La dinámica en la cafetería a partir del lunes fue diferente… y algo extraña al mismo tiempo. Tai sabía que todo eso de las “sugerencias para canciones” terminaría siendo solo un pretexto para desvirtuar el trasfondo de las prácticas del club de canto. Así que bastó apenas un día y medio para que todo cambiara.
Para entonces, la mayoría de los alumnos ya sabían que, en cualquier momento, los chicos podrían empezar a cantar. La novedad radicaba en que las chicas comenzaron a aprovechar la categoría de sugerencias anónimas para expresar sentimientos ocultos.
Y, al final, no fue raro que la primera víctima fuera Kai.
De estar leyendo un libro mientras esperaba a que Luka y Serge terminaran su almuerzo, Kai se vio de pronto rodeado por el grupo de canto, mirándolo expectantes. Parpadeó varias veces antes de que uno de los chicos comenzara a contar… y el beatbox iniciara.
Tai soltó una risita, junto con Emma, cuando Sasha empezó a cantar Teenage Dream, justo en el momento en que Kai resoplaba, ofendido, volviendo a clavar los ojos en el libro sobre la mesa. Alek, por su parte, parecía bastante entretenido con la escena, así que terminó por mover la cabeza al ritmo de la canción mientras le daba apoyo moral a su amigo.
Con esa canción se dio por inaugurada la dinámica que Mia bautizó como Serenatas Anónimas, de las cuales al menos tres, de cada diez, terminaban dirigidas a la mesa de su hermano.
Curiosamente, no todas eran para Kai. Como Tai había comentado a principios de año —con sarcasmo— al enumerar las increíbles cualidades de Alek, él también era bastante popular. Y al ser más accesible que Kai, muchas chicas habían tenido al menos una breve interacción con él, algunas confundiendo su caballerosidad con coqueteo.
Tai debía admitir que verlo por primera vez rodeado por los chicos del coro le provocó una extraña mezcla de sentimientos que no creía posibles de tener al mismo tiempo.
Porque, aunque se habían besado, eso no significaba que fueran exclusivos.
No era una queja. En realidad, le gustaba que Alek se tomara las cosas con calma. Estaba segura de que volver a besarlo, aunque fuera una sola vez más, bastaría para provocarle una arritmia mortal. Aun así, el coqueteo entre los dos era sutil. Lo justo para que ambos lo notaran… y suficiente para que a Tai le revolotearan mariposas en el estómago.
Cada vez que el coro se reunía en torno a Alek, él giraba hacia la mesa de Tai, buscándola con la mirada y alzando una ceja con una pregunta muda. Tai le respondía con una sonrisa cómplice y un suave movimiento de cabeza, asegurándole que la canción no era de su parte.
Alek entonces hacía un puchero decepcionado… pero igual escuchaba a los chicos con atención, simplemente por cortesía. Al menos Mia tenía la decencia de no cantar cuando las canciones iban dirigidas a la mesa de su hermano.
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El miércoles por la mañana, Tai llegó temprano al salón. Solo Ben Cooper y otro chico de las filas traseras estaban ahí, así que dejó su mochila en el suelo y colocó sobre la mesa el grueso libro que llevaba entre las manos. Lo abrió justo donde tenía doblada la esquina y se colocó los audífonos para bloquear el sonido del resto de los alumnos llegando, acomodándose para concentrarse en su lectura.
Había leído dos páginas cuando sintió movimiento delante de ella. Notó cómo alguien tomaba el banco de enfrente, pasaba la pierna al otro lado y se sentaba con el pecho recargado en el respaldo. Tai alzó la vista… y se encontró con los zafiros de Alek dedicándole una sonrisa.
Se quitó un audífono, dejando la música de fondo aún en el otro.
—Hey —saludó Alek, recargando la barbilla sobre sus brazos cruzados en el respaldo del banco—. ¿Otra vez leyendo y escuchando música clásica?
Tai asintió con una sonrisa mientras se quitaba el segundo audífono.
—A veces dibujo —se encogió de hombros.
—Necesito ver esos dibujos algún día —resopló Alek, divertido, pero no insistió. En lugar de eso, señaló el libro con la barbilla—. ¿Qué estás leyendo ahora?
—Sherlock Holmes —dijo Tai, cerrando el libro para mostrarle la portada.
—¿Y tu separador? —preguntó Alek al notar la esquina doblada de la página y tomarla entre sus dedos.
—Lo perdí —confesó Tai, mordiéndose el labio. Recordaba haberse despertado por la mañana buscando el separador entre sus sábanas, sin éxito alguno—. Tengo que pasar a comprar uno en la librería después.
Alek no dijo nada después de eso. Siguió jugando con la esquina doblada de la hoja, y Tai, al ver que no agregaba nada más, volvió su atención al texto. Intentó leer la misma oración tres veces sin entenderla… pero no podía concentrarse.
Tener a Alek tan cerca dispersaba por completo su atención.
Así que fingió que seguía leyendo, aunque su mirada divagaba entre las letras.
—Tai…
Alzó la mirada hacia Alek, con el estómago encogido. Desde que él comenzó a llamarla por su nombre, todo en su interior se convertía en gelatina. Pero cuando usaba su apodo… esa gelatina se volvía magma.
Tai se removió en el asiento, mientras Alek se rascaba la cabeza, un poco cohibido.