La Historia Entre Los Dos

Capítulo Extra ⌘ Hola Kitty

[N.A. #1: Los protagonitas tienen todos 15 años. Este extra sucede años antes del inicio de La Historia Entre Los Dos]

[N.A. #2: Los diálogos que vean que están «entre comillas», son diálogos hablados en ruso]

—¿Estás seguro que no quieres quedarte a cenar, Kai?

Kai no respondió, echándose la mochila al hombro e inclinándose para tomar la patineta que había dejado en la entrada de casa de los Ivanov.

Cuando se incorporó, Anya lo miraba desde la entrada de la cocina, una sonrisa en sus labios como siempre la tenía cada vez que hablaba con él.

Nunca lo había preguntado, pero Kai tenía la ligera sospecha de que Anya siempre quiso tener otro hijo, un hermano para Alek. Y al no haber podido tenerlo, Anya lo había adoptado a él desde el primer día que había puesto un pie en esa casa.

Cosa extraña, considerando que Luka y Serge eran amigos de Alek desde que usaban pañales. Kai lo atribuía a la buena relación que tenían sus madres. Quien sabe.

—Gracias, Anya. Pero el abuelo está en casa.

—Oh —el semblante de Anya cambió por uno de preocupación, pero cuando Kai le dedicó apenas la comisura de sus labios hacia arriba, Anya resopló—. Ve con cuidado entonces.

—¿Ya te vas? —Alek bajó las escaleras corriendo después de subir al baño, enarcando una ceja cuando vio a su mejor amigo en la puerta.

—Sí —Kai señaló hacia la sala con la cabeza—. Markov es un asco de perdedor.

—¡Hizo trampa! —lo acusó Luka por encima de la cabeza de Serge—. ¡Dile, Serge! ¡Dile lo que viste!

—Hizo trampa —respondió Serge sin despegar los ojos de la televisión, aprovechando la distracción de Luka para atacar a su personaje en la batalla del videojuego, haciendo que Luka soltara un grito histérico.

Alek soltó una risita, terminando de bajar las escaleras para despedirse de Kai con su saludo de manos "especial" (consistía en solo chocar las manos un par de veces para después chocar el puño al final).

—Te veré mañana en la escuela.

Kai asintió abriendo la puerta de la casa para salir.

—¡Saluda a tu mamá y a tu hermana de mi parte! —el grito de Anya se escuchó antes de que Kai cerrara la puerta.

Anya siempre se despedía de Kai diciendo que saludara a su madre; lo cual no era tan descabellado, ya que eran amigas; y a su hermana.

Tailime sólo había puesto un pie en la casa de los Ivanov en el primer cumpleaños que Alek los había invitado, pero después del fiasco del diario y la fiesta de disfraces, Tai jamás se había relacionado ni con Alek ni con Anya.

Se colocó el casco en la cabeza al tiempo que ponía la patineta bajo su pie cuando llegó a la acera.

Y entonces, un pequeño maullido se escuchó a un lado de él. Kai miró hacia la acera, donde había un gato sentado y con la cabeza inclinada hacia arriba, mirándolo fijamente. Era de color naranja, y aunque estaba un poco sucio, lucía bien alimentado, sobre todo por la tremenda barriga que mostraba al estar sentado en sus patas traseras, moviendo la cola en contento.

Kai terminó de abrocharse el casco cuando el gato volvió a maullar, arrebatándole una sonrisa. El mellizo se inclinó sobre el minino para acariciar su cabeza, ganándose otro maullido de apreciación.

Colocando un pie en la patineta, Kai dio un paso hacia el frente, y el gato se levantó de su lugar.

—Nos vemos —le dijo antes de arrancar calle abajo y recibiendo una despedida gatuna—. Ve a casa. Es tarde y tu dueño debe estar preocupado.

Pero apenas llegó a la esquina de casa de Alek, Kai pareció escuchar otro maullido, esta vez más estresado. Haciéndolo girar hacia atrás, el gato naranja iba corriendo tras de él, como si quisiera seguirle el paso.

Kai se detuvo, poniendo un pie en el asfalto y mirando en todas direcciones para ver si alguien había salido de casa en búsqueda del gato, pero las casas seguían tan tranquilas y habitadas, sin ninguna preocupación en particular.

El gato al final lo alcanzó, respirando forzado, pero restregando su pequeño cuerpo contra las piernas de Kai, incluso abrazándolo con la cola mientras levantaba la cabeza para mirarlo.

Kai respiró profundo, inclinándose para tomar al gato por debajo de las patas delanteras y mirarlo fijamente.

El gato siguió moviendo la cola, maullando contento ante la atención de Kai.

Él no era tan afín a rescatar animales. Eso podía dejárselo a su hermana. Ella era la loca que no podía ver un perro en la calle sin tener la absurda necesidad de llevárselo consigo y mejorar su vida.

Kai solía rescatar gatos, sí. Pero rescataba gatos de la calle. No gatos gordos y sucios que sus dueños descuidaban.

Pero hubo algo en la mirada ámbar del gato que le llamó la atención, sobre todo la forma tan desesperada en la que maullaba, y lo gordo y pesado que estaba que le dijo a Kai que había algo más que estaba pasando por alto.

Dando un largo suspiro, Kai volvió a poner al gato en el suelo. Lo curioso es que el gato no salió corriendo, sino que volvió a sentarse en el concreto, observando atentamente lo que Kai hacía. Puso la mochila de la escuela en el suelo, abriéndola de par en par antes de fulminar al gato con la mirada.




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