La Historia Entre Los Dos [libro #1] (editado)

22 ⌘ La Escena Del Muelle

Volver a la escuela aquel lunes se sintió... irreal.

Alek llegó un poco más tarde de lo habitual, lo suficiente para encontrar los pasillos abarrotados. Muchos lo saludaban y lo felicitaban por su desempeño en los regionales. Él intentaba sonreír, pero la emoción no le llegaba a los ojos.

Después de haber regresado al estadio con Kai, acompañó a sus amigos al restaurante donde celebrarían el triunfo. Arizona y Anna estaban eufóricas, y no solo por los resultados. Pasaron buena parte de la noche charlando con Isabella, mirándolo de reojo cada tanto.

Alek apenas probó la comida. Se despidió temprano, con un sabor amargo en la boca. Luka trató de convencerlo de ir a casa de Kim para seguir celebrando, pero al ver su expresión decaída, no insistió.

El resto del fin de semana lo pasó ayudando a su madre con los quehaceres. Se mantuvo ocupado podando el jardín, lavando platos, sacando cajas del desván—todo para no pensar. Pero pensar era inevitable. Cada vez que se quedaba solo, su mente volvía al mismo punto: el beso con Isabella. O más bien, a lo que ocurrió después de ese beso.

Tailime.

¿Por qué se había ido del estadio después de su prueba de dorso? ¿Había sido por el beso?

Se repitió esa pregunta decenas de veces entre viernes y domingo, como si la respuesta le fuera a llegar en forma de mensaje divino, como si las nubes fueran a partirse y una luz bajara hasta él para confirmarle que sí, que era un idiota.

Se acostó tarde las dos noches, mirando al techo, recordando el beso con culpa. No lo había planeado. Isabella se acercó, lo felicitó, lo abrazó. Y luego todo pasó demasiado rápido. Los aplausos, las luces, los gritos. Él sintió euforia, sí, pero no por Isabella. Fue el momento, la energía... y sin embargo, cuando sus labios se tocaron, lo único que sintió fue frío.

Un frío familiar. Ese que sentía cada vez que pensaba que Tailime había visto el beso en primera fila.

Alek tragó saliva con fuerza más de una vez durante el fin de semana al imaginarlo. La imagen de Tailime de pie entre la multitud, congelada, con esa expresión que solo él sabía leer, lo perseguía como una sombra muda.

Y si se puso mal, si de verdad le dolió, si eso fue lo que la hizo irse sin decir nada...

...entonces, ¿qué significaba?

¿Que le importaba?

¿Que aún sentía algo?

¿O solo fue decepción?

Y si le dolió, ¿qué derecho tenía él de sentirse mal por eso, cuando fue él quien besó a otra?

«No fue nada», se repitió el sábado por la tarde, mientras limpiaba el jardín. «No fue un beso con intención. Tailime ni siquiera... ni siquiera ha dicho que siente algo. No debería importarle si no siente nada.»

Pero esa excusa se deshizo en su cabeza una y otra vez.

Cuando llegó al salón esa mañana, se detuvo en la puerta. Tailime ya estaba sentada en su lugar, con los ojos puestos en un libro y los audífonos en los oídos, completamente aislada del mundo.

Alek respiró hondo. Agradeció que James no estuviera, y que ni Anna ni Arizona hubieran llegado aún. Quería hablar con ella sin interrupciones.

Entró con paso firme y se detuvo junto a su lugar.

Tailime alzó la vista con desgano, como si no se hubiera percatado de su presencia. Pero en cuanto sus ojos verdes lo enfocaron, parpadeó varias veces y se enderezó en su asiento, quitándose los audífonos.

—Hey.

—Hola —respondió ella en voz baja, desconcertada por el tono serio de Alek. Pero luego suavizó su expresión con una sonrisa—. Felicidades por el sábado. No sabía que las competencias podían ser tan reñidas.

—Escucha... —Alek habló con un tono contenido, irritado, como si contuviera mucho más de lo que decía.

Estaba harto. Harto de verla reprimir sus emociones. Harto de ese intento constante por fingir que todo estaba bien. De esa costumbre de moldearse para encajar. Tailime no tenía por qué estar sonriendo. No después de lo que había visto.

—Sobre el sábado... Sé que viste el beso que me dió Isabella.

Tailime parpadeó, pero no dijo nada.

—Solo quiero que sepas que no significó nada. Yo no siento nada por ella.

Ella volvió a parpadear un par de veces, como si buscara las palabras adecuadas, hasta que soltó una risa nerviosa. Miró a su alrededor, evitando hacer contacto visual con él.

—No entiendo por qué me estás diciendo eso.

Porque quería aclarar las cosas y poner las cartas sobre la mesa. Porque si quedaba aunque fuera un resquicio de esperanza, la más mínima oportunidad de que Tailime aún albergara los mismos sentimientos, entonces él...

—Tailime, yo...

Pero no pudo continuar. Unos brazos alrededor de su cuello lo interrumpieron de golpe. Arizona, riendo en su oído, lo abrazaba con efusividad. Y lo siguiente fue ver a Anna sentarse en el lugar de James, sonriendo con complicidad.

—¡El sábado fue increíble, Alek! —exclamó Arizona. Luego se giró hacia Tailime con una sonrisa tan plástica que hasta ella se desconcertó—. ¡Debiste verlo, Tailime! Fue impresionante.




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