La Historia de una guerrera: El Reino Escondido

Capítulo 2

La niña de mirada angelical estaba estupefacta por mi postura reacia frente a ella. Luego de cuestionarle quién era, ella preguntó casi en el acto:

— ¿No me reconoces? Soy...— tan pronto como lo dijo se arrepintió automáticamente.

— ¿Hm? ¿No me quieres decir? Bueno, no te preocupes, no necesito que me lo digas. Debes ser una princesa o algo por el estilo, no cualquiera tiene esa pinta — la niña puso una expresión como si hubiesen descubierto su secreto, y con cara de espanto quedó atónita unos segundos hasta que le dije: —. Tu secreto está a salvo, siempre y cuando me des un poco de ésa agua. — negocié, dejando perpleja a mi anfitriona.

— Toma. — ofreció la niña, estudiando mis movimientos lentos y torpes.

Bebí de la cantimplora que me había llenado con agua recién sacada del aljibe. Mis riñones volvían a trabajar, mis labios volvían a tomar un poco de color, pero ya estaban demasiados descamados y el ardor no se dejó ignorar. El cuerpo me temblaba, y como el hambre no era buen compañero, debía hacer algo pronto o caería desmayada de nuevo.

Perdida en mis pensamientos, vi cómo llegaba a mi campo de visión un pan humeante, relleno de carne que se me ofrecían tímidamente.

Miré a la niña y acepté la ofrenda de paz. Pero no podía quedarme sin saber por qué estaba una princesa en medio del desierto.

— No puedo darte más, son para mi hermano, el ya debe estar por llegar. — se limitó a decir.

— ¿Es por eso que estás acá? ¿Esperas a tu hermano? — cuestioné olfateando aquella valiosa pieza de comida.

— Si. — contestó sin ánimos de seguir hablando sobre el asunto.

— No deberías estar sola. Menos siendo tan pequeña. — comenté al aire, degustando mi comida.  

— Lo sé. Pero prometí que lo esperaría aquí. Pase lo que pase. Quiero ser la primera a quien vea cuando él regrese. — confesó perdida entre sus pensamientos.

— ... De acuerdo. No es que me importe, pero deberías esconderte cuando lleguen forasteros a este lugar. — aconsejé, dando por terminada nuestra conversación. Había bebido y comido, mis fuerzas estarían bien por unos días más.

— ¿Forasteros? Eres la primera que llega a este lugar desde hace muchos años. Además, ¿por qué no te llevas tu camello contigo? — preguntó intrigada al ver que estaba lista para partir sin aquel animal a cuestas.

— No es mío. Una de sus sogas se debió haber amarrado a mi pie y me trajo arrastrando por todo el camino hasta aquí. Se ve que también tenía sed y estaba buscando este aljibe. Creo que debe ser de alguien del pueblo.

Cuando acabé mis palabras, al levantar la vista me encontré con que estábamos rodeadas de un par de piedras de dimensiones considerables, y después del aljibe no había más que desierto. Volví la vista desconcertada hacia la niña. ¿Cómo había llegado ella hasta allí? Sin siquiera un camello o un caballo como mínimo.

— Podrías quedarte hasta que él llegue. Dijo que no tardaría en llegar más de una o dos horas después del amanecer.

— ¿Quieres que te acompañe a esperarlo? — no comprendí pero ella asintió. Entonces, no hice más que recostarme sobre el camello que se había echado a descansar, y usándolo de almohada, me dormí sobre él.

— Por cierto, ¿cómo te llamas? — alcancé a escuchar que me preguntaba.

— Ka... rina...— balbuceé ya en trance.

De un momento a otro sentí un terrible dolor de cabeza. Cuando desperté, tenía a la niña gritando y al camello comiéndome el cabello.

— ¡Irina! Al fin despertaste.

— ¿Qué carajos les pasa a ustedes dos? ¡Suéltame el pelo, bestia! —al apartar el hocico del animal de mi cabeza, creí que había terminado mi problema, pero al tocar mi cabeza, me encontré con una muy repugnante sensación, entre la baba del camello y la arenilla que se colaba entre mis cabellos, prácticamente llevaba un perro muerto por pelo. —. ¿Y a ti qué te ocurre? — le pregunté sin disimular el asco que todavía tenía al tocarme la cabellera.

— Te estaba llamando, vamos a volver a casa. Mi hermano tampoco volverá hoy. —dijo un tanto angustiada pero con aceptación.

— ¿Tampoco? ¿Hace cuántos días lo estás esperando? — pregunté con sorna.

— Vengo todas las mañanas, antes de que amanezca, desde hace dos años. — contestó seria.

— Debería haber vuelto hace mucho, ¿no te parece? — le pregunté sin ánimos de regular mi tono de obviedad.

— Si...— afirmó en un suave susurro.

— Sabes que quizás el no...— pero antes que pudiera seguir hablándole, ella misma me interrumpió de inmediato.

— Irina, lo sé. Créeme que lo sé...— al oír que comprendía perfectamente los hechos, entonamos la caminata por el trayecto de rocas que se levantaban como riscos sin intercambiar una palabra al respecto.



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En el texto hay: ficcionhistorica, accion, aventura

Editado: 06.10.2019

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