina?