La historia de amor

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¡Ostras!, me dije. Casi no podía creer tanta suerte, y pensé en escribir yo misma a Jacob  
Marcus con el pretexto de explicarle que fue Saint-Exupéry quien, en 1929, estableció el último  
tramo de la ruta postal a América del Sur, hasta la misma punta del continente. Parecía que a  
Jacob Marcus le interesaba el servicio postal y, en cualquier caso, mi madre dijo un día que en  
parte fue gracias al valor de Saint-Ex que Zvi Litvinoff, el autor de La Historia del Amor, pudo  
recibir las últimas cartas de su familia y amigos de Polonia. Al final de la carta mencionaría que  
mi madre era una joven viuda. Pero luego decidí no poner nada, no fuera mi madre a descubrirlo  
y echara a perder lo que empezaba de un modo tan prometedor y sin ayuda de nadie. Cien mil  
dólares eran un montón de dinero. Pero yo sabía que mi madre habría aceptado aunque Jacob  
Marcus no le hubiera ofrecido casi nada. 
29. MI MADRE SOLÍA LEERME PASAJES DE LA HISTORIA DEL AMOR 
—Es posible que la primera mujer fuera Eva, pero la primera muchacha siempre será Alma — 
leía ella, sentada al lado de mi cama, con aquel libro escrito en español en el regazo. Yo tenía  
cuatro o cinco años, era antes de que papá enfermara y el libro volviera al estante—. Quizá la  
primera vez que la viste tenías diez años. Ella estaba de pie al sol, rascándose una pierna. O  
escribiendo en la tierra con un palo. Alguien le tiraba del pelo. O ella tiraba del pelo a alguien. Y  
una parte de ti se sintió atraída y otra parte se resistía, porque quería irse en la bicicleta, dar una  
patada a una piedra o evitarse complicaciones. En el mismo momento, percibiste en ti la fuerza de  
un hombre y también una autocompasión que hizo que te sintieras pequeño y dolorido. Una parte  
de ti pensaba: No me mires, por favor. Si no me miras, aún podré dar media vuelta. Y una parte  
de ti pensaba: Mírame. 
»Si recuerdas la primera vez que viste a Alma recordarás también la última. Ella negaba con la  
cabeza. O se alejaba por un campo. O desde tu ventana. "¡Vuelve, Alma!", gritabas. "¡Vuelve!  
¡Vuelve!?" 
»Pero ella no volvió. 
»Y aunque entonces ya eras mayor, te sentías como un niño perdido. Y aunque tu orgullo  
estaba herido, te sentías tan grande como tu amor por ella. Se había ido, y lo único que quedaba  
era el espacio en que, habías crecido en torno a ella, rodeándola, como crece un árbol rodeando  
una cerca. 
»Aquel espacio estuvo vacío mucho tiempo. Quizá años. Y cuando al fin volvió a llenarse, tú  
sabías que el nuevo amor que sentías por una mujer hubiera sido imposible sin Alma. De no ser  
por ella, nunca hubieras tenido ese espacio vacío ni sentido la necesidad de llenarlo. 
»Claro que también hay casos en los que el chico se niega a dejar de gritar el nombre de Alma  
con todas sus fuerzas. Se declara en huelga de hambre. Suplica. Llena un libro con su amor.  
Porfía hasta que ella no tiene más remedio que volver. Cada vez que trata de irse, porque sabe que  
es lo que tiene que hacer, él se lo impide, suplicándole como un idiota. Así pues, ella siempre  
vuelve, por muchas veces que se vaya y por lejos que llegue, y aparece a su espalda, sin hacer  
ruido, y le tapa los ojos con las manos, malogrando lo que él pudiera haber conocido después de  
ella. 
30. EL SERVICIO POSTAL ITALIANO ES LENTO; SE PIERDEN COSAS Y SE  
DESTROZAN VIDAS PARA SIEMPRE 
La respuesta de mi madre debió de tardar semanas en llegar a Venecia, y para entonces Jacob  
Marcus ya se habría marchado dejando instrucciones de que le enviaran el correo. Al principio, lo  
imaginaba muy alto y delgado, con una tos crónica, pronunciando las pocas palabras de italiano  
que sabía con un acento infame, uno de esos personajes tristes que se sienten extraños en todas  
partes. Bird lo imaginaba como un John Travolta en un Lamborghini, con una maleta llena de  
billetes de banco. Si mi madre lo imaginaba de alguna forma, no lo decía. 
Pero la segunda carta llegó a últimos de marzo, seis semanas después de la primera,  
franqueada en Nueva York y manuscrita al dorso de una postal de un zepelín en blanco y negro.  
La idea que me había hecho de él cambió. En lugar de la tos, le atribuí un bastón que usaba desde  
que tuvo un accidente de automóvil, a los veinte años, y decidí que su tristeza se debía a que sus



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En el texto hay: istorias

Editado: 05.07.2020

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