Kai salió de su habitación entrada ya la noche. Después de haber terminado la tarea de ese día, se recostó en su cama y terminó rindiéndose al sueño. No despertó hasta que su habitación quedó en penumbras. Su estómago rugió al cerrar la puerta.
Había llegado tan enojado ese día, que ni siquiera había comido.
Toda la mañana había estado rodeado de chicas. Y no cualquier tipo de chicas. No. Eran del tipo obsesivo compulsivo. De esas que no habían puesto absolutamente nada de atención en clases por estar viendo a los dos únicos chicos en el salón. Aunque no le había ido tan mal como a Evans. El carácter frío y seco del Nazarova lo ayudó a ignorar cuanto notita le pasaban. En cambio, el carácter samaritano de Asher hizo que las acumulara en su mochila al grado de casi llenarla.
Un bostezo lo hizo abrir enormemente la boca, mirando la hora en su reloj. Faltaban quince minutos para la una de la mañana. Por eso era que la mansión estaba tan quieta.
Su abuelo, Hedeon Nazarova, era el presidente y dueño de la empresa especializada en inteligencia artificial llamada BioIntellekt. En un país como Rusia, fanático en temas de espionaje, hizo que la empresa fuera un absoluto éxito, por lo que incluso antes de que él y su hermana nacieran, su familia nadaba en dinero.
A Kai poco le importaba. Sus padres eran austeros, a excepción de los pequeños lujos que se daban; su padre era aficionado al automovilismo, teniendo una vasta colección de autos clásicos y de carrera, mientras que su madre tenía una pequeña obsesión por los spas y productos de belleza, pero en todo lo demás, preferían mantener el anonimato en la sociedad.
Sonrió de lado al recordar a su madre. Tal vez era por eso que Tailime era tan renuente a arreglarse tanto.
Hablando de Tailime.
No pudo evitar notar la luz que se filtraba debajo de su puerta cuando pasó junto a su habitación. Alzó una ceja deteniéndose. ¿Aún seguía despierta a esa hora?
Llamó una vez a la puerta, pero no obtuvo respuesta. Así que, sin pena, abrió la puerta del cuarto de su hermana. Era parecido al suyo, aunque un poco más desordenado. La cama estaba llena de ropa que había usado antes de bañarse.
Tailime estaba sentada frente a la computadora sobre el escritorio. Su cabello mojado demostraba que acababa de salir del baño. Recorría el dedo sobre el sensor del mouse en su laptop mientras movía los labios en relación a la música que escuchaba en sus audífonos.
—Tai —la llamó por primera vez su mellizo sin entrar a la habitación, pero la chica seguía absorta en la computadora—. Tai… ¡Tailime!
La chica desvió la mirada hasta percatarse de que Kai estaba parado al pie de su puerta. Sobre saltándose al principio, Tai terminó por quitarse los audífonos.
—¿Kai? —preguntó extrañada—. ¿Qué haces despierto?
—Debería de hacerte la misma pregunta —sonrió con cinismo mientras Tai alzaba una ceja—. ¿Ya cenaste?
Tai negó con la cabeza, como esperando un severo regaño. Kai giró los ojos y volvió su vista de nuevo al pasillo.
—Regreso en un minuto —y cerró la puerta.
La mansión no era tan grande, al menos no comparada con la casa que tenían en Moscú. Esa al menos tendría dos hectáreas de jardín. Contaba con dos pisos, siete recámaras con su baño incluido, dos salas de televisión, una pequeña biblioteca, sala de juntas, una sala de proyección, tres salas, cocina y comedor. Así que, no tan grande.
La cocina era bastante grande. Pero justo ahora estaba vacía. Estaba a punto de abrir el refrigerador cuando notó una pequeña nota en la manija. Antoin, uno de los chefs, le había dejado un par de sándwiches preparados para cuando saliera de su oscura cueva; como literalmente había escrito en la nota; y decidiera comer.
Kai sonrió mientras abría la puerta y sacaba el plato con la comida. Sirviéndose un par de vasos de leche, volvió a bostezar. Ese día había sido extremadamente curioso, comenzando por el hecho de que era una total estupidez el hecho de que él y Asher Evans fueran los únicos chicos en su salón, mientras que el resto eran diecinueve niñas. Después, toda la escuela hablaba de la nueva imagen de su hermana.
Intentó equilibrar los vasos con leche en una mano y el plato con sándwiches en la otra mientras subía las escaleras de regreso a la habitación de Tai, abriendo la puerta con el codo.
Ahí, Tai estaba terminando de acomodar su desorden. En cuanto lo vio entrar, lo ayudó para indicarle que la siguiera hasta la enorme cama en medio de la habitación.
—Gracias —le dijo Tai en voz queda antes de darle una mordida a su sándwich.
Kai la observó por un minuto masticarlo. Algo estaba incomodando a su hermana.
—Tranquila. No es una competencia.
—Tenía hambre —se excusó Tai mientras Kai comenzaba a comer.
Estuvieron un rato en silencio. A ninguno de los dos pareció molestarle ese hecho. No hablaban mucho, a veces no tenían nada que decir. Su simple compañía era la comunicación perfecta entre ellos dos. Era algo extraño. Tailime no lo definiría como alguna maña de mellizos, ni ningún tipo de conexión psíquica. A veces necesitaban algo de tranquilidad, y estaba segura que, de ser así, entre ellos podían obtenerla.