El resto del día pasó sin mayor trascendencia. Tai bostezó mientras caminaba por el pasillo en dirección a la cancha de fútbol.
Las dos últimas horas estaban destinadas a educación física. Odiaba esa clase con todo su ser. Ya había sido bastante no poder descansar entre periodos gracias al profesor Lewis, quien ese día se había encargado personalmente de que nadie cerrara los ojos ni por un segundo.
James había estado picoteándole las costillas cada vez que corría peligro de ser descubierta. Así que, además de estar de pésimo humor, tenía un costado adolorido. No era su culpa si no lograba mantener los ojos abiertos más de dos minutos seguidos. Y el hecho de que ahora tuviera que pasar las próximas dos horas bajo el sol tampoco ayudaba a mejorar las cosas.
Entró a los vestidores con la mirada medio cerrada. Sacó el uniforme de deportes del casillero y, después de tomar una liga de su mochila, se recogió el cabello en un moño alto para que no le estorbara.
Ya lista, salió de los vestidores y se encontró con la cancha de americano, rodeada por una pista de tartán. Ahí se jugaban los partidos más importantes del bachillerato. A diferencia del gimnasio donde se encontraba la alberca, esta cancha solo tenía gradas a los costados. La mayoría de los alumnos comenzaban a reunirse en las más cercanas a los vestidores para dar inicio a la clase.
El sol le dio de lleno en la cara apenas cruzó la puerta. Se cubrió con una mano, soltando un largo suspiro.
Ahora sí se arrepentía de no haber tomado la gorra que había dejado en su escritorio esa mañana.
Todo era culpa de Kai.
Bueno, no toda. Ivanov también tenía su parte.
—¡Tailime!
Tai volteó al escuchar su nombre. Asher salía tranquilamente de los vestidores de hombres, ya con el uniforme puesto, caminando hacia ella.
Tai sonrió. Le alegraba ver una cara conocida entre clases. No era lo mismo compartir una hora en la cafetería que tenerlo ahí por toda una sesión.
—¡Hola, Ash! —lo saludó, levantando la mano—. ¿Qué haces aquí?
—Parece que nuestros grupos estarán juntos esta hora —comentó, señalando con la cabeza las gradas, donde Kai estaba sentado, de piernas cruzadas—. Al menos podré estar con una chica sin que me acose.
—¿Acosar? —repitió Tai con diversión—. ¡Cierto! Tu grupo está lleno de chicas, ¿no?
—Tremenda suerte la mía —respondió con una sonrisa, mientras ambos se dirigían hacia las gradas junto con los demás.
—Al menos ahora habrá más chicos para distraerse.
—¡Nazarova! —una voz masculina los interrumpió.
Kai levantó brevemente la mirada desde las gradas. Al ver que era el chico nuevo quien llamaba a su hermana, volvió a cerrarlos sin más.
—¡Espérame!
—Aún no empieza la clase —dijo Tai, riendo, cuando James llegó jadeando y la abrazó por el cuello.
—No, pero ya te estabas olvidando de mí. ¿Cómo estás, Asher?
—¿Qué hay, James? —respondió Asher, sin mucho entusiasmo. No le agradaba del todo la familiaridad con la que el chico nuevo trataba a Tai.
Que él recordara, le había tomado meses ganarse la confianza de Tailime. ¿Y ahora llegaba este tipo y al segundo día ya se abrazaban? No comentó nada mientras los tres se sentaban en las gradas a esperar al profesor.
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Alek salió de los vestidores y se dirigió a las gradas, donde su mejor amigo ya estaba sentado, visiblemente irritado por el sol.
Sabía de la aversión de su amigo por el sol, sobre todo habiendo pasado la mayor parte de su vida en Moscú. Y aunque Alek había vivido toda su vida en Estados Unidos, también prefería por mucho el clima frío y nublado de Rusia cuando visitaba a su familia.
Alek recordaba con cierta melancolía los días en San Petersburgo cuando el sol apenas se dejaba ver y el frío calaba hasta los huesos. Se dejó caer a su lado sin decir palabra. Con Kai nunca era necesario.
—No pudo tocarnos una peor hora —se quejó, recargándose hacia atrás.
Kai gruñó como señal de acuerdo. No estaba de humor. Al menos, al aire libre, tenía más espacio personal. O quizás era el hecho de que por fin había más hombres presentes.
Entreabrió los ojos grises, observando cómo las chicas de su grupo charlaban animadamente.
Gruñó de nuevo. Las mujeres podían ser verdaderamente exasperantes.
Una carcajada hizo que Alek alzara la vista. Asher y James estaban sentados a ambos lados de Tailime. Ella recargaba la cabeza en el hombro de Asher mientras observaban al inglés reír.
Alek frunció el ceño. Sabía que Asher y ella eran amigos, pero estaban demasiado cerca.
Y entonces lo notó: aunque ambos miraban a James, solo Tailime sonreía levemente. Asher mantenía el rostro serio. Quizá Alek no era el único incómodo con la cercanía.
—¿Tu hermana está enferma?
Kai abrió los ojos completamente y alzó una ceja.
—¿Qué quieres decir con "enferma"?