Alek leyó el letrero de «Veterinaria DiMarco» que coronaba la gran bodega antes de estacionarse en el espacio designado para el local. Observó a su alrededor, tratando de confirmar lo que Luka le había dicho el día anterior durante el almuerzo cuando preguntó dónde trabajaba Tai.
Al principio, Kai lo había mirado como si estuviera loco. Luego se encogió de hombros, diciendo que, probablemente, en algún momento lo había mencionado. Luka, por su parte, muy orgulloso, se apresuró a informar que Tai trabajaba en la pequeña clínica veterinaria de la familia DiMarco.
«—No es mi culpa que bloquearas todo lo relacionado con Tailime hasta que te golpeara como un mazo para voltearla a ver —había dicho Luka, sin rastro de reclamo. Más bien, se burlaba de la ignorancia de su amigo.»
Alek volvió a examinar el edificio al bajar del auto. Luka había dicho que era una pequeña clínica, pero la bodega frente a él distaba mucho de ser pequeña.
El letrero de la veterinaria estaba adornado con dibujos caricaturescos de un perro y un gato, y las paredes exteriores eran alegres y coloridas. Desde el estacionamiento se escuchaban varios ladridos, lo que le permitió suponer que había bastantes perros en el interior.
El acceso era sencillo: paredes blancas tapizadas con información sobre gatos, perros y hasta aves, además de estanterías repletas de comida para mascotas. Al fondo se encontraba una recepción de madera, tras la cual apenas se asomaba una pequeña cabeza de cabello castaño claro. Las puertas automáticas se abrieron cuando Alek se acercó lo suficiente, dejándolo escuchar una canción de Britney Spears como música de fondo.
La persona tras la recepción no se inmutó, moviendo la cabeza al ritmo de la canción. Alek distinguió que se trataba de un niño de unos diez años, completamente concentrado en el Game Boy que tenía entre las manos.
Miró alrededor, esperando encontrar a algún adulto a quien dirigirse, pero al no ver a nadie más, caminó hacia el mostrador y se aclaró la garganta, esperando a que el niño lo notara.
El pequeño levantó los ojos, grandes y de color chocolate, parpadeando con desconcierto antes de regalarle una sonrisa amable.
—Bienvenido a la Veterinaria DiMarco, ¿en qué puedo ayudarte?
—Busco a Tailime Nazarova —respondió Alek con una sonrisa, recargando los brazos sobre la recepción.
El niño se incorporó en la silla, asomándose por encima de la barra para mirar a los pies de Alek. Frunció el ceño al no encontrar lo que, al parecer, esperaba ver en el suelo. Luego alzó la mirada con una expresión confundida, como si estuviera analizándolo.
—¿Vienes a ver a sus perros?
Alek parpadeó, desconcertado por la pregunta. Puede que hubiese pasado por alto varios detalles de la vida de Tai, pero estaba bastante seguro de que Kai nunca mencionó que su hermana tuviera perros.
Negó con la cabeza, manteniendo la sonrisa.
—No, soy amigo suyo. Solo quería saludarla.
El niño entrecerró los ojos e hizo una mueca de sospecha.
Alek se sintió, por primera vez en su vida, auténticamente juzgado por una criatura tan pequeña. Se irguió y puso las manos a los costados, como para demostrar que no escondía intenciones dudosas. Llevaba la ropa más cómoda que había encontrado para pasar el sábado: jeans desgastados, una playera blanca y sus sneakers blancos.
Finalmente, los ojos chocolate volvieron a subir a su rostro. El niño tomó el pequeño micrófono detrás de la barra, y sin apartar la vista de Alek, presionó el botón y habló con voz clara:
—Tai, te buscan en la recepción.
De nuevo, el lugar se quedó en silencio, salvo por otra canción de Britney Spears de fondo.
Suponiendo que el niño seguiría juzgándolo, Alek prefirió distraerse observando la decoración del local.
Había varios folletos circulares sobre campañas de vacunación, paquetes de baño para mascotas y la invitación a un evento de recaudación. En el muro izquierdo, distinguió un corcho repleto de fotografías de distintos eventos a lo largo del año, muchas de ellas mostrando perros con gorros de Santa Claus o con orejas de conejo.
Caminó hasta allí y sonrió al descubrir que no solo había fotos de animales, sino también del equipo de trabajo de la veterinaria. Reconoció a Mia en un par… y a Tai en varias más.
Una en particular capturó su atención: una imagen de Tai bañando a un San Bernardo, tomada justo en el momento en que el perro se sacudía el agua. Tai estaba empapada, con el rostro lleno de gotas y espuma, pero reía con tanta libertad que la imagen le provocó una sonrisa inevitable.
Alek seguía sonriendo cuando escuchó ruido detrás de la recepción. Una puerta corrediza de cristal se abrió, y Tai apareció agachada sobre el tapete de bienvenida, quitándose unas botas de lluvia.
Aprovechando que aún no lo había notado, Alek se tomó un segundo para observarla de lejos. Vestía una playera verde de mangas cortas, y sobre esta un overol de mezclilla con algunas manchas de agua. Llevaba el cabello trenzado en dos trenzas francesas que caían sobre sus hombros, dejando sueltos algunos mechones rebeldes. En una mano sostenía un atomizador, que no soltó a pesar de maniobrar con dificultad.