La Historia Entre Los Dos [libro #1] (editado)

56 ⌘ Epístula

La expresión de Alek cuando abrió la puerta de su casa y vio a Tai en el pórtico no tuvo precio. Parecía como si pensara que estaba soñando, porque parpadeó y sacudió la cabeza varias veces antes de fruncir el ceño.

—Buenos días.

—Hey —Alek arrastró la vocal, aún inseguro—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Tai se mordió el labio, dando pequeños saltitos y señalando por encima del hombro, donde la limusina esperaba.

—Vine a darte un aventón.

Alek volvió a parpadear, aún luciendo perdido.

Tai aprovechó el momento para admirarlo. Llevaba puesto el uniforme para al fin regresar a la escuela. El cabello lo tenía un poco desordenado, seguramente por tener solo una mano libre para peinarse, ya que la otra estaba aprisionada en un cabestrillo. Tenía prohibido mover el brazo, y por lo que Anya había dicho, casi tenían que fusionárselo al torso con vendas cuando descubrió que Alek hacía pequeños movimientos cuando creía que nadie lo veía.

Con eso también venía el dolor, por lo que Alek había faltado un par de días a clases debido a los efectos secundarios de los medicamentos. Los mensajes que Tai recibía mientras él estaba medio drogado eran hilarantes, llenos de incongruencias… pero sobre todo, de intentos de frases románticas que Tai tuvo que pasar varias horas descifrando.

Así que, después de un día sin signos de dolor, Alek al fin estaba listo para regresar. Y con un pequeño cargo de conciencia por parte de Tai, lo más sensato que se le ocurrió para ayudarlo —y también a Anya— fue ofrecerse a llevarlo y recogerlo de la escuela.

—Buenos días, Anya —sonrió Tai, notando a la madre de su novio detrás de él.

—Buenos días, mi niña. Gracias por llevar a Yuriy a la escuela.

—No es ningún problema. Alek hizo lo mismo por mí cuando se descompuso mi bicicleta.

—Bien —Anya hizo a Alek a un lado y le entregó a Tai una pequeña maleta—. Aquí están todos los medicamentos. Dependiendo del dolor, hay que darle una parte de esta pastilla.

Abrió la maleta y sacó un pequeño bote naranja con un nombre que Tai ni siquiera intentó desenmarañar.

—No creo que los vaya a necesitar —continuó Anya—. El doctor dijo que ya no debería tener episodios como los de los últimos días. Pero si el dolor es demasiado, lo ideal es que vaya a la enfermería y le den la pastilla completa.

—Hablaré con la mamá de Max para que lo deje descansar ahí —Tai guardó el pastillero en la maleta.

—También he llamado a la escuela para que estén enterados de la situación —Anya le entregó la mochila de Alek, mientras el rubio veía toda la escena desarrollarse desde la puerta.

—Genial —resopló Alek, rodando los ojos—. Ahora no solo tengo una mamá en casa, sino que también tendré una mamá en la escuela.

—Sería extraño que besaras a tu madre en la boca —se burló Anya, tomándolo de la cabeza para hacerlo bajar a su altura y besarle la frente—. Cualquier cosa que necesites, no dudes en pedirla, niño. Estaré al pendiente del teléfono, ¿de acuerdo?

—Sí, mamá.

—Y no dejes que mueva el brazo, Tailime —advirtió Anya cuando salían hacia la limusina—. ¡Dirá que puede moverlo, pero tienes que recordarle que los Olímpicos dependen de eso!

—¡Ya lo sé, ma!

Tai se adelantó para abrirle la puerta de la limusina antes de que el chofer bajara para tomar la mochila de Alek y guardarla en el maletero.

—Qué caballerosa —se burló Alek.

—Siempre lo he sido —Tai le guiñó un ojo, mientras él entraba con cuidado por la puerta.

Después de pasar todo el trayecto siendo molestado por su mejor amigo por la cantidad absurda de mensajes que Alek había estado enviando medio drogado en los últimos días, los tres descendieron en la entrada de la escuela.

Con dos mochilas al hombro, Tai acompañó a Alek hasta su casillero para tomar sus libros, moviendo la menor cantidad de cosas posible para no provocar una avalancha.

—Creo que ya podré arreglarlo, ahora que no puedes detenerme —se burló Tai.

—Ríe todo lo que quieras, malishka —Alek no le encontró gracia al comentario—. Pero quiero saber en qué momento pretendes hacerlo. Estarás atada a mí por un mes y una semana más.

—¿Solo eso? Creí que habías dicho hace unos días —Tai subió una ceja—, y cito: “que estaríamos atados el uno al otro por toda la eternidad de las eternidades”.

Alek resopló, con las mejillas encendidas.

—Mi “yo drogado” es demasiado romántico.

—Tu “yo drogado” es demasiado gracioso. Aunque… me gustaron las cosas que dice —Tai abrió la mochila, cambiando de tema—. Estaba pensando en tu cumpleaños.

—¿Qué hay con ello?

—Tenía pensado algo grande. Ya sabes, algo equivalente a Disneyland.

Alek sonrió, mirándose el brazo.

—No creo que un parque de diversiones sea una opción en este momento.

—Lo sé —Tai suspiró, dejando la mochila en el suelo y comenzando a acomodar los libros—. Y por cómo vi que duele tu hombro, tampoco sé si quieres hacer una fiesta. Podríamos hacerla en mi casa. Pero quería preguntarte primero.




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