La historia de Ema

Días de una era pasada

“Quienes dan su vida por otros son el mayor tesoro de la humanidad”


Entre las grandes praderas, una gran ciudad de forma circular se impone ante la frondosa naturaleza, las poderosas campanas resonaban en los 4 vientos, cada ser desde la lejanía podía escuchar su estruendosa melodía proveniente de una de las mayores maravillas que las manos de los hombres podrían haber construido. Una formidable y brillante catedral se alzaba en medio de la gigante ciudad, las grandes puertas de madera talladas a mano y delicados adornos de minerales, son la entrada a la casa del verano. De fondo se mezclaba el sonido de las campanas y el murmullo de las criaturas que ansiosas se encontraban en aquel lugar, las pisadas de una larga fila de caballos era como truenos desgarrando el cielo, en ellos cabalgaban seres con vestimenta de gala, de materiales muy finos y portaban en sus brazos bultos mientras que los primeros rayos del sol impactan en sus cuerpos.
Las majestuosas puertas se abrieron y salieron el Cardenal, algunos obispos y varios diáconos, el obispo mira el gran tumulto de seres diciendo las palabras de bienvenida y presenta al Cardenal que estaba bendiciendo ese día tan especial, todos los fieles debían alzar sus cabezas para ver a un señor mayor, de barbas largas, anteojos de media luna y un tapado con 4 vórtices representado a sus deidades, el altar hecho de un mineral capaz de reflejar el color del alma, daba una sensación de magnificencia y poder.
Estamos aquí reunidos para celebrar una vez más el milagro de la vida en la casa del señor del verano - dijo el obispo más viejo en el imponente altar - Debemos estar agradecidos por todo lo que nos proveen nuestros dioses, que tan solo piden un poco de nuestro tiempo y que seamos siervos fieles a su divinidad, estamos aquí por su amor, sobrevivimos por que ellos nos aman tanto que nos dotaron de bendiciones para poder sobrepasar los obstáculos que cada día la oscuridad nos impone, alabados sean nuestros amados dioses.
Todos los presentes elevan una palabra - alabados sean - los señores desmontan con sumo cuidado de sus poderosos caballos, sus ropajes negros y sus capuchas no dejaban distinguir sus rostros, armados con armas ceremoniales protegían con su cuerpo el pequeño bulto en sus brazos, el primero de ellos en llegar al altar, se quitó su capucha un hombre blanco con cicatrices en su cara, pelo negro, entregó aquello que tanto protegió al viejo obispo que con sumo cuidado quitaba el manto que lo recubría, un pequeño y delicado bebé se asomaba frente al altar y un color azul iluminaba toda la catedral, el obispo con una sonrisa grito - invierno - de pronto tentáculos de metal salieron del altar y marcaron al niño con un código que estaría con él hasta el final de los tiempos, volvió a las manos del cazador que lo había traído desde quien sabe donde, otro grito del viejo obispo pero ahora su luz era verde -primavera - iban pasando al altar donde se van dividiendo en fieles de la primavera, invierno, otoño y verano.
Durante el festejo, las risas, las alegrías y las celebraciones de a poco todo se comenzó a callar, mientras que toda la capital se había tornado de un rojo carmesí, el llorar del bebé que estaba en el altar era el único sonido en todo aquel lugar, sin piedad alguna el cazador tomó su daga de color blanquecino con incrustaciones de piedras, sin siquiera dudar perforó el pecho del bebé arrebatándole su corta vida, la silueta oscura de uno de los cazadores presentes con arreglos de huesos de quien sabe qué criatura, apartó la vista de esa atroz escena, los ojos de los presentes transmitían un gran pesar, la desesperación y el llanto desgarrador de la madre provocó que una cazadora élfica diga con voz fría e hiriente - Que clase de fiel llora a un hereje?- a lo que un cazador enano responde - De vez en cuando deberías ver a los que están por debajo de tus narices - a lo que la elfa responde en un tono seco - no todos están a la altura de las circunstancias -.
El cazador sostenía el cuerpo ya sin vida del infante, el grito del Cardenal hizo callar al murmullo - Hereje, su alma corrompida ahora podrá descansar en las manos de nuestros dioses -.
La madre con los ojos llenos de lágrimas e impotencia sostenida por el esposo que trataba de ser fuerte pero sus piernas comenzaban a ceder como también sus lágrimas, los cazadores se encontraban totalmente inmutados, aunque eso era lo necesario, lo correcto.
Luego de la ceremonia la noche cayo en el gran pueblo de Níelfewôs, el sonido de las cadenas de un cazador se acercaba, sus dedos finos y largos golpea una puerta de madera con marcos de aceros en dónde una ventana resplandecía las velas encendidas en su interior, vuelve a golpear sin respuesta alguna, sus sentidos habían percibido el miedo de aquellos padres que no solo les fue arrebatado a su primer hijo sino toda su ardua vida, llena de sueños y esperanzas, esa noche tan solo se escuchó el crujir de las maderas y acompañado de un silencio cómplice y culposo.
Un señor tan anciano como el mismo tiempo se encontraba enfrente de un gran libro que lo leía a su lento ritmo hasta que la cazadora elfica interrumpe su pacífica lectura, cerró el libro con extremo cuidado, tomó su anillo y lacre, sello un papiro y se lo entregó a la elfa levantando su arrugada vista - Muy buen trabajo en entregarlos a los alquimistas - a lo que la elfa responde - todo sea por la paz - se retira y monta en su caballo blanco como la nieve, comienza a cabalgar en los sinuosos senderos, a lo lejos visualiza una cabaña con distinta calaveras de muchos animales y de diferentes bestias amorfas que solo un especialista podría adivinar que clase de criatura se tratara, al entrar coloca su doble arco en un guarda arcos y observa a un enano limpiaba su trabuco, un humano estaba recostado en la mesa totalmente ebrio, la mesera siendo acosada por un cazador que afirmaba ser el mejor de la guardia del oeste, mientras que el cantinero limpiaba la sangre de una lucha que a juzgar por el escenario no hacía mucho había terminado, su cuerpo fatigado por los largos días de cabalgata se desplomó en el asiento de la barra con la esperanza de poder comer algo y beber aunque sea sola gota de hidromiel, pero no se aguanto y dirigió la palabra al enano que se encontraba compenetrado en su trabajo - Tu discípulo tiene un corazón muy blando, o tal vez tu entrenamiento no está a la altura - el enano se levantó y se sentó alado de su vieja amiga - Me sorprende que eres el ser más perceptivo de todos pero no logras comprender los sentimientos puros de su corazón- el camarero se pone detrás del bar y sirve dos jarras llenas, la elfa responde - Eso es lo que nos convierte en Herejes - a lo el enano responde - Es lo que nos diferencia de los Corruptos, Ánâel- luego de beber un largo trago de cerveza la elfa dice - No te confundas Borbô, somos la mano armada de los dioses, no podemos tener piedad del enemigo porque nos devorará y menos defender a cazadores que están en contra de nuestras reglas, de nuestras tradiciones y de nuestro juramento, la lealtad tiene un precio y ese precio es nuestra vida - Borbô toma unos cuadrados de queso de cabra, lo acompaña con un embutido de cerdo envuelto en un trozo pan caliente de miel y trigo, luego toma algo de beber y se limpia la boca con su propia larga barba rojiza - El es nuestro pequeño aprendiz, sabemos que siempre a sido más sensible que el resto, aunque lo hayas sometido a los peores entrenamientos el no cambio, su corazón es tan noble y amable como su dios verano, fue bendecido por el, no puedes estar en contra de su dios - a lo que Ánâel se atraganta con el pedazo de carne vacuna que estaba despedazando con sus dientes afilados y le grita- No estoy en contra de su dios, me molesta su piedad - golpeando la mesa y luego lentamente volvía a estar en calma, a lo que Borbô ríe a carcajadas aunque su corazón estaba lleno de dudas y su risa era una forma de esconder que el también tenía miedo y se sentía atemorizado, el hombre a quien quería como si fuera un hijo había comenzado a perder su camino y no sabia como poder ayudarlo, no entendía las palabras que aquel muchacho le había dicho con una sonrisa, no tenía esa fuerza de avanzar feliz mientras que el dolor era insoportable, rompiendo con un breve silencio incómodo - Son pocos estos momentos deberías atesorarlos - termina su comida se levanta y sube con el poco equilibrio que poseía las escaleras que lo llevaran a su cuarto. -¿Atesorarlos?- Ánâel se pregunta en voz baja, con los ojos meditabundos pero de un salto se incorpora, convencida dice - Te has vuelto blando viejo enano - toma con furia su arco y sale enérgica de la cantina donde se encontraba, a lo lejos puede observar como las tormentas acompañan un desenfrenado enfrentamiento, el olor a sangre inunda su olfato, los rayos como grietas rompían el cielo y el sonido penetraba hasta lo más oscuro de los pensamientos, decidió ir pero su caballo en un momento se encontraba demasiado nervioso para seguir así que decidió emprender el camino a pie.
*A pesar de la intensa tormenta la tierra aún se encuentra seca, ¿habrán sido cazadores magos? no veo a su maestro, las partes de sus cuerpos fueron brutalmente arrancadas, me pregunto quienes fueron los responsables de los intensos rayos, las heridas a las bestias son parecidas a las de un Berserker y no a las que harían los magos, algunas bestias tienen una proporción diferente a las que haya visto antes, no hay rastro alguno de supervivientes, en esta guerra solo hubo perdedores*.
El pensamiento de Ánâel se vio interrumpido por la voz de alguien muy familiar y cercano
-En las guerras siempre hay perdedores, maestra - dijo un cazador encapuchado que apareció de la nada.
-Tîer- dijo sorprendida la elfa - no logre percibir tu presencia, te has vuelto muy habilidoso -
-Es un honor que una elfa me elogie por mi habilidad - quito su capucha sus facciones transmitían un gran cansancio tenía una pequeña cicatriz en su mejilla izquierda cubierta con barba.
-No seas idiota, se que has apartado tu mirada en el bautismo - dijo en un tono cortante la elfa que no le quitaba los ojos de encima.
-Te confundes de persona, estuve en Alferrot entregando mercancía, aquí está el pergamino que data horario y mi nombre firmado por un alto alquimista - sacando de la bolsa que le colgaba de la cintura, un pergamino que se encontraba enrollado escrito a puño y letra el día y su nombre firmado y sellado. 
- Es imposible - nuevamente se interrumpe para ver una tenebrosa sombra esparciéndose por el terreno devorando algunos cadáveres de bestias y humanos, del centro del gran charco denso un brazo con la piel ennegrecida brotaba de la oscura zona negra, los ojos rojos prendidos fuegos aparecieron emitiendo una sensación de odio y furia, su mandíbula deformada avanzaba con feroz deseo de aniquilar todo aquello que esté a su paso. Una forma humanoide que ha deseado vivir a costa de su propia alma, Ánâel despliega de su cintura dos espadas con mango redondo, que al unirlas comenzaron a girar sobre el mango alcanzando una gran velocidad, lanzó su primer ataque al primer humanoide que avanza como una bestia rabiosa a toda velocidad acertando en su cabeza decapitandolo de un solo tiro, inmediatamente después del golpe la espada giratoria rebotó hacia ella previendo donde caería se acercó atrapándola en el aire, una gran cantidad de criaturas comenzaron a surgir de aquella mancha de oscuridad, una mano pútrida atrapó su muñeca por su espalda, otro difunto la tomó por delante mientras luchaba por soltarse pero la criatura poseía una fuerza abrumadora y antes de que claven su mandíbula en su cuello dos flechas les atraviesa el cráneo a aquellas criaturas, Tier con gran puntería había salvado a su antigua maestra, sin descanso comenzó a descargar un sin número de flechas acertando perfectamente cada una hasta que solo quedaron ellos de pie.
-Es malo oxidarse siendo cazador - dijo Tier separando en dos su arco con filos en sus palas superiores e inferiores -Estas aquí pero tu estas en otro lado ¿Qué sucede? Esto no es propio de alguien como vos- dijo con voz preocupada.
-Te has unido a la cofradía ¿Desde cuando?- pregunto desviando la pregunta que le había hecho.
Respira profundo y desvía su mirada - Poco después de la despedida, ya que se me odias por buscar mi origen, no quiero perder las esperanza de saber quien fui, siempre serás mi madre de corazón como también Borbô es mi padre sin importar lo que pase todo será igual-.
Anael apretó los puños -Una vez que encuentres la verdad nada sera igual, es un camino del cual no podrás volver- las palabras eran tan frías como el invierno.
Tier gira hacia ella - Lo que ahora me preocupa es mi fe en la iglesia, no seré perceptivo como un elfo pero hay algo oscuro-. 
Imponiéndose ante las palabras de su aprendiz -La iglesia es lo más cercano a los dioses ¿Como puedes dudar de ella?-.
Dando algunos pasos hacia atrás, comenzó a caminar meditabundo -Es muy sospechoso lo que paso acá, lo que era una leyenda, un cuento para asustar a los niños traviesos es una realidad y un peligro latente - dijo observando lo que quedó de aquel campo de batalla
Sin quitarle los ojos de encima -Lo que pasó aquí no tiene nada que ver con la iglesia - dijo la elfa con voz fulminante.
Llamó a su caballo y comenzó a prepararlo -Claro, de no ser que dio libre albedrío a los alquimistas, algo que jamás había ocurrido y ahora esto se vuelve cada vez más ocurrente, acaso ¿no es raro que haya magos enfrentándose entre sí?-
Empezó a inquietarse - Hablas como un extremista, eso te pasa por mezclarse tanto con la cofradía-
Con una sonrisa le respondió -Para ver la luz primero debes conocer la oscuridad- 
Sería, comenzando a ponerse más incómoda -Si miras de cerca al abismo te devolverá la mirada y te perderás junto a tu alma -
Tier la mira y se acerca para tomar sus finas manos - No madre, mi fe en los dioses sigue aun más firme, pero mi fe en la iglesia y sus actos hacen que mis juicios se nublen, dime ¿por qué me has confundido?, dime ¿Que te sucede?- comenzó a interrogar aquel joven
Su cara comenzó a mostrar tristeza -Odio este sentimiento de no saber qué es lo que me está pasando si estoy bien o mal, recuerdo que siempre trate de ser dura contigo pero tienes ese don de abrir los corazones -dijo Anael totalmente devastada
- ¿Sientes que tu has sido quien apartó la mirada? - Dijo Tier 
-Jamas traicionaría a mis dioses - dijo mientras una mueca de furia se remarcaba en sus labios.
-Lo siento maestra no quise ofenderla - agacho la cabeza Tier con voz culposa
-Cuéntame lo que crees que sucedió aquí- dijo en un tono más amigable Anael
-Es muy raro, al principio creía que era un brujo pero no hay rastro alguno, lo que si hay una gran cantidad de magos por lo que se estos magos crearon gremios para lograr sobrevivir - Explicaba Tier mientras inspeccionaba lo que había quedado de aquel campo de batalla.
-No hay rastros de que haya sido una caravana, simplemente hay cadáveres, sin rastros de idas o venidas - la voz curiosa de Anael que no podía entender que había surgido ahí
-Tienes razón, debieron sacrificar sus vidas para poner a alguna población a salvo, creo - añadió Tier con dudas
-El poblado más cercano tiene un centro de comunicación de avanzada me contactare con los gremios para dar las malas noticias, ve a buscar más información de lo ocurrido y nos veremos en el bar del pueblo - Dijo Anael llamando su caballo
Algo reacciono dentro de Anael, luego de cabalgar un rato se sintió culpable, jamás lo había dudado tanto hasta ese preciso momento con Tier, cada vez que estaba cerca de él, algo la hacía mostrarse débil, mostrar aquello que pasó toda su vida ocultando, la culpa la consumió todo el camino, comenzó a cuestionarse quién era ella realmente, pero siempre había una pregunta en su cabeza ¿por qué se sentía así en esos momentos? al llegar a la ciudad ella pasó por una pequeña capilla de oro puro en esa pobre y humilde ciudad, por que tenia que hablar con alguien diferente sobre lo que sentía.
Una vez dentro de la pequeña capilla del humilde pueblo, se sentó en el confesionario que junto al templo se contraponen con la situación de hambre que se vivía allí afuera, un señor regordete con la nariz roja se sentó de manera torpe y abrupta. Abrió la ventanita y dijo entredientes - Abre tu corazón *hip* ante los dioses y *hip* di lo que *hip* atemoriza tu mente- el aliento a alcohol provocaron en Anael náuseas.
Buscando las palabras necesarias - Tengo miedo de que mis sentimientos me traicionen, siempre me sentí segura, incluso mi futuro está claro como el agua, creía que mi destino estaba marcado desde que nací, jamás me opuse y siempre estuve orgullosa de todo lo que había conseguido, mi vida tenia sentido hasta ahora donde todo se volvió oscuro, siempre permanecí dócil a la voluntad que la iglesia me había impuesto, ya que son la voz de nuestros dioses, ahora mi corazón duda de todo, estoy perdiendo la fe en su bendición ¿Que me pasa?-
El sacerdote se acomodo estupefacto mientras que gritaba de vez en cuando, perdiendo el equilibrio en su silla de oro tambaleándose le dijo después de haberse vomitado encima - Tan cerca de la oscuridad eeeehhh puede que te pierdas, deberías descansar y rezarle a tu dios el te guiara - un fuerte golpe contra la ventanilla enrejada sentenció el final de la confesión, se persignó y Anael se fue de aquella capilla con el pensamiento que todo se resolvería con unas pequeñas vacaciones.
Se reportó en el centro de mando, dio el informe de lo sucedido, pero el informante dijo que no había ninguna misión, ni recado que hayan reportado los gremios de magos, aparte el informante le dijo en un tono amable que eran días del viento y que todos los magos estaban festejando hace una semana, aun faltaba para que terminara la celebración así que era imposible que haya habido un reporte oficial de ellos, sin estar contenta con el resultado Anael pidió el nombre de los gremios de magos y brujos porque quería investigar un suceso y presentarlo a los alquimistas, una vez con la lista de gremios llamó a cada uno, la negativa de cada uno la puso mas y mas afligida, ¿cómo era posible que magos hayan muerto y ningún gremio había tomado una misión?, nadie iba a llorar su partida por que no existían, llamó a su viejo amigo y le dijo que necesitaba irse como acostumbran a los lagos de Isis diciendo que quería estar con él, una vez la confirmación lo espero en un pequeño bar. Comenzó a beber cada vez mas y mas hasta que perdió la conciencia cayendo al suelo, le ardía el estomago como si el mismísimo infierno estuviera de fiesta, abrió los ojos para vomitar todo aquello que ardía en ella, su viejo amigo enano fumaba una pipa a su lado mientras sonreía, aunque toda la habitación estaba sumergida en la más profunda oscuridad.
-Si me llamaste me hubieras esperado para beber juntos - no podía aguantar las carcajadas
-Ya estoy vieja para estas cosas- Dijo Anael mientras se limpiaba la boca y el sudor 
-Esta grande el pequeño Tier, aun recuerdo a ese niño lleno de vitalidad se convirtió en un gran hombre - dio una larga calada a su pipa y por la oscuridad en la que se encontraban se iluminó su rostro por la combustión de las hojas de tabaco.
-No puedo negar que Tier tiene ese algo que hace brotar sentimientos alojado en lo profundo- dijo Anael buscando en la oscuridad algo para alumbrar, pero fracasando en el intento
-Es un pueblo muy pobre no hay velas así que deberás acostumbrar tus ojos a la oscuridad, por ciento estoy aquí para informarte que nos concedieron unas vacaciones como tú querías- A Borbo le dio escalofríos al decirle el comunicado
-¿Tier está en el pueblo? tiene que darme información- Pregunto Anael al intentar sentarse en la cama 
-Tranquila ya resolví todo con Tier y lo mejor es que dejes de pensar en ello, el muchacho se hará cargo, la Iglesia nos otorgó un permiso por el sobre esfuerzo que hemos hecho el último tiempo, te lo iba a decir en la caverna pero ya sabes últimamente tiendo a olvidar detalles- Comenzó a reír aunque Anael no hizo sonido alguno
-Voy a dormir, mañana tendremos un largo día - se acomodo en la cama y al cerrar los ojos quedó plácidamente dormida.
Largos días pasaron luego de la partida de la Elfa y el Enano, cruzaron el Lago de cristal, viajaron por las montañas solitarias, caminaron por las llanuras de los empalados y llegaron a las Montañas de la cruz de lis.
-Al fin llegamos, al lugar donde tanto prometí traerte - Dijo Borbo en un tono sentimental
-Lamento no haber podido cumplir ese sueño - Anael quedo viendo el horizonte
- Tier es nuestro mayor logro en nuestras vidas - sus manos se deslizaron a su mochila
- Perdón por no haberte hecho un padre Borbo, te di todo mi amor y has estado a la altura -
-Te amo Anael, siempre me has hecho infinitamente feliz, has sido mas calida que el verano aun siendo fría como el invierno - sus movimientos eran lentos
-Eres terrible para las despedidas - Anael cerró los ojos - Adiós esposo mío - el ruido de los animales, el sonido de las corrientes de viento que jugaban con las flores que recién estaban floreciendo se vieron silenciadas por el sordo sonido del trabuco, algunas flores cambiaron el color blanco de sus pétalos por un color carmesí.




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