La diferencia entre el clima de Moscú y Sacramento siempre variaba por unos pocos grados. Pero durante año nuevo, la diferencia radicaba en que uno estaba por encima y el otro por debajo de los cero grados.
Había días que Tai podía estar con una playera de manga corta, cuando el resto de sus amigos tenían chamarra tras chamarra puestas sobre el uniforme.
Hoy era uno de esos días, solo era necesario un suéter ligero para los escasos diez grados de temperatura.
Tai abrió su casillero una vez que tanto ella como Kai llegaron a la escuela, recogiendo los libros que utilizaría durante la mañana, tratando de recordar el horario a pesar de haber pasado tan solo cuatro semanas. Observando el enorme libro de biología aún colocado en la parte superior del casillero, Tai sopesó si era necesario cargarlo hasta el salón en el segundo nivel.
—Hola.
Tai parpadeó confundida cuando un chico a un casillero de distancia abrió el propio.
Por un segundo, Tai creyó que se trataba de Alek, pero ese no era el saludo usual del rubio. Por eso dudó si le hablaban a ella, observando a su alrededor para confirmar si había alguien más cerca de ellos.
Se sorprendió cuando se encontró con la sonrisa de Lawrence Russell; el chico al que alguna vez le había vendido unos pastelillos y que después la había serenado en la cafetería a pesar de tener un veto. Nunca antes lo había visto en el pasillo de su casillero, por lo que verlo ahora sacar sus libros a un escaso metro de distancia le pareció extraño.
Lawrence soltó una risita cuando Tai no dijo nada en respuesta a su saludo.
—Sé lo que estás pensando —Lawrence terminó de poner los libros en su mochila antes de cerrar el casillero y recargarse en él—. Hubo unos movimientos en la coordinación y mudaron mi casillero aquí. No sabía que seríamos vecinos. No te había visto en toda la semana.
—Oh —Tai se mordió el labio antes de mirar al suelo—. Mi hermano y yo acabamos de regresar. Cayó una tormenta en Moscú y se canceló nuestro vuelo.
—¿Así que tuviste otra semana de vacaciones? Que divertido.
Tai no supo qué responder ante la observación. Incómoda, continuó acomodando sus libros, decidiendo que llevaría el libro de biología a clase.
—Quería pedirte una disculpa.
Tai casi tira el enorme libro cuando escuchó de nueva cuenta a Lawrence. Como pudo, se irguió derecha y dejó el libro en el estante intermedio.
—¿A mí? ¿Por qué?
Lawrence se encogió de hombros para restarle importancia.
—El año pasado creo que crucé una línea sensible contigo. Para empezar, no sabía que existía una lista de veto para las serenatas. Alguien me dejó una nota diciendo que te quería dedicar esa canción y creí que… —Lawrence parecía avergonzado, porque ni siquiera se atrevía a mirar hacia Tai—. No debí haberla cantado. Me metí en varios problemas, además, te hice sentir incómoda. Solo quería que supieras que estoy arrepentido por eso y que no volverá a pasar. Puedes estar segura.
Otra vez, Tai parpadeó tratando de entender a qué se debía todo eso. Pero Lawrence pareció encontrar divertida su reacción, porque no le molestó el que Tai no se dignara en responderle, sino que se rió para sí mismo antes de colocarse la mochila al hombro y se despidió con dos dedos en la frente.
Las interacciones con él siempre eran extrañas.
El acontecimiento de la cafetería había quedado olvidado por ella desde hace mucho tiempo. Nunca volvió a pensar en eso porque nadie más lo mencionó, así que el evento pasó a última fila en su mente para terminar solo como un mal recuerdo.
Tai resopló mientras volvía a tomar el libro de biología. Con ayuda de su rodilla y con una sola mano, intentó meterlo dentro de su mochila, teniendo muy poco éxito, además de que su gorro comenzaba a caer frente a sus ojos. Derrotada, Tai se acomodó el gorro, fulminando el abominable libro con la mirada.
Todo esto sería más fácil si Alek le ayudara a meterlo en su mochila como siempre lo hacía.
Un par de brazos en su cintura y el que la jalaran contra otro cuerpo hizo que Tai soltara un gritillo de sorpresa. Pero esos brazos la maniobraron con facilidad en la dirección opuesta a la que estaba y sus labios se encontraron con otro par.
Tai tardó no más de dos segundos en entender qué es lo que estaba pasando; principalmente porque eso fue lo que duró el beso; antes de que Alek se separara de ella y la mirara de pies a cabeza, como si de verdad no creyera que la tenía frente a él.
Sus hermosos zafiros y la deslumbrante sonrisa que le estaba dedicando fueron lo primero que Tai vio después de que su cabeza dejó de girar. Tai sintió el cuerpo de Alek vibrar, intentando contener su emoción meramente con una sonrisa en los labios.
—Hey.
Eso fue suficiente para que el alma regresara al cuerpo de Tai. Y, por más ridícula que se escuchara, su cuerpo comenzó a vibrar en la misma secuencia de Alek.
—Hola.
Mordiéndose el labio antes de meditarlo por un segundo, Tai terminó por besar de nuevo a Alek, tomándolo por las mejillas, mientras él la abrazaba contra su cuerpo.