La Historia Entre Los Dos [libro #1] (editado)

1 ⌘ Ivanov

El primer amor nunca se olvida. Por la forma especial en la que nos hizo sentir, no importa lo mal que acabara.

Ninguno de los dos dijo nada mientras se dirigían a la cochera de la mansión. No es que hablaran mucho; simplemente estaban acostumbrados a hacer las cosas en silencio. Sobre todo, cuando la rutina diaria —levantarse, arreglarse, desayunar y cepillarse los dientes— se repetía cada mañana sin falta para ir al colegio.

Ambos hermanos llevaban cinco años viviendo en Estados Unidos y nada había sido realmente extraordinario en todo ese tiempo. Kai y Tailime Nazarova estaban tan habituados a la monotonía que funcionaban por inercia más que por conciencia.

Kai abrió el portón de la bodega para ayudar a su hermana a sacar la bicicleta. Preferían moverse haciendo ejercicio antes que utilizar alguno de los múltiples autos último modelo que su padre y abuelo coleccionaban.

Nunca fueron pretenciosos. Kai era reservado, serio y directo, sobre todo cuándo tenía que hablar. Tailime, en cambio, era callada, tímida y con una imaginación desbordante. Su libreta estaba llena de dibujos y figuras que sólo ella entendía.

Tras sacar la bicicleta, encerrada todo el verano en la bodega, Tai colocó su bolso en la pequeña canasta delantera. Kai, por su parte, dejó caer su patineta con desgano, se puso los audífonos y se encaminó hacia el portón, seguido por su hermana.

Ambos tenían diecisiete años y cursaban el onceavo año en un bachillerato de prestigio en Sacramento. Recién regresaban de pasar las vacaciones en su ciudad natal: Moscú. No era el destino más soleado, pero tampoco eran fanáticos del calor.

Al doblar la última esquina antes de ver el colegio, Tailime aceleró y dejó atrás a su hermano, provocando que él sonriera de medio lado antes de impulsarse con fuerza para alcanzarla. Se quitó un audífono para mirarla.

—No sabía que tenías tantas ganas de llegar —comentó con ironía.

—No se trata de ganas —replicó ella, observando el gran edificio blanco—. Odio cuando todos se amontonan a ver las listas de grupo. Si llegamos antes, hay menos gente.

No volvieron a hablar hasta que entraron al patio principal. Giraron a la derecha hacia el estacionamiento. Tai bajó de la bicicleta y comenzó a encadenarla, mientras Kai levantó la patineta con el pie y la colocó bajo el brazo.

—¡Nazarova!

Tai alzó la mirada, mientras Kai giró ligeramente la cabeza hacia la voz. El mellizo sonrió con arrogancia; ella sólo rodó los ojos y volvió a centrar su atención en el candado.

Luka Markov tenía diecisiete años, piel clara, cabello castaño cenizo y ojos negros. Era animado, sarcástico hasta lo absurdo, y siempre estaba de humor para bromear. A su lado estaba Serge Petrov, alto y fornido, de cabello castaño y ojos castaños. Su apariencia imponente contrastaba con su carácter tranquilo y reservado.

Ambos eran parte del grupo de amigos de Kai. Había más, pero Tai prefería no pensar en ellos justo al comenzar el semestre.

Terminó de asegurar su bicicleta y se incorporó.

—¡Nos vemos luego, devushka! —se despidió Luka con un ridículo acento ruso, mientras se alejaba junto con Serge y Kai. Tai sonrió levemente y levantó la mano para despedirse.

Se colocó la bolsa al hombro y ajustó el gorro rojo tejido que cubría su cabello cobrizo, recogido en una cola de lado. Ese verano su cabello había crecido con rapidez. Su madre la había llevado de tour por salones de belleza y spas.

Suspiró, recordando los faciales dolorosos y los cambios de imagen forzados. Sus padres vivían en Rusia, donde el trabajo de su padre lo requería.

Al principio, todos vivían juntos en Estados Unidos con su abuelo Hedeon, líder de la empresa familiar: BioIntellekt. Pero cuando la sede en Moscú enfrentó problemas serios por una mala gestión, su padre tuvo que regresar. Les ofrecieron irse con ellos, pero Kai y Tai prefirieron quedarse con su abuelo hasta terminar la preparatoria. Después decidirían si volvían a Rusia para la universidad.

Por eso, en cada oportunidad —vacaciones, puentes, fines largos— Hedeon los mandaba directo a Moscú.

Tai abrió su casillero y se miró en el pequeño espejo que tenía adentro. Su piel seguía igual de pálida, salvo por el toque rosado en las mejillas cortesía del rubor que su madre le compró junto a un inmenso kit de maquillaje que aún le daba miedo usar.

Gracias a los tratamientos en los spas, su cabello estaba más suave que nunca. Al menos eso prometía el panfleto que le dieron al entrar. Observó los rizos que caían sobre su hombro.

Nunca lo había tenido tan largo. Siempre lo llevaba corto, desaliñado. Pero esta vez se lo dejó crecer para complacer a su madre... y al final le gustó. Decidió dejarlo así.

Mientras caminaba por el pasillo hacia la lista de grupos, sintió un empujón que casi la estrella contra los casilleros.

Frunció el ceño al reconocer inmediatamente la cabellera rubia.

Alek Ivanov. Otro amigo de Kai que, honestamente, habría preferido no conocer. No es que se llevaran mal... Era simplemente complicado.

Tai sacudió la cabeza al notar que comenzaba a sonrojarse.




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