Tal parecía que las reuniones de natación iban a convertirse en una constante durante los recesos. Al menos dos o tres veces por semana, Isabella se acercaba hasta la mesa de Kai, tocando el hombro de Alek para llamar su atención. Muchas veces, solo le pasaba el recado y ambos salían de la cafetería. Otras veces, tenía la osadía de inclinarse para susurrarle algo al oído. En dos ocasiones, Tai vio a Alek reírse de lo que fuera que Isabella le había dicho.
El pequeño gusanito de los celos estaba mutando en una pupa de color poco agraciado, y Tai no estaba segura de qué animal terminaría saliendo de ahí. Tal vez se parecería a la horrible polilla que había estado dibujando en clase de historia, mientras Arian explicaba la Guerra Civil con un tono monótono digno de un documental de bajo presupuesto.
—¿Tienen muchos problemas en el equipo? —Tai dejó caer la cabeza contra el casillero contiguo al de Alek, mientras esperaba a que él terminara de guardar sus libros.
Alek no respondió de inmediato, concentrado en acomodarlos de forma que no se cayeran al volver a abrir el casillero. Solo murmuró distraído:
—Hubo una pelea entre Andrew y Robert —gruñó cuando la mochila de entrenamiento casi se volteó—. Y el equipo se dividió en dos bandos.
—¿Y por qué buscan tu ayuda?
—Porque siempre fui yo quien los mantenía a raya —se quejó Alek, casi pateando la maleta.
Tai miró el interior del casillero, notando el montón de papeles desacomodados en la parte superior, los libros mal organizados por tamaño, y varios cambios de ropa y equipo de natación desparramados en el fondo. Un día. Un día Tai dedicaría un receso a ordenar ese caos, aunque Alek lo desestimara diciendo que sabía exactamente lo que tenía ahí dentro. No le sorprendería que incluso las cartas de San Valentín de hacía un mes siguieran perdidas entre tanto papeleo.
—Tampoco ayuda que haya quien genera roces entre el equipo con comentarios impertinentes —agregó Alek sin decir nombres, pero Tai casi podía adivinar a quién se refería.
Cuando por fin encontró el equilibrio perfecto dentro del casillero, lo cerró antes de que algo decidiera ceder a la gravedad.
—Estamos ideando un plan de entrenamiento que lo haga lo más llevadero posible. Carl confía en la dinámica que mantuve mientras fui capitán.
—¿Y por qué Isabella es la que te busca, si el problema es con Andrew?
Tai intentó parecer despreocupada, como quien pregunta la hora al pasar, pero Alek no tardó en detectar el tono de voz que usaba cuando intentaba disimular.
Sonrió de soslayo, pasando un brazo por encima de los hombros de Tai mientras caminaban de vuelta al salón, con Dmitri a su lado.
—¿Estás celosa?
—No —hizo un puchero, cruzándose de brazos.
—Sí —desmintió Dmitri de inmediato.
Tai arrugó la nariz, dispuesta a patear al hobbit —como lo llamaba Alek— con tal de que cerrara la boca. Pero Alek soltó una risita, posando los labios en la coronilla de Tai para tranquilizarla.
—No tienes por qué estarlo.
—No lo estoy —confirmó ella, de mala gana—. Solo te estoy preguntando por qué Andrew no es quien te busca.
—Porque una de las ventajas de tener a un seleccionado nacional en la escuela es que se implementan regímenes de entrenamiento más exigentes. Entre los cuatro estamos buscando una rutina que ayude a mejorar los tiempos de ambos equipos.
Tai solo musitó algo incomprensible. Eso tenía sentido, si lo que buscaban era mejorar sus rendimientos. Algo de razón debía tener Alek, porque no era tan tonta como para no notar las diferencias físicas en su novio desde que entrenaba más profesionalmente. Su espalda se había ensanchado, y los músculos de sus brazos eran más notorios debajo de las mangas de las camisas.
—Isabella también me ha estado pidiendo consejos —añadió Alek—. Resulta que ha tenido contacto con algunos representantes del equipo nacional femenil.
—¿La van a llamar al equipo nacional?
—Aún no es seguro. Depende de muchas cosas, sobre todo porque Isabella no tuvo los mejores tiempos en los nacionales.
Sabía que desear cosas malas iba a terminar atrayendo el karma, pero Tai de verdad esperaba que no llamaran a Isabella a los Juegos Olímpicos. No después de lo que había dicho sobre la villa olímpica.
—Así que solo me ha preguntado si he escuchado algo de parte del entrenador del equipo femenil.
Y aunque no se sentía del todo convencida, Tai trató de justificar el estómago revuelto culpando a algo en mal estado que había comido durante el almuerzo.
—Tai, es en serio —reforzó Alek con una sonrisa—. Isabella es solo una amiga. No tienes de qué preocuparte. Además, te dije que mi tipo son las chicas pelirrojas y de ojos verdes. Sobre todo si son la hermana de mi mejor amigo.
Tai al fin resopló, mirando a Alek como si hubiera perdido la cabeza.
—No soy pelirroja ahora.
—Tecnicismos —Alek tomó un mechón de su cabello, acariciándolo con suavidad—. Ojos verdes. Eres la hermana de mi mejor amigo. Claramente llevas la ventaja. Así que no tienes nada de qué preocuparte.