[N.A. Este extra sucede después de que Tai y Kai se mudan a Rusia. Es parte oficial de la historia.]
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Oh, we made quite a mess, babe
(Oh, hicimos un gran lío, nene)
It's probably better off this way
(Probablemente sea mejor así)
And I confess, babe
(Y lo confieso, nene)
In my dreams you're touching my face
(En mis sueños estás tocando mi cara)
And asking me if I wanna try again with you
(Y preguntándome si quiero volver a intentarlo contigo)
And I almost do
(Y casi lo hago)
—I Almost Do (Taylor's Version), Taylor Swift
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El frío de la habitación era habitual. La temperatura de Moscú en verano era baja en comparación con la de Sacramento, y aunque Tai estaba acostumbrada a pasar las vacaciones ahí, de alguna forma, el vestidor de su habitación le parecía un congelador.
Tal vez tenía que ver con el hecho de que, durante el último año, Tailime Nazarova había estado danzando bajo los rayos del sol de Sacramento. Y cerca de Alek Ivanov.
Respirando profundo, Tai se acercó a una de las cajas que aún permanecía empacada, a pesar de haber llegado una semana antes. Había pedido específicamente a las mucamas que la dejaran intacta, aunque había olvidado pedir que la guardaran en lo alto, fuera de su vista. Tal vez así habría evitado el accidente de volver a abrir las heridas de su corazón.
Se recargó en el marco de la puerta, mirando la caja sin apenas parpadear. Sabía perfectamente lo que contenía. También sabía que, cuando la había cerrado, había sido con la intención de no volver a abrirla jamás.
Pero las palabras de Alek, cuando fue a despedirse, retumbaban en su cabeza como tortura china: goteando hasta martillarle el alma.
«Porque te amo. Y eso también es verdad. Me arrepiento de no haber hecho lo correcto. Me arrepiento de haberte fallado. Alguien como tú no merece que le rompan el corazón.»
«Siempre vas a ser tú, Tai.»
Alek le había explicado todo lo sucedido el día de su cumpleaños, y aunque Tai quería no creerle, bastó con mirar esas orbes azules para notar la misma sinceridad con la que siempre se había expresado con ella.
Alek no había besado a Isabella con intención. Esa era la verdad.
Aun así, Dmitri y los chicos investigaron los sucesos de aquel fatídico día y llegaron a la misma conclusión. No porque Tai lo hubiera pedido. Tal vez fue verla desecha en las escalinatas de la mansión lo que detonó la lástima en todo el Escuadrón.
Pero no había vuelta atrás. La presión de sus padres para que ella y Kai regresaran a Rusia a terminar la preparatoria fue tanta, que ambos creyeron que era lo mejor. Para todos.
Pero eso no hacía que doliera menos dejar toda su vida atrás.
Quién sabe. Tal vez la vida en Moscú sería mejor que aquella que había abandonado: las tardes cocinando galletas y panqueques con Emma y Mia, viendo películas con Harry, Max y Asher, o pasando los fines de semana bañando perros en la veterinaria.
Y, sobre todo… tal vez habría otro chico que lograra llenar el vacío que Alek había dejado en su corazón.
Suspirando entrecortadamente, Tai sabía que abrir esa caja significaría derrumbar la poca cordura que había logrado mantener desde que subió al jet… para no volver.
Pero había algo en esa sencilla caja de cartón que parecía suplicar ser abierta. Como una última despedida. Ahora sí con acciones.
Una despedida para Alek.
Se sentó de rodillas sobre la alfombra, tomó la caja entre las manos y miró la cinta que la mantenía sellada contra el dolor.
Volvió a morderse los labios, tragando saliva antes de sacar la navaja del cutter. Rompió el sello. Abrió la tapa.
Lo primero que vio le llenó los ojos de lágrimas.
Con cuidado, tomó el libro entre sus manos. Sus dedos rozaron la tela de una sudadera con la silueta de Ariel en el costado. Pero eso no fue lo que la hizo llorar.
Pasó la palma por la portada del libro y lo abrió en la primera página.
«Este es el libro que más me gusta de todo el mundo, aunque nunca lo he leído.»
Era la primera frase del capítulo uno.
Tai resopló con una sonrisa triste. Claro que era su libro favorito en todo el mundo. Y claro que lo había leído más de una vez.
De hecho, recordaba perfectamente la primera vez que ese libro terminó en sus manos. Y la sonrisa que lo acompañaba cuando él se lo entregó.
«Las tardes libres de Alek eran un evento extraño. Más aún si se consideraba que Alek parecía comer, respirar y dormir en el agua. Si no estaba en la escuela, estaba trabajando o estaba entrenando para las evaluaciones que el entrenador Duncan les hacía esporádicamente.
Pero una vez al mes, Duncan les daba respiro. Y cuando la escuela terminó ese día, Tai no se sorprendió al ver a Alek parado junto a su escritorio con una sonrisa en los labios y el ánimo al tope.