Tai se encontraba parada frente al espejo. Ladeó la boca, observándose de la cintura para arriba. La camisa de mangas recogidas que llevaba no resaltaba su figura en lo absoluto. Pero se sentía cómoda así. Después de todo: a la moda lo que te acomoda, ¿cierto?
Dejó caer los brazos a sus costados mientras su mirada se detenía en su cabello rojo.
Rojo.
Suspiró, tomándose un mechón que descansaba sobre su espalda, y se observó las puntas con atención. Nunca había sido muy fan de teñirse el cabello de otro color. ¿Qué necesidad había de hacerse esclava del tinte cada dos o tres meses?
Aun así, se miró al espejo con atención, analizándose. ¿Se vería bien con el cabello negro?
Tai dejó de acariciarse el mechón en cuanto se dio cuenta de lo que se estaba preguntando.
¿En serio pensaba teñirse el cabello negro? ¿De dónde había salido esa idea tan absurda?
Ah, claro. De Arizona, de Anna... y su maldita semilla de la duda.
El entrenamiento no había sido precisamente fácil de ver. Cada vez que Tai dirigía la vista hacia la alberca, solo tenía tres opciones: James, que cada que podía alzaba el brazo para saludarla; Alek, que tras recuperarse de parecer un idiota a la entrada de los vestidores —cuando Isabella le acomodó la gorra—, se había sumergido en su papel de nadador estrella; y precisamente Isabella, la tercera opción... a la que Tai no podía dejar de observar.
Era su polo opuesto. Extrovertida, carismática, y encantada de recibir la atención que Carl le daba cada vez que la usaba como ejemplo. Su risa resonaba en cada rincón del auditorio, y más de una vez, Tai vio a Alek sonreír en respuesta.
Y ese dolor en el estómago no mejoraba en lo absoluto.
Pensándolo bien, eso hubiera sido la excusa perfecta para no ir a casa de Arizona después. Pero conociendo a sus nuevas compañeras de equipo, Tai estaba segura de que Arizona no dudaría en decirle al profesor que ella no había aportado nada. Y reprobar no era una opción.
Así que, con los ánimos por los suelos, tuvo que soportar tres horas en una habitación con personas con las que no tenía el más mínimo interés de pasar una tarde agradable.
Aunque... no fue tan desagradable como esperaba. Solo tuvo que sentarse frente a la laptop de Arizona y escribir lo que los demás dictaban.
Tai se talló el rostro una vez más, intentando destensarse. Apenas era el primer día de trabajo en equipo.
Volvió a mirarse al espejo. No era una Miss Universo, pero siendo objetiva... tampoco era fea. Ya encontraría la manera de verse bonita. O, al menos, de sentirse así.
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—Quiero felicitarlos por el estupendo trabajo que han hecho hasta ahora —anunció el profesor Lewis, levantando un montón de papeles que tenía en la mano izquierda—. He revisado minuciosamente sus entregas, y debo decir que, a pesar de algunas faltas de ortografía y ciertos errores de estructuración, todos parecen estar comprendiendo el verdadero valor del trabajo en equipo. Hasta el momento no he recibido ninguna queja, y la primera fase del proyecto va en orden.
El profesor comenzó a caminar entre los escritorios, entregando los documentos a cada equipo.
—Revisen el archivo y hagan las correcciones correspondientes. Además, para la próxima semana, deberán realizar un reconocimiento del lugar que están investigando.
—¡Pero...! —Ben alzó la mano con desesperación.
El profesor Lewis ni siquiera se molestó en darle la palabra.
—Para aquellos cuyo objeto de estudio se encuentre a más de treinta kilómetros de Sacramento, esta parte no aplica. Pero en su lugar, tendrán que conseguir alguna fotografía aérea o imágenes de internet donde se aprecie claramente el impacto ambiental. ¿Quedó claro?
—Siempre me emocionan los viajes de estudios —comentó James, acercándose tanto a Tai que casi la obligó a enderezarse en su silla para darle espacio—. Solo espero que esta vez no salgas herida, Tailime.
Tai sonrió, algo avergonzada, al escuchar eso. Le echó un vistazo rápido al documento antes de pasárselo a Arizona, quien se lo arrebató de las manos con un gesto impaciente para revisar los errores por sí misma.
—Revisen bien el documento —añadió el profesor Lewis, mirando su reloj—. Faltan cinco minutos para que suene la campana. Reúnanse con su equipo y pónganse de acuerdo para la siguiente fase del proyecto.
—Bien —dijo Arizona, ladeando la boca mientras pasaba las hojas con agilidad—. No tenemos tantos errores, pero hay que corregirlos cuanto antes. Con respecto al viaje...
—No podemos ir, Arizona —la interrumpió Anna con tono alarmado—. Este fin de semana tenemos los regionales del campeonato de porristas. ¡No podemos hacerlo ahora!
Arizona la fulminó con la mirada. Por supuesto que sabía que ese fin de semana eran las eliminatorias regionales, y que era fundamental que no faltaran. Chloe no se los perdonaría ni en un millón de años. Aún cargaba con las secuelas de haberla retado durante las elecciones del equipo de porristas, y aunque Chloe finalmente aceptó su berrinche de no integrar a ninguna otra postulante, Arizona sabía que en cuanto bajara la guardia, Chloe metería a la primera idiota que se le cruzara, solo por molestarla.