Tres días habían pasado desde aquella tarde en la cafetería, cuando Luka le había metido en la cabeza a Alek la absurda —y peligrosa— idea de besar a Tailime Nazarova.
Desde entonces, su concentración había sido un desastre. Estuvo a punto de perder la marca al dar la vuelta en la alberca por estar distraído. No era sano pensar en besar a la hermana de su mejor amigo mientras entrenaba, considerando que dicha actividad incluía el riesgo de ahogarse.
El sonido amortiguado del agua y el esfuerzo de contener la respiración le ayudaban a mantenerse en el presente, al menos durante unos minutos.
Había tenido un sueño extraño la noche anterior. Algo parecido a aquella vez en que Tailime fue a acompañar a James a las pruebas de natación. Solo que, en su sueño, ella le sonreía en lugar de fruncir el ceño. Un cambio interesante respecto a la realidad. En el sueño, Alek se acercaba decidido, y justo antes de tocarla... se despertó.
Estaba seguro de que, de haber continuado, la habría tomado en brazos.
Eso lo tenía claro. No con brutalidad, sino con urgencia. Como quien no piensa. Como quien siente. Como quien no puede seguir guardándose lo que lleva tragándose por semanas.
Se imaginó bajando la cabeza, lo justo para rozarle la frente con la suya, respirando ese aroma tan suyo —rosas frescas, suaves—. Siempre olía así. Como si tuviera la intención específica de joderle el cerebro.
En su mente, Tailime se quedaba quieta. Sorprendida, tal vez. Pero no se alejaba. Lo miraba con esos ojos enormes, como si estuviera a punto de decir algo… pero no alcanzaba, porque él se inclinaría más.
Y la besaría.
Despacio. Al principio como un tanteo. Pero ella no se resistiría. Se quedaría ahí, temblando apenas, y eso bastaría para que él la sujetara con más firmeza. Una mano en su cintura. Otra en su nuca. El beso se volvería más profundo, más real. Sentiría la calidez de su boca, la suavidad que ya imaginaba desde antes. Y los sonidos... pequeños, como los suspiros que hacía cuando se reía bajito. Solo que en vez de ser tiernos y suaves, Alek los escuchó en su mente lentos, tortuosos y cargados de necesidad.
Eso lo volvería loco.
Porque no sería un beso cualquiera. Sería uno de esos que sabía que no debería dar, pero que lo marcarían para siempre. El tipo de beso que lo obligaría a repensar cada intención que tenía con la hermana de su mejor amigo.
Y otra vez —como castigo divino— perdió el ritmo. Por poco se estrellaba contra la pared, por lo que optó por detenerse antes de causar un accidente. Jadeando, se quitó los goggles y la gorra mientras intentaba calmar su corazón... por el ejercicio y por la escena tan vívida que su imaginación acababa de regalarle.
Y ni hablar del hecho de que Tailime aún no le regresaba la sudadera. Eso lo hacía imaginar el escenario ideal: ella, abrazada a la tela, usándola para conciliar el sueño.
Ja. Como si eso fuera real. Seguro había terminado arrugada en el suelo de su cuarto, olvidada entre los libros y más ropa.
Fue entonces que levantó la vista y notó que James y Andrew estaban fuera del agua. Andrew estaba empapado, recién salido de la alberca, y ambos miraban en dirección a las gradas, hablando en voz baja, como si discutieran una estrategia.
Sin pensarlo mucho, Alek se impulsó fuera de la alberca. Se peinó el cabello hacia atrás con la mano, y con los goggles colgando de sus dientes, intentó volver a colocarse el gorro sin éxito.
—¿Qué pasa? —preguntó al llegar junto a ellos, desistiendo de la gorra. De todos modos, no pensaba regresar al agua.
—Jayden Rogers —dijo James simplemente, sin apartar la vista de las gradas.
Alek giró el rostro en esa dirección y lo vio. Jayden estaba sentado en las primeras filas, junto a la entrada, fingiendo demencia pese a saber que varios miembros del equipo lo estaban observando.
—¿Qué demonios hace aquí? —quiso saber Alek con frialdad en la voz.
—Lo vi cuando llegamos —respondió James—. Pero no le presté atención hasta que Robert notó que ella estaba cerca.
Andrew señaló con la cabeza hacia el banquillo donde los nadadores dejaban sus cosas. Alek frunció el ceño.
Allí, entre mochilas y toallas, estaba Tailime. Sentada, con la mirada fija en una libreta que descansaba sobre sus piernas. Avergonzada. Encogida. Oculta entre los objetos como si quisiera desaparecer.
—Estaba a unas filas de Rogers —explicó Andrew—. Por la expresión que traía, parecía estar intentando huir de él.
Alek volvió a mirar hacia las gradas. Jayden desvió la mirada, incómodo bajo tantas miradas, pero sin moverse. Sin vergüenza. Sin irse.
—Tailime dijo que este era el único lugar donde se sentía segura —añadió James, suspirando mientras se llevaba las manos a la cintura—. Le dijimos que podía quedarse en la banca hasta que terminara el entrenamiento. Después, alguno de nosotros la acompañaría a casa.
Alek se pasó las manos por la cara, empapado. Despidió a James y Andrew con un gesto antes de encaminarse hacia la banca.
Cada paso que daba resonaba sobre el piso húmedo. Tailime se tensó al escuchar que alguien se acercaba, pero no levantó la mirada.