La Historia Entre Los Dos [libro #1] (editado)

5 ⌘ Superando el Pasado

Kai salió de su habitación entrada ya la noche. Después de terminar la tarea del día, se había recostado un momento en su cama... y terminó rindiéndose al sueño. No despertó sino hasta que su habitación quedó en penumbras. Su estómago rugió al cerrar la puerta.

Había llegado tan enojado esa tarde, que ni siquiera se molestó en comer.

Toda la mañana había estado rodeado de chicas. Y no cualquier tipo de chicas. No. Eran del tipo obsesivo-compulsivo, de esas que ignoraban por completo la clase solo para ver a los dos únicos chicos en el salón. Aunque, si era honesto, no le había ido tan mal como a Evans. El carácter frío y seco de Kai le había permitido ignorar todas las notitas que le pasaban. En cambio, el alma caritativa de Asher había terminado acumulándolas en su mochila hasta casi llenarla.

Un bostezo le abrió la mandíbula mientras consultaba la hora en su reloj. Faltaban quince minutos para la una de la mañana. Por eso la mansión estaba tan silenciosa.

Su abuelo, Hedeon Nazarova, era el CEO y dueño de BioIntellekt, una empresa especializada en inteligencia artificial. En un país como Rusia, fanático de los temas de espionaje, aquello resultó un éxito rotundo. Incluso antes de que él y su hermana nacieran, la familia ya nadaba en dinero.

A Kai poco le importaba. Sus padres eran austeros, salvo por los pequeños lujos que se permitían. Su padre, aficionado al automovilismo, poseía una vasta colección de autos clásicos y de carrera. Su madre, en cambio, tenía una ligera obsesión con los spas y productos de belleza. Pero fuera de eso, preferían el anonimato.

Sonrió de lado al recordar a su madre. Tal vez por eso Tai se resistía tanto a arreglarse.

Hablando de Tai...

Se detuvo al notar la luz que se filtraba por debajo de su puerta. ¿Aún seguía despierta a esa hora?

Tocó una vez, sin obtener respuesta. Así que, sin pena, abrió la puerta. El cuarto era similar al suyo, aunque un poco más desordenado. La cama estaba cubierta con ropa que probablemente se había quitado antes de bañarse.

Tai estaba sentada frente a la computadora. Su cabello, todavía húmedo, revelaba que acababa de salir de la ducha. Movía el dedo sobre el sensor del mouse, murmurando en sincronía con la música que escuchaba en sus audífonos.

—Tai —llamó Kai, sin entrar aún. La chica no reaccionó—. Tai... ¡Tailime!

Ella desvió la mirada, sobresaltándose al notar su presencia. Se quitó los audífonos.

—¿Kai? ¿Qué haces despierto?

—Debería hacerte la misma pregunta —sonrió con cinismo. Tai alzó una ceja—. ¿Ya cenaste?

Ella negó con la cabeza, esperando quizá un regaño. Kai rodó los ojos.

—Regreso en un minuto —dijo, y cerró la puerta.

La mansión no era tan grande... al menos no comparada con la de Moscú, que contaba con dos hectáreas de jardín. Esta tenía dos pisos, siete recámaras con baño incluido, dos salas de TV, biblioteca, sala de juntas, sala de proyección, tres salas principales, cocina y comedor.

Como decía: no tan grande.

La cocina estaba vacía. Al acercarse al refrigerador, notó una nota en la manija. Antoine, uno de los chefs, le había dejado un par de sándwiches preparados para cuando saliera de su oscura cueva, según sus propias palabras.

Kai sonrió, sacó el plato y se sirvió un par de vasos de leche. Bostezó otra vez. Ese día había sido... curioso. Él y Evans eran los únicos chicos en un salón lleno de diecinueve niñas. Y como si eso no bastara, toda la escuela no paraba de hablar del nuevo look de su hermana.

Subió las escaleras equilibrando los vasos en una mano y el plato en la otra, abriendo la puerta del cuarto de Tai con el codo. Ella ya estaba terminando de ordenar.

—Gracias —murmuró, dándole una mordida al sándwich.

Kai la observó. Algo la inquietaba.

—Tranquila. No es una competencia.

—Tenía hambre —se defendió ella.

Comieron en silencio. No necesitaban hablar. La compañía era suficiente. Esa tranquilidad que encontraban el uno en el otro no era algo místico de mellizos; era simplemente complicidad.

—¿Qué tal tu primer día de escuela? —preguntó él, rompiendo el silencio.

Tai casi se atraganta con la leche. Kai le pasó una servilleta, sin dejar de sonreír.

—Bien —respondió finalmente.

—¿Solo bien? ¿Qué tal ser guía?

—El profesor Lewis me lo pidió —suspiró, sin mirarlo—. El chico se sienta a mi lado.

—¿Y cómo se llama?

—James Grant —Tai lo miró con suspicacia—. ¿Cómo sabes que soy guía si no nos vimos hoy?

—Arizona lo mencionó en la cafetería —se encogió de hombros—. Además, no se te despegó en todo el almuerzo. Y, seamos honestos, no haces amigos en un día.

Tai bajó la mirada. Kai tenía razón. Nunca había sido sociable. Sus amistades eran pocas y antiguas. Tal vez su inseguridad venía del carácter estricto de su abuelo.

—Me agrada —comentó, para cerrar la conversación.




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