Si alguien resumiera la vida de Tailime Nazarova en una oración, podría hacerlo con: siempre fue una chica tranquila, sus amigos eran contados. Y a pesar de no aprovechar al máximo sus años de juventud debido a su timidez, era una chica feliz. O bueno. Casi una chica feliz. Ahora que lo pensaba, siempre hubo algo que la molestaba en el fondo de su cabeza. Algo así como una piedra en su zapato, que a pesar de que pudiera caminar bien, no la dejaba disfrutar el camino.
Esa piedrita en su zapato se encontraba sentado en medio de su sala, rodeado por sus compañeros de equipo mientras recordaban viejas anécdotas de sus tiempos de infancia.
Después de la competencia, el equipo se montó al autobús que los había llevado hasta San Francisco, y siguiéndolo en la furgoneta, los mellizos y compañía regresaron a Sacramento antes de que oscureciera.
No era la primera vez que Kai prestaba la casa para que los chicos pudieran hacer una fiesta. Normalmente eran reuniones pequeñas para que Hedeon no tuviera ninguna queja. Aunque Tai creía que por tratarse de Kai, Hedeon lo dejaría pasar sin problema.
De alguna u otra manera había alcohol de contrabando, por lo que Tai prefería encerrarse en su cuarto, evitando tener que cruzarse con personas indeseadas.
De nuevo, esa persona indeseada acababa de soltar una carcajada que resonó por lo alto de las demás risas.
En aquel entonces, Tai hubiera rehuido de donde provenía esa risa, forzando a su aturdido corazón a odiarla con todas sus fuerzas. Ahora, Tai no podía evitar ceder ante las enormes ganas de flotar hasta la fuente de tan maravilloso sonido, tomarlo de la mano, y pasar la noche escuchando sus aportes a las anécdotas que Robert y Arizona estaban contando, notando que también Kai había levantado la comisura de sus labios en algo que resonaba como una vaga sonrisa ante las memorias que estaban reviviendo.
Tai se sorprendió cuando Kai propuso ir a festejar a la mansión, aprovechando que pasarían dos días solos en la casa debido que sus padres acababan de regresar a Moscú y el viejo Hedeon seguía en Inglaterra cerrando negocios en quién sabe qué ciudad.
La sorpresa radicaba en que Kai hubiera comentado eso, para después girarse hacia ella y decirle si quería invitar a sus amigos, haciendo una fiesta un poco más grande que de costumbre. Harry no perdió tiempo en aceptar la invitación a pesar de que Tai no había respondido.
Por eso se encontraban en la sala de su casa todo el equipo de natación, incluyendo a los hombres y mujeres, y el resto de sus amigos.
Tai se mordió los labios para intentar ocultar la sonrisa que amenazaba con extenderse en su rostro cuando Alek alzó los ojos y le dedicó una sonrisa que le mostraba todos sus dientes, para después continuar escuchando lo que Andrew estaba diciendo.
Tai resopló por la nariz, dándole otro sorbo a su vaso en la puerta del salón, esperando a que Mia regresara de la cocina con más bebidas.
—Con permiso.
Alguien detrás de ella habló, asustándola por estar soñando despierta. Dio dos pasos hacia adelante mientras se limpiaba restos de refresco de su barbilla.
Isabella acababa de entrar por la puerta, mirándola preocupada. Tal vez pensó que Tai se había terminado por derramar todo el vaso encima. No sería la primera vez, pero Tai no iba a detallar en eso.
Los ojos negros de Isabella parpadearon cuando la escaneó por completo y se aseguró que no había pasado más allá del susto.
—Lo siento, Tailime, no era mi intención asustarte.
Fue el turno de que Tai parpadeara.
Desde la vez del incidente con el sándwich en la cafetería, Isabella no le había vuelto a dirigir la palabra. Y la última vez que la había visto, Isabella le había robado un beso a Alek.
Por eso Tai trató de poner en orden sus ideas, evitando gritar a todo pulmón que Isabella era una de las principales razones por las que al fin había aceptado por completo sus sentimientos por el capitán de natación.
—No hay cuidado —murmuró Tai desviando la mirada hacia el suelo.
No era que se sintiera intimidada por ella, pero el ver el cabello natural de Isabella seguía produciéndole una punzada de inseguridad. Sobre todo, porque le hizo recordar que tenía que retocarse el suyo para que fuera de nuevo completamente negro.
—No había tenido la oportunidad de felicitarte en persona —comentó Isabella con una sonrisa, tratando de hacer que de nuevo alzara la mirada.
—¿Felicitarme? —Tai alzó una ceja, extrañada ante la afirmación.
Isabella señaló hacia la sala con la cabeza como si la respuesta fuera lógica.
—Alek entró al equipo olímpico.
—Oh —Tai se giró para ver hacia el grupo de amigos, notando que solo Luka las estaba observando a lo lejos—. No creo que yo merezca la felicitación. El mérito es solo de él.
—Puede que él haya nadado y entrenado lo suficiente para lograrlo —Isabella se encogió de hombros—. Pero dentro del equipo creemos que no es un esfuerzo individual, sino de todos los que están ahí para apoyarnos. Y si ese beso fuera del estadio corroboró que están juntos… Si están saliendo, ¿verdad?