El viaje al embalse de Camanche, donde se llevaría a cabo el campamento, resultó monótono y aburrido.
Llenaron un total de cuatro autobuses, y sin importar el salón al que pertenecieran, todos eran libres de sentarse con quien quisieran. Tai nunca entendió por qué Asher terminó sentándose justo detrás de ella, con el ceño fruncido, en el preciso momento en que James llegó sonriente a ocupar el asiento a su lado.
El trayecto duró poco más de una hora. Por alguna razón, al autobús se le ocurrió proyectar una película que fue ignorada por completo: todos los estudiantes estaban más entretenidos platicando entre ellos.
Poco antes de llegar, el profesor encargado del grupo se levantó para llamar su atención. Les informó que, una vez bajaran, tendrían que caminar por el parque hasta encontrar una zona suficientemente amplia y abierta para instalar las casas de campaña y dar inicio al campamento.
El clima para ese fin de semana no era precisamente el ideal para acampar: una neblina ligera humedecía el ambiente, empañando los vidrios del autobús. Tai miró por la ventana, intentando descifrar las formas más allá del vidrio empañado.
El autobús se detuvo de pronto, provocando varios sobresaltos y golpes secos en el pasillo. Al parecer, algunos se habían pasado todo el viaje de pie y fueron a dar al suelo con el frenazo inesperado.
—¡Ouch!
Tai soltó una risa. Uno de ellos tenía que ser Harry.
El profesor, que ya preveía el caos, se hizo a un lado para evitar ser arrollado por la estampida de alumnos cuando llegaron al estacionamiento. Aún así, intentó gritar instrucciones, completamente consciente de que nadie le haría caso.
James fue amable al hacerse a un lado y dejarle el paso a Tai. Ella tomó su mochila del portaequipaje y se enfiló hacia la salida.
Pero un mal paso, unos escalones húmedos y su mente —como siempre— en otro mundo, bastaron para que Tai tropezara al bajar.
Lo que no se esperaba era terminar frente a frente con cierto rubio del que pensó haberse librado al creerlo en otro autobús.
Ambos se miraron con los ojos muy abiertos, a escasos centímetros de distancia. No llegaron a tocarse, porque James —en un acto casi heroico— rodeó con su brazo la cintura de Tai, evitando que cayera.
Alek se había detenido, con los brazos extendidos, listo para atrapar a quien fuera que le caía encima. Pero al encontrarse con los ojos verdes de Tailime, se quedó congelado. Tardó unos segundos en entender por qué ella nunca llegó a sus brazos.
James se acomodó detrás de ella, dándole espacio para estabilizarse. Alek hizo una mueca, medio oculta bajo la bufanda que llevaba puesta.
—Mne zhal' (Perdón) —susurró Tai, apenas audible.
Alek parpadeó. Una pequeña sonrisa ladeó sus labios.
—Ne bespokoytes' ob etom. (No hay cuidado.)
Tai se quedó pasmada. Lo vio alejarse detrás de sus amigos, aún asimilando que le hubiera respondido en ruso.
—¿Estás bien? —preguntó Asher, asomando la cabeza por detrás del hombro de James, con una ceja alzada.
Tai sonrió, algo apenada.
—Sí —murmuró, desviando la mirada hacia el camino que Alek acababa de tomar.
—Eres algo torpe, ¿lo sabías? —rió James al bajar.
Ella solo sonrió mientras retomaban el camino por el sendero hacia el campo abierto. James no se le despegó con la excusa de que podía salvarla si caía por un barranco. Caminaba a su lado, conversando con Harry, mientras Mia, Emma, Max y Asher los seguían a unos pasos.
Tai escondió boca y nariz entre su bufanda, las manos metidas en las bolsas de la abultada chamarra que la protegía del frío. La humedad del entorno y la falta de sol los tenían a todos tiritando.
Sus ojos no se apartaban del rubio que caminaba a unos metros al frente. La mochila que cargaba era el único obstáculo que le impedía verlo de lleno. Si las miradas fueran armas, ya le habría perforado la nuca.
Con qué facilidad había captado su atención.
Aunque tratándose de él, no era difícil que su mente se desbalanceara durante un buen rato. Pero incluso esta vez, sabía que el motivo era ridículamente insignificante.
Alek le había respondido. En ruso.
Frunció los labios al recordar cómo él se giró para volver a su camino, con esa sonrisa grabada en los labios. Arrugó la nariz, y la bufanda se deslizó, dejándola expuesta al frío. No pareció importarle. Respiró profundo, como si el aire frío pudiera calmarla.
Esa sonrisa altanera le había parecido una bofetada mental por haber creído, siquiera por un segundo, que estaba comenzando a sentir algo por él otra vez.
Y sin embargo, la forma en que la había mirado justo antes de atraparla... Como si al principio hubiera estado dispuesto a recibir a quien fuera, pero al darse cuenta de que era ella, se le hubiera detenido el mundo por un segundo. Eso la hizo bajar la vista al lodo.
Tai sabía que Alek hablaba y entendía ruso. Lo que no se esperaba era que le siguiera el juego a su impulso de hablar como extranjera.