Alek miró la hora en su teléfono una vez más cuando se sentó en una banca a la sombra de un árbol, acomodándose los audífonos en los oídos para escuchar algo de música.
La mañana de ese sábado era desquiciante para ser septiembre. Según el reporte del clima en el noticiero de la mañana decía que la temperatura máxima sería de treinta y tres grados, pero la sensación térmica sería de al menos unos treinta y siete. Y aunque había estado tentado a ponerse alguna playera sin mangas; que usaría si se hubiera quedado en su casa a ver la televisión; decidió no usarla para ir al tiradero municipal que estaba a media hora de la escuela donde él, James y Tailime se habían citado. Por eso había optado por una simple playera de color claro y unas bermudas caqui que combinaban con sus tenis.
Suspiró recargando sus manos en el asiento de la banca, inclinándose hacia adelante. Por alguna extraña razón, Tailime se había ofrecido a llevarlos tanto a James como a él al tiradero a falta de algún medio de transporte.
¿Tailime sabía manejar? Nunca la había visto montarse a otra cosa que no fuera su bicicleta. ¿Y qué había querido decir con que el auto era de colección? Nunca había escuchado decir a Kai que su padre tuviera una colección de autos.
Ladeó la boca cuando alzó la vista al cielo, donde los fuertes rayos de sol se debilitaban cuando intentaban colarse por las ramas tupidas del árbol, que se interponía para evitar que muriera asado. Pasaría la mitad de un sábado cualquiera con ella.
Y con James.
Soltó un suspiro irritado. Hablando del rey de Roma…
James se acercaba con aire veraniego y con las manos en las bolsas de las bermudas bastante coloridas, las mangas de la camisa blanca que llevaba puesta dobladas sobre su antebrazo, abrochada hasta la mitad de su pecho, como si fuera alguna clase de chulo. Sus rizos negros se mecían con la ligera brisa y sonreía detrás de unos grandes lentes oscuros.
Alek trató de parecer impasible al ver a James tan campante.
—Capitán —saludó James antes de sentarse justo a un lado de Alek mientras éste se quitaba los audífonos.
—Grant.
—Hoy es un buen día, ¿no crees?
—Si para ti un buen día es morir calcinado —Alek alzó otra vez la vista al cielo, entrecerrando los ojos cuando la brisa movió las ramas y permitió un poco más de sol—, entonces es perfecto para ti.
James parpadeó, dándose cuenta de la antipatía de su capitán. Alek no parecía muy contento con la idea de ir a un viaje de estudios con él.
O más bien, con Tailime. James lo había notado un poco irritado en el entrenamiento del viernes después de que la chica se ofreciera a llevarlos hasta el tiradero. Por eso James se bajó un poco los lentes por el puente de la nariz y sonrió como quien no quiere la cosa.
—Tú y Nazarova no se llevan bien, ¿eh?
Alek se quedó congelado en su lugar cuando escuchó la molesta voz de James. Tardó un momento en comprender el significado de la oración, como si tuviera algún mensaje oculto. Cuando lo entendió, parpadeó mientras fruncía el ceño.
¿Él y Tailime…? ¿En qué momento…?
—No sé de qué estás hablando —fue la única respuesta monótona y sencilla que se le ocurrió a Alek decir, al tiempo que los latidos de su corazón aumentaban considerablemente.
—Vamos —lo animó James, dejando caer su peso sobre sus manos hacia atrás—. He notado como la miras.
Alek entonces se giró hacia él, como si hubiera tocado una hebra sensible. ¿Él, mirando a Tailime? ¿Cómo? ¿De qué manera?
—Y he visto como ella te mira a ti. Te tiene miedo, y aunque al principio no sabía porqué, poco a poco me pude dar cuenta. No te cae bien y se lo dejas saber con esas miradas que le lanzas.
Alek resopló fuerte. Si claro. El idiota de James no tenía idea de lo que estaba hablando. ¿Tailime le tenía miedo? Claro que no. Le tenía rencor, que era diferente.
Aunque Alek no sabría decir si ella seguía enojada con él por lo que había pasado hacía casi cinco años o por cualquier otra cosa, porque en el campamento parecieron llegar a estar más cerca de lo que nunca habían estado. Claro, sin contar que ella había quitado la mano de la suya como si hubiera tocado una estufa encendida y que pareció que había querido golpearla con la pelota cuando salió del lago.
Pero en la tienda y cuando había ido al bosque, pareció como si nada por lo que estuvieran molestos uno con el otro hubiera ocurrido: se abrazaron. Claro que te abrazas a lo que sea cuando hay una manada de perros salvajes a punto de matarte. Se habían hablado como nunca antes lo habían hecho y… bueno, todo se arruinó cuando Tailime había menospreciado su heroica acción y él…
Suspiró. Alek no había hablado con ella por dos semanas.
—Wow —interrumpió James, viendo hacia el frente levantando sus lentes, dejando a Alek con la boca abierta antes de refutar.
Entonces la cerró. Porque Alek dirigió sus ojos azules hacia donde James estaba absorto, y no pudo sino parpadear cuando un auto de color rojo se estacionó frente a la escuela. Alek pasó saliva cuando vio a Tailime abriendo la puerta del piloto para descender del auto.