El color blanco, según la psicología, representa pureza, tranquilidad e inocencia. Tal vez por eso los hospitales lo elegían para sus salas principales, sobre todo en urgencias. Lo hacían para transmitir una sensación de paz a quien entrara, ya fuera el paciente en crisis o los familiares angustiados.
Pero que esa fuera la intención, no significaba que siempre funcionara.
Porque en cuanto Tai cruzó las puertas de la sala de emergencias, lo último que sintió fue tranquilidad.
—Alek Ivanov —fue todo lo que logró decir en un solo respiro al llegar al mostrador, jadeando como si hubiera corrido desde la mansión hasta el hospital.
La enfermera no pareció inmutarse por su falta de tacto, mirándola entre ella y Kai, ambos esperando con el corazón en la garganta.
—Buscamos a Alek Ivanov —complementó Kai, más sereno que su hermana—. Nos dijeron que acaba de llegar en una ambulancia.
La mujer tecleó algo en la computadora. La pantalla se reflejaba en sus lentes de media luna.
—¿Son familiares directos?
—Soy su novia —soltó Tai sin pensarlo.
No era familia, pero ese título debería ofrecerle cierta prioridad… ¿no?
La enfermera frunció los labios y cerró el expediente.
—Lo siento. Solo podemos brindar información a familiares directos.
Tai abrió la boca, lista para reclamar, pero Kai le tiró de la manga del saco. Verde se cruzó con gris. Él negó con la cabeza. Esa no era la forma de conseguir respuestas.
—Tailime.
Los mellizos se giraron al escuchar su nombre. Dmitri hablaba por teléfono a unos pasos de la entrada. Al ver que tenía su atención, señaló un pasillo. Tai no perdió tiempo. Corrió seguida por su hermano hasta el fondo, donde esperaron otra indicación. Dmitri, aún al teléfono, les indicó hacia la izquierda. Tai aceleró hasta llegar a una sala de espera.
Anya estaba allí. Sentada en uno de los sillones, con las mejillas empapadas y los ojos rojos. Se mordía la uña del pulgar, con la mirada perdida. Al escuchar pasos, parpadeó y al verlos, sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas.
El corazón de Tai se fracturó. El miedo de que Alek estuviera en peligro real se retorció en su pecho como una enredadera con espinas. Estuvo a punto de derrumbarse si no fuera porque Anya, apenas viéndola, le ofreció una sonrisa tranquilizadora.
Tai se quedó parada, sin aliento, en medio de la sala. Anya se levantó para abrazarla con fuerza.
—Mi niña, no te asustes —susurró junto a su oído, acariciándole el cabello con dulzura—. Yuriy está bien. Le están haciendo una radiografía. Solo fue un susto.
Tai parpadeó, confundida.
Por la forma en que Kai había dicho que Alek estaba en el hospital, se esperaba lo peor. Heridas graves. Tal vez peor.
—¿Qué pasó? —preguntó Kai cuando Anya dejó a Tai para saludarlo con un beso en la mejilla.
—Salió a correr con Volk como todas las mañanas —respondió Anya mientras los tres tomaban asiento. Dmitri, por su parte, se quedó de pie, vigilante desde el pasillo—. Me estaba preparando para ir a trabajar cuando uno de los vecinos tocó la puerta diciendo que Yuriy había tenido un accidente unas cuadras adelante.
—¿Un accidente?
Anya suspiró largo. Se relamió los labios para contener las lágrimas.
—Dicen que una camioneta blanca apareció de la nada justo cuando Yuriy cruzaba la calle. Lo lanzó unos metros contra el asfalto.
Tai le tomó la mano. Anya cerró los ojos con pesar y se talló la frente como si el día ya la tuviera vencida, a pesar de que apenas eran las nueve de la mañana.
—La camioneta se detuvo un momento, pero nadie bajó. Los vecinos dicen que apenas vieron salir a alguien a revisar, arrancó y desapareció.
Tai levantó la cabeza. No dijo nada. Solo buscó a Dmitri con la mirada. Él ya la estaba observando. En cuanto sus ojos se encontraron, él asintió y se alejó por el pasillo, aún en llamada.
Anya soltó un suspiro húmedo, pero intentó sonreír.
—Tiene mucho dolor en el hombro. Dice que todo su peso cayó ahí. Pero… —la voz se le quebró y una lágrima cayó por su mejilla—. Los doctores temen que haya fractura de clavícula. Y sé que debo agradecer que no sea nada más grave… pero si se confirma, la recuperación podría tardar meses.
Anya no tuvo que decir más. Tai tragó saliva con fuerza, luchando por no llorar con ella. Porque si se trataba de una fractura… Eso podía significar que Alek se perdería los Juegos Olímpicos.
—Si es así, no sé cómo voy a decírselo —Anya soltó a Tai para cubrirse el rostro con ambas manos, recargándose sobre sus rodillas mientras Tai le acariciaba la espalda en un intento torpe pero lleno de ternura por consolarla—. Ha trabajado tan duro para llegar hasta ahí, para que todo se desvanezca por la imprudencia de alguien más. Mi niño no se merece nada de esto.
El timbre agudo de una llamada interrumpió los sollozos de Anya. Kai se levantó sin decir palabra, disculpándose con un gesto antes de contestar. A lo lejos, alcanzó a escucharlo regañar a Anna para que se tranquilizara del otro lado del teléfono.