La Historia Entre Los Dos

58 ⌘ Acto V Escena III

[N.A: En algún punto del capítulo se habla de abuso. Aunque no está explícitamente descrito, se hace mención de ello y puede que algunas personas sean sensibles al tema.]

Una de las cosas que preguntó la señorita que se encargó de realizarle a Tai su primer facial fue si solía llorar mucho.

Hacía un año, Tai no solía llorar. Pero cuando era niña, solía llorar por muchas cosas.

La señorita, muy amablemente le comentó que intentara no hacerlo, ya que al llorar, los vasos sanguíneos se dilatan y estiran demasiado los tejidos de los párpados y la piel que rodea los ojos. Al hacer eso en exceso podría provocar flacidez que se vería reflejada con los años con arrugas y patas de gallo. Y después de eso, la señorita procedió a casi sacarle los ojos con unas pinzas para cejas, y Tai terminó con la cara roja y unas cuantas lágrimas derramadas.

A pesar del consejo, las lágrimas no pararon durante la noche. Mucho menos cuando Tai cerraba los ojos estando arropada en su cama, y todo lo que podía ver era la forma en la que la mano de Alek acariciaba la espalda de Isabella mientras la besaba.

Las lágrimas no pararon por horas y horas, y cuando ya no tenía ni una sola lágrima que derramar, Tai siguió llorando con la cobija encima de su cabeza.

Lloró por ella. Lloró por Alek. Lloró por ellos. Lloró por el presagio que jamás llegaría a ser. Y lloró por cada vez que Kai se removía junto a ella en la cama, sabiendo que no estaba durmiendo por su culpa. Intentó disuadirlo para que fuera a dormir a su propio cuarto, pero cada vez que Tai miraba a su hermano a los ojos, una nueva ola llanto se desataba antes de poder decir una palabra, y pasarían minutos antes de volverse a tranquilizar.

Y cuando sus ojos comenzaron a pesar, aún húmedos por las lágrimas, Hedeon llegó a su habitación, preguntándole a los mellizos porque no habían bajado a desayunar.

Kai le explicó la situación, diciéndo que no tenían planeado ir a la escuela ese día. Pero ni las ojeras debajo de sus ojos grises, ni los ojos hinchados y mejillas rojas de Tai tentaron el corazón de Hedeon, demandando que dejaran de inventar excusas absurdas y solo se vistieran y alistaran para ir a clases. 

Incluso regañó a Tai por provocar que su hermano no descansara lo suficiente para estar listo para la escuela. Y aunque Kai intentó defenderla, el estado mental en el que Tai se encontraba no le permitió desligarse del comentario acusatorio. Por eso en cuanto Hedeon salió del cuarto, solo pudo cubrirse el rostro con las manos para llorar un poco más.

Ningún alimento lucía lo suficientemente apetitoso para desenredar el nudo que Tai sentía en la garganta. Entre Antoine y Kai la convencieron para que tomara agua para mantenerse hidratada después de llorar toda la noche. Dmitri tomó una garrafa de la alacena para mantener a Tai bebiendo agua por el resto del día.

El camino a la escuela fue gris, y Tai apenas se dio cuenta que habían llegado cuando el chofer les abrió la puerta para Kai y a ella. Sintiendo que estaba teniendo una experiencia extra corporal, Tai se observó caminando por el pasillo de acceso de la mano de su hermano, quien la guiaba para que no se fuera de bruces por ni siquiera mirar por donde iba. 

Escuchó a lo lejos que alguien la llamaba, pero sonaba distante. Casi como cuando tenía un ataque de pánico. Solo que esta vez, su cuerpo no sentía nada, en vez de sentir todo al mismo tiempo. Kai debió decirles algo, porque los llamados se detuvieron y de nuevo quedaron en silencio.

—Tai.

La mencionada apenas parpadeó, con su mirada perdida en algún lugar en la fila de casilleros. Sintió a Kai tomarla por los brazos, tratando de llamar su atención.

—Escúchame, Dmitri te llevará al salón, ¿de acuerdo?

Tai lo miró al fin, los ojos comenzando a cristalizarse de nuevo ante la idea de tener que separarse de su hermano para de tener que enfrentarse a las fauces del león ella sola.

La determinación en los ojos de Kai se quebró por un momento, soltando un suspiro antes de abrazarla.

—No puedo ir, Tai. Si él está ahí…

El cuerpo de Tai al final pareció querer obedecer a su cerebro, en vez de hacerlo por memoria muscular. Porque levantó los brazos, abrazando a Kai de regreso y enterrando su nariz en la curvatura entre su cuello y hombro.

—Eres fuerte —le recordó Kai en un susurro—. Y él no te merece, ¿me escuchaste?

Tai asintió, jadeando un poco para aspirar el aroma de su hermano. Con un beso en la coronilla, Kai se separó de ella para centrarse en Dmitri.

—No dejes que le dirija la palabra, ¿entendido? Si tienes que romperle el otro brazo, házlo.

Tai se mordió los labios, intentando luchar contra la necesidad de defender a Alek. Porque a pesar de lo que había hecho, Tai no quería que Alek saliera lastimado, mucho menos que se comprometiera su participación en los juegos olímpicos. 

Porque a pesar de que Alek había roto su corazón, los pequeños pedazos seguían aferrados a él como sanguijuelas. 

—No tienes nada de qué preocuparte —Dmitri se puso la mochila al hombro, con el semblante igual de impasible que siempre, pero con un brillo homicida en los ojos y molestia en la voz—. Ni siquiera tendrá el privilegio de mirarla.




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