—Aunque también puedes decir, simplemente, que eres medio inglesa y medio israelí, ya
que...
—¡Yo soy norteamericana! —grité.
Mi madre parpadeó.
—Como quieras —dijo, y puso agua a calentar.
Desde el rincón de la cocina en que estaba mirando las fotos de una revista, Bird murmuró:
—Nada de eso. Tú eres judía.
5. UN DÍA USÉ EL BOLÍGRAFO PARA ESCRIBIR A MI PADRE
Estábamos en Jerusalén, adonde habíamos ido para mi bat mitzvah. Mi madre quería
celebrarlo en el Muro de las Lamentaciones, para que Bubbe y Zeyde, los padres de mi padre,
pudieran asistir. Cuando Zeyde llegó a Palestina en 1938 dijo que nunca saldría de allí, y no salió.
Quien quisiera verlo tenía que ir a su apartamento de la torre Kiryat Wolfson, con vistas al
Knesset. Estaba lleno de muebles viejos y oscuros y fotos viejas y oscuras que habían llevado de
Europa. Por la tarde, bajaban las persianas metálicas para proteger de aquella luz cegadora todo lo
que poseían, que no estaba hecho para resistir semejante clima.
Mi madre estuvo varias semanas buscando billetes baratos y al fin encontró tres a setecientos
dólares en El AL Para nosotros aún era mucho dinero, pero ella dijo que el fin lo valía. La víspera
de mi bat mitzvah mamá nos llevó al mar Muerto. Bubbe también iba. Llevaba un sombrero de
paja sujeto por una tira debajo de la barbilla. Cuando apareció en la puerta de la caseta, estaba
impresionante con su bañador y la piel llena de frunces, hoyos y venitas azules. No le quitábamos
la vista de encima, observando cómo se ponía roja en las fuentes de aguas sulfurosas y cómo se le
formaban gotitas de sudor bajo la nariz. Salió de las termas chorreando y la seguimos hasta la
orilla del mar. Bird estaba de pie en el barro, con las piernas cruzadas.
—Si tienes ganas, hazlo en el agua —dijo Bubbe en voz alta.