—¡Orden, por favor!
Gritar eso un viernes a las nueve de la mañana, con un centenar de adolescentes muriéndose de frío en el estacionamiento de la escuela, no era precisamente la idea más brillante.
La escuela había organizado una salida al museo para visitar la exposición sobre el cambio climático, la cual estaría disponible los próximos meses y serviría como apoyo para el proyecto semestral de los alumnos de onceavo grado.
No había suficientes profesores para acorralar a todos cerca de los autobuses, y tampoco ayudaba que prácticamente la mayoría seguía dormida o de malas.
Tai se sacudió dentro de su enorme chamarra, con la nariz enterrada en la bufanda amarrada a su cuello. Harry se acurrucaba a su lado buscando calor, mientras Max comía su tercer panecillo como desayuno.
Temblando otra vez, Tai no sintió ni una pizca de culpa cuando el profesor volvió a gritar pidiendo atención, obteniendo la misma respuesta que las veces anteriores: nula.
Mia estaba parada junto a Asher, con los brazos entrelazados mientras se calentaba las manos dentro de sus guantes, y Emma estaba sentada en una jardinera, leyendo un libro. Tai no entendía cómo su amiga lograba mantener el cerebro concentrado en la lectura cuando todos los demás solo trataban de no perder los dedos por congelamiento… o por lo menos conservar el cerebro funcionando.
Harry recargó la cabeza en su hombro, dando pequeños saltos para generar algo de calor con el movimiento.
Tai desvió la mirada de su grupo de amigos hacia donde se encontraba su hermano con su séquito. Entre ellos, Alek se reía por algo que Luka acababa de decir, a pesar de estar cubierto de pies a cabeza con chamarra y gorro.
Hace unos días, Harry y Max se habían burlado un poco, diciendo que Tai seguía pareciendo una eterna enamorada de Alek, como si todavía lo mirara desde lejos en lugar de estar realmente con él. Pero fue Emma quien salió en su defensa, asegurando que Tai y Alek eran la prueba perfecta de que el amor no necesita ser empalagoso para ser real.
Tai pensó que Emma tenía razón: no eran una pareja convencional en ningún sentido. A pesar de que su relación era reciente, cada quien prefería pasar su tiempo libre con su grupo de amigos, y aprovechaban las clases o las citas para disfrutar de la mutua compañía. Su fase de luna de miel había sido al reencontrarse, después de haber estado perdidos en el radar del otro. Y considerando la timidez que predominaba en Tai, las muestras de afecto solían reservarse para cuando estaban a solas.
Lo que más le sorprendía era lo física que podía llegar a ser con Alek cuando se dejaba llevar por sus emociones. Le encantaba tomarlo de la mano. Y ahora que no tenía que conformarse con soñar despierta, podía saborear esos labios que no paraban de reír por lo que fuera que Luka estuviera diciendo.
Tai mordió sus labios, tratando de esconderse detrás de la bufanda. Tal vez no le molestaría tanto ser un poco más física en público. Tal vez incluso quería hacerlo. ¿Tomarlo de la mano? ¿Abrazarlo frente a todos? ¿Besarlo en medio del pasillo como si no le importara el mundo?
Pero no un beso cualquiera.
Su mente decidió fantasear con ello. En su cabeza, Alek se acercaría decidido, como si no le diera tiempo de arrepentirse… porque sabía perfectamente que Tai también lo quería. La miraría con esa mezcla de ternura y diversión que le descomponía el sistema nervioso. Y justo cuando creería que sería un beso suave, uno de esos apenas rozados, él deslizaría su mano detrás de su cuello, firme y cálida, acercándola con decisión.
Tai contuvo el aliento solo de pensarlo.
Porque en su fantasía, Alek no se detendría. Inclinaría el rostro, acariciaría el borde de su boca con los labios, con esa endemoniada sonrisa que le gustaba tanto cuando la sintiera temblar en sus brazos, antes de besarla como si no hubiera prisa… pero sí hambre. De esa que ardía lento. De esa que la hacía arquear los dedos de los pies aunque ni siquiera la estuvieran tocando.
Su boca la atraparía, dulce y devastadora. Como si quisiera memorizarla. Como si ese beso fuera una promesa no dicha.
Y ella —Dios— ella se aferraría a las solapas del saco de su uniforme, perdida entre el vértigo y el deseo.
No sería un beso que se daba frente a todos. Era uno que se robaba a escondidas. Uno que encendía cosas. Pero que con Alek y sus besos, le harían olvidar todo lo demás.
Tai parpadeó, jadeando bajito como si de verdad lo hubiera vivido. Sintió el rubor en las mejillas, en el cuello, en todo. Si alguien la tocaba en ese instante, habría explotado como Chernobyl en plena prueba de seguridad del reactor número cuatro.
Respira. Piensa en otra cosa. No lo imagines otra vez.
Pero era tarde. La imagen ya se le había tatuado en el pensamiento.
Y todo por un beso que aún no había pasado.
Ese tipo de sensaciones servían cuando la temperatura rondaba los ocho grados. Sus mejillas se sentían agradablemente tibias contra el aire helado de la mañana.
Eso, y el hecho de que Alek dejara de mirar a Luka para posar los ojos en ella—sin siquiera buscarla, como si supiera exactamente dónde estaba—, hicieron que ese cosquilleo cálido que Tai había decidido llamar felicidad se extendiera por todo su cuerpo.