—¿Estás seguro de que no quieres quedarte a cenar, Kai?
Kai no respondió. Se echó la mochila al hombro y se inclinó para tomar la patineta que había dejado en la entrada de la casa de los Ivanov.
Cuando se incorporó, Anya lo observaba desde la entrada de la cocina, con esa sonrisa que siempre le dedicaba cada vez que hablaba con él.
Nunca lo había preguntado, pero Kai tenía la ligera sospecha de que Anya siempre había querido tener otro hijo. Un hermano para Alek. Y al no haber podido, lo había adoptado a él desde el primer día que puso un pie en esa casa.
Cosa extraña, considerando que Luka y Serge eran amigos de Alek desde que usaban pañales. Kai lo atribuía a la buena relación que tenía su propia madre con ella. Quién sabe.
—Gracias, Anya. Pero el abuelo está en casa.
—Oh… —el semblante de Anya cambió a uno de preocupación, pero cuando Kai le dedicó apenas una comisura de sonrisa, ella resopló—. Ve con cuidado, entonces.
—¿Ya te vas? —Alek bajó corriendo las escaleras tras haber subido al baño, enarcando una ceja al ver a su mejor amigo en la puerta.
—Sí —Kai señaló con la cabeza hacia la sala—. Markov es un asco de perdedor.
—¡Hizo trampa! —lo acusó Luka por encima de la cabeza de Serge—. ¡Dile, Serge! ¡Dile lo que viste!
—Hizo trampa —respondió Serge sin despegar los ojos de la televisión, aprovechando la distracción de Luka para atacar a su personaje en la batalla del videojuego, provocando un grito histérico del acusado.
Alek soltó una risita, terminando de bajar las escaleras para despedirse de Kai con su saludo de manos “especial”: un par de palmadas y un choque de puños al final.
—Te veré mañana en la escuela.
Kai asintió, abriendo la puerta para salir.
—¡Saluda a tu mamá y a tu hermana de mi parte! —se escuchó el grito de Anya antes de que cerrara la puerta.
Anya siempre se despedía de él pidiéndole que saludara a su madre —lo cual no era tan extraño, considerando que eran amigas— y a su hermana. Tailime sólo había puesto un pie en esa casa el primer cumpleaños al que Alek los había invitado, pero después del fiasco del diario y la fiesta de disfraces, Tai jamás volvió a relacionarse ni con Alek ni con Anya.
Kai se colocó el casco mientras deslizaba la patineta bajo su pie al llegar a la acera.
Y entonces, un pequeño maullido se escuchó a su lado. Kai miró hacia la banqueta, donde un gato naranja lo observaba con la cabeza inclinada hacia arriba. Aunque algo sucio, se veía bien alimentado. Especialmente por la tremenda barriga que exhibía mientras permanecía sentado sobre sus patas traseras, moviendo la cola con aire contento.
Kai terminó de abrocharse el casco justo cuando el gato volvió a maullar, provocándole una sonrisa. El mellizo se inclinó para acariciarle la cabeza, ganándose otro maullido de aprobación.
Colocó un pie sobre la patineta, dio un empujón hacia el frente, y el gato se levantó de su lugar.
—Nos vemos —le dijo antes de comenzar a deslizarse calle abajo, recibiendo una despedida gatuna—. Ve a casa. Es tarde y tu dueño debe estar preocupado.
Pero apenas llegó a la esquina de la casa de Alek, un nuevo maullido lo alcanzó, esta vez más agudo… más estresado. Kai giró, confundido. El gato naranja corría tras él, como si intentara seguirle el paso.
Kai se detuvo, apoyando un pie en el asfalto, y miró a su alrededor, esperando ver a alguien saliendo en busca del animal. Pero las casas seguían igual de tranquilas, habitadas, sin señales de preocupación.
El gato lo alcanzó al final, respirando con dificultad, pero restregando su pequeño cuerpo contra las piernas de Kai. Incluso lo abrazó con la cola mientras levantaba la cabeza para mirarlo.
Kai respiró hondo y se inclinó para tomarlo por debajo de las patas delanteras, mirándolo fijamente.
El gato movía la cola, maullando contento ante la atención.
Él no era precisamente afín a rescatar animales. Eso podía dejárselo a su hermana. Ella era la loca que no podía ver un perro en la calle sin sentir la absurda necesidad de llevárselo consigo y mejorarle la vida.
Kai solía rescatar gatos, sí. Pero rescataba gatos de la calle. No gatos gordos y sucios que sus dueños descuidaban.
Pero hubo algo en la mirada ámbar del minino que le llamó la atención. Sobre todo esa forma tan desesperada de maullar… y lo gordo, lo pesado que estaba, como si hubiera algo que Kai estaba pasando por alto.
Suspiró largo y volvió a dejar al gato en el suelo. Lo curioso fue que no salió corriendo. En lugar de eso, volvió a sentarse sobre el concreto, observándolo con atención. Kai puso la mochila de la escuela en el suelo, abriéndola de par en par antes de fulminar al gato con la mirada.
—Voy a ponerte adentro —le advirtió, alargando la mano—, e iremos a casa. Tengo mi tarea de biología aquí, así que más te vale que te comportes y no la destruyas. Si lo haces, te quedarás despierto conmigo hasta que vuelva a hacerla. Nada de mimos ni ronroneos si eso pasa. ¿Entendido?
El gato maulló una vez, largo y chillón, y Kai sonrió ante el implícito “Sí, sí, ya hazlo” que pareció transmitirle.