Tai detuvo el auto en el estacionamiento cercano al malecón de la bahía que Alek les había indicado. No había construcciones extravagantes alrededor, solo una hilera de puestos improvisados hechos con tablas y techos de palma, donde se podía encontrar de todo. El camino de madera que recorría el malecón se confundía con la arena suelta sobre las tablas, dándole un aire rústico y veraniego. Algunos puestos vendían bebidas y comida; otros, souvenirs, accesorios, y uno que otro ofrecía ropa de playa para los olvidadizos o improvisados.
Como ellos.
Lo primero que hicieron fue dirigirse a una tienda de trajes de baño. Alek fue el primero en adentrarse hacia la sección de hombres, revisando modelos y precios en los estantes. El olor a basura se había disipado un poco gracias al viento de la carretera, pero aun así la dueña del local arrugó la nariz apenas entraron.
—¿No vas a entrar a comprar un traje? —le preguntó Tai a James, que se había quedado junto a ella en la entrada, entretenido observando los gestos irritados de Alek ante los precios.
—Supuse que había posibilidad de que termináramos nadando —se encogió de hombros con las manos en la nuca—. Así que traigo puesto el mío.
Tai bajó la mirada a las bermudas coloridas con palmeras negras que James traía puestas, sorprendida de descubrir que no eran solo unas bermudas comunes.
Pero su atención se desvió en cuanto Alek regresó, visiblemente fastidiado.
—Deberíamos ir a otra tienda —murmuró con desdén—. Los precios aquí son ridículos. No pienso pagar quinientos dólares por un pedazo de tela.
—Tailime podría comprártelo, ¿no? —James la miró como si la idea fuera evidente.
Tai frunció el ceño, confundida.
Alek soltó un bufido de hastío.
—¿Perdón?
—Sí. Tailime es rica. Podría pagarlo sin problema.
Tai parpadeó. Aunque James ya sabía que su familia tenía dinero, eso no significaba que anduviera por la vida despilfarrando.
Alek los miró con una expresión molesta, pero no dirigida a ella, sino a James.
—Llevo años conociendo a los Nazarova —dijo en tono ácido—. Soy el mejor amigo de Kai, y nunca me he aprovechado de su dinero. No voy a empezar hoy con su hermana solo porque no puedo meterme al agua.
Sin esperar respuesta, Alek se alejó murmurando que podía comprarse sus propias cosas sin recurrir a nadie.
—Entonces no tiene sentido venir si no piensas meterte —replicó James, haciendo que Alek se detuviera—. A menos que quieras quedarte en ropa interior mientras se seca tu ropa.
Tai tragó saliva, sintiendo cómo el rubor le trepaba hasta las orejas.
Ya le costaba trabajo ver a Alek en traje de baño durante los entrenamientos. Siempre desde lejos, siempre desde las gradas. Pero ¿tenerlo semidesnudo y en ropa interior a escasos metros de distancia?
Definitivamente no saldría viva de esta.
Su cuerpo actuó antes que su mente. Caminó hacia Alek y lo tomó de la muñeca, tirando de él hacia los puestos más adelante.
—¿Q-qué estás haciendo? —tartamudeó él, sorprendido, mientras sus mejillas se encendían.
—Vamos a comprarte un traje de baño —Tai se sorprendió al hablar sin titubeos, aunque por dentro todo su cuerpo temblaba.
—Oye —la detuvo, sin soltarla—. Ya te dije que no tienes que comprarme nada. No le hagas caso a Grant.
Tai parpadeó. Sentía que se le normalizaba un poco la respiración, pero seguía igual de nerviosa. Miró de reojo las tiendas, buscando algo accesible, una excusa para convencerlo.
—Escucha, no me verás en ropa interior, si eso es lo que te preocupa —añadió Alek, adivinando sus pensamientos. El leve temblor de su mano la delataba—. Puedo meterme al agua con ropa. No hay necesidad de que gastes tu dinero en mí. La que sí necesita un traje de baño eres tú. Así que, ¿qué te parece si vamos a comprar el tuyo?
Alek soltó su muñeca, y Tai se dio cuenta con sorpresa de que aún lo sujetaba.
Pero lo que más la desconcertó fue que él, en lugar de alejarse, fue ahora quien le tomó la muñeca a ella, esta vez con delicadeza, y la guió hacia las tiendas.
Uno de sus pies se atascó entre las tablas del suelo, haciéndola tropezar. Alek soltó una risita.
Tai se mordió los labios, tratando de ocultar su propia sonrisa. No había sido una risa burlona, solo una reacción natural. Y eso... eso le gustó más de lo que quería admitir.
Caminaron hasta la siguiente tienda, y justo cuando él soltó su brazo, ella sintió de inmediato la ausencia del contacto.
—¿Bien? —preguntó Alek, cediéndole el paso.
Tai miró el interior de la tienda, escaneando la mercancía. En la tienda anterior ni siquiera se había molestado en entrar: solo había bikinis expuestos, y ni loca pensaba exponer su cuerpo, tan transparente como era. Pero esta tienda parecía tener varios modelos de una sola pieza.
Dio un paso hacia dentro. El olor a coco artificial fue un cambio agradable respecto al de basura que los chicos habían traído consigo durante todo el camino.