—¡Yuriy! —Anya se asomó desde el pie de la escalera, mirando hacia el primer piso de la casa—. ¡Te buscan en la puerta!
Alek despegó los ojos de su teléfono, frustrado. Tailime Nazarova llevaba más de cuarenta y ocho horas sin mostrar señales de vida. Habría estado preocupado de no ser porque Kai le había enviado un mensaje a la mañana siguiente del atentado, asegurándole que Tai solo tenía un ligero dolor de cabeza, pero que, en general, estaba bien.
Tras lo ocurrido el día de San Valentín, las clases fueron suspendidas, y era evidente que el baile no se llevaría a cabo. Más allá de los daños materiales y del tobillo esguinzado de Lawrence, no había nada más que lamentar. Las autoridades se mostraron herméticas desde el primer día, alegando que las investigaciones seguían en curso.
Toda la información que Alek y sus amigos conocían venía de Harry, quien compartía con ellos los pocos datos que Ted le soltaba. Por ahora, sabían que un hombre ajeno a la escuela logró entrar al campo de fútbol disfrazado de profesor y colocó las mochilas con los explosivos en las bases de los postes. El problema era que el sujeto había cubierto la mayor parte de su rostro con un cubrebocas, complicando su identificación.
Alek bajó las escaleras con paso apresurado, esperando que fuera Tai quien lo buscaba. A pesar del enojo que aún sentía por la promesa rota, necesitaba verla. En el estacionamiento apenas logró distinguirla antes de que la subieran a una ambulancia.
Pero la esperanza se evaporó al instante cuando reconoció a la chica que no era su novia, parada en el pórtico.
—¿Chloe?
Tuvo que asegurarse. Aunque conocía perfectamente a la capitana del equipo de porristas —gracias a las constantes quejas de Arizona y Anna—, jamás imaginó verla en la puerta de su casa, sonriéndole como si fueran amigos de toda la vida.
—Hola, Alek. ¿Cómo estás?
—Bien —parpadeó un par de veces, tratando de entender qué hacía ella ahí—. ¿Qué sucede?
Chloe bajó la mirada, mordiéndose los labios antes de esbozar una sonrisa tímida. Avergonzada, miró a un costado. Desde la escalera, Alek alcanzó a ver a su madre parada en la entrada de la cocina, observándolos con atención.
—Ma.
—¿Qué? —Anya fingió inocencia.
No hizo falta que Alek dijera más. Solo entrecerró los ojos, y con eso bastó para que su madre entendiera el mensaje. Rodando los ojos, Anya se adentró en la cocina, dejándolos solos.
—Creo que no le agrado.
—Solo está siendo precavida —suspiró Alek, bajando hasta el pie de las escaleras y acercándose a la puerta—. Con todo lo que pasó el jueves, cree que cualquier persona que no conocemos es una amenaza. Y no es como si tú y yo seamos amigos.
—Lo sé —admitió Chloe, encogiéndose de hombros—. Pero vine por lo de la escuela. Harán una vigilia esta tarde. Pensé que sería buena idea si fuéramos juntos.
Alek enarcó una ceja, cruzándose de brazos con recelo.
—¿Por qué creíste eso?
Fue sutil, casi imperceptible, pero el músculo de la ceja de Chloe se movió apenas, y formó un pequeño puchero, como si se contuviera de reírse en su cara.
—Vivo a unas cuadras —señaló por encima del hombro—. Mis padres están trabajando y las chicas del equipo me enviaron la invitación. No quise ir caminando sola y pensé que tal vez podríamos sumarnos a las protestas… para que atrapen a quien puso las bombas en la escuela.
La postura de Alek se relajó. Tenía sentido. Si estaba sola, era comprensible que se sintiera vulnerable después del trauma. Suspiró, y Chloe sonrió, agradecida.
—Escuché que Tailime estará ahí.
Eso fue incentivo suficiente para Alek, quien subió de nuevo a su cuarto para ponerse los zapatos y tomar una chamarra antes de bajar por las escaleras.
—¡Mamá! —avisó, tomando las llaves de la casa—. Iré con Chloe a la escuela.
—¿Harán una vigilia? —Anya no tardó en salir de la cocina, secando un plato con un trapo, como si realmente hubiera estado ocupada.
Pero Alek la conocía demasiado bien como para creerle. Sabía que los había estado espiando todo el tiempo. Por eso le dedicó una mirada incrédula mientras se colocaba la chamarra.
—¿Estarán seguros?
—Hay policías custodiando la escuela desde el jueves —informó Chloe desde detrás de Alek, intentando transmitir un poco de tranquilidad—. También irán algunos profesores.
—De acuerdo —Anya sonaba resignada—. Tengan mucho cuidado.
—No tardaré.
—Creo que sí tardaremos un rato —susurró Chloe.
—¿Qué? —Alek tuvo que dar un paso hacia atrás al ver cómo Chloe se inclinaba hacia él.
Alek no conocía personalmente a Chloe. Como había dicho, la ubicaba solo por las quejas constantes de Arizona, que no había logrado manejar el equipo de porristas como quería. Por eso, nunca se había detenido a observarla con detenimiento.
La recordaba con el cabello corto y pelirrojo. No del mismo tono cobrizo claro que el de Tai, pero pelirrojo. Ahora, Chloe llevaba una coleta alta, y su cabello estaba completamente teñido de negro. El puente de la nariz cubierto de pecas, las cejas perfectamente delineadas, y unas pestañas largas que enmarcaban unos ojos color avellana.