La Historia Entre Los Dos [libro #1] (editado)

37 ⌘ El Violín de Zorba

Si alguien intentara resumir la vida de Tailime Nazarova en una sola oración, podría hacerlo con algo como: siempre fue una chica tranquila, de pocos amigos. Y aunque su timidez le impidió aprovechar del todo sus años de juventud, era una chica feliz.

O bueno.

Casi una chica feliz.

Porque si lo pensaba bien, siempre hubo algo que la molestaba en el fondo de la cabeza. Como una piedra en el zapato. Algo que no dolía lo suficiente como para detenerla, pero que sí le impedía disfrutar por completo del camino.

Esa piedrita estaba sentada justo en medio de su sala, rodeada de risas, anécdotas y sus compañeros de equipo.

Después de la competencia, todos regresaron a Sacramento en la furgoneta que iba detrás del autobús del equipo. Llegaron antes de que oscureciera. No era la primera vez que Kai prestaba la casa para que se hiciera una reunión. Casi siempre eran celebraciones discretas, lo justo para que Hedeon no tuviera nada que reclamar. Aunque Tai sabía que, tratándose de Kai, Hedeon se haría de la vista gorda.

De alguna forma, siempre había alcohol de contrabando. Por eso Tai prefería encerrarse en su cuarto, evitando cruzarse con personas indeseadas. Como cierta persona. La misma que, en ese momento, acababa de soltar una carcajada que sobresalía por encima de todas las demás.

En el pasado, Tai se habría obligado a odiar esa risa con todas sus fuerzas. Habría huido de ella como si fuera un incendio. Pero ahora… Ahora sentía un impulso absurdo de dejarse arrastrar por esa risa, flotar hasta la fuente de aquel sonido tan familiar, tomarlo de la mano y pasar la noche escuchándolo revivir memorias con Robert y Arizona. Incluso Kai, con su habitual indiferencia, había esbozado una media sonrisa.

Tai no se sorprendió cuando su hermano propuso festejar en casa, aprovechando que tendrían dos días solos: sus padres acababan de regresar a Moscú y Hedeon seguía en Inglaterra cerrando algún negocio en sabe Dios qué ciudad. Lo inesperado fue cuando Kai giró hacia ella y le dijo que podía invitar a sus amigos, hacer algo más grande que de costumbre. Harry no tardó ni tres segundos en aceptar por ella.

Y así, en la sala de su casa, se encontraban todos: el equipo completo de natación —hombres y mujeres— y sus amigos más cercanos.

Tai se mordió el labio, intentando disimular la sonrisa que amenazaba con asomar cuando Alek levantó la vista y le dedicó una de dientes completos antes de volver a escuchar lo que Andrew estaba contando.

Resopló por la nariz, dándole un sorbo a su vaso mientras esperaba junto a la puerta a que Mia regresara de la cocina con más bebidas.

—Con permiso.

Una voz detrás la sobresaltó. Dio un par de pasos al frente, intentando limpiarse los restos de refresco que le habían salpicado la barbilla.

Isabella acababa de entrar. La miraba con una mezcla de disculpa y preocupación. Tal vez pensó que Tai se había empapado. No sería la primera vez, pero Tai no tenía intención de aclararlo.

Los ojos negros de Isabella parpadearon mientras la escaneaban de arriba a abajo, asegurándose de que no se hubiera manchado.

—Lo siento, Tailime. No era mi intención asustarte.

Tai parpadeó, desconcertada.

Desde el incidente del sándwich en la cafetería, Isabella no le había vuelto a hablar. Y la última vez que la había visto, le había robado un beso a Alek.

Tai tragó saliva. Intentó poner sus pensamientos en orden y contener las ganas de gritar que Isabella era, en parte, la razón por la que había terminado de aceptar lo que sentía por el capitán de natación.

—No hay cuidado —murmuró desviando la mirada hacia el suelo.

No era que se sintiera intimidada, pero ver el cabello natural de Isabella todavía le provocaba una punzada en el estómago. Le recordó que tenía que retocar el suyo. Asegurarse de que volviera a estar completamente negro.

—No había tenido la oportunidad de felicitarte en persona —comentó Isabella con una sonrisa amable, como si intentara convencerla de levantar la vista.

—¿Felicitarme? —Tai frunció el ceño, desconcertada.

Isabella señaló con la cabeza hacia la sala, como si la respuesta fuera evidente.

—Alek entró al equipo olímpico.

—Oh… —Tai giró para mirar al grupo. Solo Luka parecía estar pendiente de ellas, observándolas desde lejos—. No creo que yo merezca la felicitación. El mérito es suyo.

—Puede que él haya entrenado hasta conseguirlo —Isabella se encogió de hombros—, pero en el equipo creemos que esto nunca es un esfuerzo individual. También cuenta quién está ahí para apoyarnos. Y ese beso fuera del estadio confirmó que están juntos… están saliendo, ¿verdad?

Tai sintió cómo el calor subía por su cuello, le invadía las mejillas, las orejas, el pecho. Asintió en silencio, mirando el fondo de su vaso como si fuera lo más interesante del mundo.

—Llevamos un par de semanas.

—Alek puede ser muy evidente —Isabella soltó una risita, a la que Tai alzó una ceja, sin entender—. Siempre ha sido profesional, pero todos notamos un cambio repentino. Mejoró su tiempo, y sus brazadas… eran casi perfectas. Estoy segura de que puedo adivinar la fecha exacta en que empezaron a salir.




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