Tai se dejó caer en el asiento del avión, observando las nubes pasar por la ventana.
Después de la fiesta de cumpleaños, el tiempo pareció detenerse… pero al mismo tiempo, pasó demasiado rápido.
Tenía que admitirlo: había sido uno de los cumpleaños más extraños que había tenido. Desde la declaración de Asher a Mia, hasta descubrir lo celosa —y posesiva— que podía llegar a sentirse respecto a Alek. Y, claro, la inesperada disculpa de Arizona Wagner, después de tantos años molestándola.
Aunque lo más sorprendente ocurrió el primer lunes de vacaciones.
Alek apareció en la puerta de la casa Nazarova, visiblemente ansioso, invitándola a acompañarlo a un parque para perros que había descubierto en su noche de insomnio, navegando por internet.
Así que, con Volk en el asiento trasero, los tres se encaminaron hacia ese pequeño hallazgo.
El cachorro se había recuperado por completo de su herida, y como buen perro de invierno, el frío no parecía afectarle en absoluto mientras corría por el campo abierto, feliz de perseguir la pelota que Alek le lanzaba.
El martes, Alek llevó a Luka y Anna a la sala de cine de la mansión Nazarova para ver una película. Esa vez, incluso Kai se les unió.
Alek y Tai pasaron buena parte de la función lanzando palomitas por toda la sala, compitiendo para ver quién lograba encestar más en la boca abierta de Luka, que se había quedado dormido a la mitad de la película.
El miércoles lo pasaron en casa. Solo ellos dos, hablando frente a la chimenea, envueltos en una cobija y tomando chocolate caliente.
Tai sonrió de soslayo en el avión al recordarlo, apoyando la mejilla sobre su mano.
Estaba un 90% segura de que Alek había planeado toda esa semana como una forma de compensar que pasarían tres semanas sin poder verse en persona.
Él le había hecho prometer que hablarían todos los días —o al menos, que no dejarían pasar más de dos sin tener una videollamada—, usando como excusa una recomendación que su madre le había hecho.
«Tai sabía que había puesto una cara ridículamente melancólica cuando Alek desvió sus ojos azules del fuego de la chimenea hacia ella, alzando una ceja.
—¿Qué?
Resoplando con una sonrisa, Tai cerró los ojos para evitar que las lágrimas se escaparan. Se deslizó por el sofá hasta recargar la cabeza en el hombro de Alek.
—Yo también voy a extrañarte —había dicho en un hilo de voz.
Alek ahogó un gemido, dejando su taza en el descanso del sofá para tener las manos libres y abrazarla contra su pecho. Pero no dijo nada más.»
Hacía un año, Tai ni siquiera habría reparado dos segundos en Alek Ivanov. Hacía medio año, estaría ansiosa por llegar a Moscú, pasar las vacaciones en su ciudad natal y desconectarse de todo.
Unas vacaciones libres de rubios nadadores. Solo ella, la tranquilidad de su familia… y un frío invierno.
Pero ahora, no veía la hora de regresar a Sacramento.
Porque esta vez, ese rubio nadador estaba esperando ansioso para tenerla de nuevo entre sus brazos.
—Su bebida, señorita.
La voz de la azafata sacó a Tai de su ensoñación. Le agradeció con una sonrisa antes de verla continuar hacia su hermano, que estaba sentado en el asiento contiguo, compartiendo mesa y concentrado en la lectura de otro de sus libros.
Aunque estaban acostumbrados al servicio de primera clase en vuelos comerciales, aún le resultaba extraño viajar en el jet privado de BioIntellekt. Era el mismo que usaban su padre y su abuelo para desplazarse a otros países sin contratiempos, y rara vez era utilizado por los mellizos.
Tai hizo una mueca al tomar del popote su refresco.
El tema con sus padres comenzaba a tornarse sospechoso. Nunca antes habían permanecido tanto tiempo en Sacramento, y el hecho de que su padre insistiera en que utilizaran el jet le daba la impresión de que estaban tomando demasiadas precauciones.
Incluso ver a su madre esperándolos en el hangar tras el aterrizaje resultaba fuera de lo común. Pero si Kai había recibido el efusivo abrazo de su madre sin protestar, Tai decidió hacer lo mismo, optando por disfrutar las festividades con su familia y dejar las dudas para después.
⌘
—¿Puedes oírme? —preguntó Alek desde el otro lado de la pantalla, acomodando la tapa de su laptop para enfocar mejor la cámara.
Tai se mordió los labios con una sonrisa. Alek aún seguía entretenido ajustando su computadora, sin prestar atención a lo que ella hacía, así que aprovechó esos efímeros segundos para deleitarse mirándolo. Tenía ese efecto en ella: bastaba un vistazo para que todo su mundo se sintiera un poco más ligero.
—¿Tai?
Alek volvió a hablar, ladeando la cabeza frente a la pantalla. Tai resopló divertida, acomodándose en la silla de su escritorio, abrazando sus rodillas mientras asentía.
—Te escucho.
—Genial —dijo él, dejándose caer en su asiento. Luego, sin disimulo, comenzó a recorrer la pantalla con la mirada, deteniéndose en ella como si no pudiera dejar de mirarla. Tai supo que tenía su imagen en pantalla completa, y Alek simplemente… la estaba admirando.