Cuando Tailime había dicho que no tenía mucha experiencia en citas, también se refería a lo que ocurría después. Apenas cerró la puerta de su casa y se recargó en ella, sin poderse creer lo que acababa de hacer, fue interceptada por su madre, quien la condujo directamente al salón del té.
Se requirió un informe detallado durante la sesión.
Y eso sin contar las llamadas perdidas de Mia, que Tai descubrió justo al terminar su conversación materna.
Sabiendo que sería castigada socialmente si pasaba un segundo más sin devolver la llamada, pasó otras dos horas al teléfono con sus mejores amigas. Una de ellas incluso terminó dejándolas sordas cuando Tai repitió la pregunta que Alek le había hecho en el café y la mención del beso de despedida.
El resto del fin de semana transcurrió con normalidad. La comunicación con Alek no cambió en absoluto: se enviaban memes y tonterías por redes sociales como si nada.
Era como si la cita no hubiera marcado un antes y un después.
Y es que, según todo lo que Tai había leído sobre relaciones, debía existir una “fase de luna de miel”; esa etapa cursi y empalagosa donde las parejas se volvían inseparables y empezaban a fastidiar a sus amigos con tanto contacto físico.
Emma, por su parte, aseguraba que su luna de miel había empezado desde el día de la biblioteca. Considerando que apenas habían sido amigos por poco tiempo, sus interacciones se habían intensificado desde entonces.
Tai agradecía, sin embargo, no ser parte de la típica pareja ridícula con la necesidad de estar veinticuatro horas pegados.
Así que, al llegar a la escuela, no esperaba que nada cambiara. Siguió su rutina habitual, deteniéndose en la puerta del salón para buscar con la mirada a cierto rubio que, como siempre, miraba por la ventana.
Cuando Alek notó su presencia, le regaló una sonrisa perezosa que le robó el aliento. Y si bien juraría que el piso se le movió por eso… la verdadera causa de su tambaleo fue una melena castaña que apareció de la nada y la tomó por el brazo.
Anna la arrastró hasta su escritorio, dejó la mochila en el suelo y jaló el banco con determinación, clavando en ella una mirada intensa. Pero su expresión cambió apenas notó la cara de susto de Tai. El ceño fruncido se disolvió en una sonrisa entusiasmada, lo cual solo la descolocó más.
—Alek es un inútil para contar detalles —fue lo primero que dijo Anna, como si eso explicara su comportamiento—. ¡Así que es tu deber contarme todo lo que pasó en la cita!
Tai parpadeó, procesando la exclamación que, curiosamente, sonaba igual a la reacción de Mia el viernes por la noche. Y a juzgar por la sonrisa extendida de Anna, estaba claro que hablaba en serio.
Aún insegura sobre sus intenciones, Tai alzó la vista hacia Alek, que seguía en la mesa de al lado, con las mejillas encendidas y dedicándole a su amiga una mirada de absoluto horror.
—¡Anna!
—¡Ni una palabra, Ivanov! —lo interrumpió ella, sin siquiera mirarlo. Alek bufó y se cruzó de brazos, vencido.
Anna volvió su atención a Tai con una sonrisa más suave, recordando que la intensidad no era buena idea con ella.
—Lo llamé el viernes para preguntarle cómo le había ido, y su única respuesta fue: bien —dijo, agravando la voz para imitar a Alek.
Tai no pudo evitar soltar una risa ahogada. Alek también esbozó una sonrisa al notar que su amiga solo intentaba mantener una conversación curiosa, no un interrogatorio.
—¿Y bien? ¿Pasó por ti a tu casa como todo un caballero?
Tai dejó caer su mochila junto a su escritorio y se sentó en el banco, preparándose para lo que intuía sería una conversación incómoda. Pero si Anna estaba haciendo el intento, lo menos que podía hacer era responder con la mayor sinceridad posible.
—Sí, en el auto de su mamá.
—Ya —Anna parecía complacida al fin de obtener algo concreto—. Su papá lo compró para que algún día fuera suyo.
Tai se removió en su lugar al escuchar la mención del padre de Alek, pero la punzada de culpa por no haber notado ese detalle en el pasado se desvaneció cuando Anna apoyó el brazo en la mesa y recargó la cabeza en la mano.
—¿A dónde fueron? ¿Te llevó flores?
—Uh… no me llevó flores.
—No quería ponerla más nerviosa de lo que ya estaba —la voz de Alek interrumpió desde el escritorio contiguo, haciendo que Anna girara con el ceño fruncido.
—¿Ahora sí quieres hablar? —aunque su tono sonaba molesto, la sonrisa divertida en su rostro dejaba claro que bromeaba—. Perdiste tu turno. La versión de Tailime será la única que vale la pena escuchar.
Dicho esto, Anna volvió a darle la espalda a Alek para centrarse en Tai, dejándole claro, sin palabras, que aún esperaba la respuesta a la única pregunta que no había contestado.
—Fuimos al nuevo centro comercial… el que está en el centro —agregó, sin saber si Anna sabría cuál era. Suspiró aliviada cuando la otra asintió.
—Fui con Arizona el fin de semana. Es una obra de arte. Diez puntos para Gryffindor por elegir una buena locación —bromeó Anna, erguida de nuevo mientras la emoción le volvía al rostro—. ¿Qué llevabas puesto?