La historia que una vez escuche

De vuelta a casa

Cada noche, cuando la oscuridad envolvía la ciudad, la luna brillaba con gran intensidad, iluminando el cielo nocturno como si fuera un segundo sol en el firmamento. Este fenómeno tan peculiar siempre intrigaba al niño; la ciudad parecía estar bañada en luz tanto de día como de noche, creando una atmósfera irreal y misteriosa. Los rayos plateados de la luna acariciaban suavemente los techos de las chimeneas, tiñéndolos de un resplandor rojizo, uno de los pocos encantos que aún quedaban en aquel lugar desolado.

Como un felino silencioso, el niño se deslizaba por los techos de las casas, camuflado en la penumbra. Nadie sospechaba su presencia, confundiéndolo con otro gato debido a su rutina constante. Era simple: apenas se levantaba, exploraba los escombros en busca de tesoros ocultos en los rincones más profundos del primer muro, iluminados por la luz cambiante del astro. Después, se reunía con Mook para intercambiar hallazgos antes de regresar a su morada cerca de la antigua plaza central.

El niño vivía en una de las casas de algún noble, no sabría decir si le pertenecía a su familia, pero había habitado allí desde que tenía memoria. Dormía en un cuarto de la planta baja, probablemente una habitación de huéspedes o de la servidumbre, mientras el resto de la casa y las demás plantas estaban en ruinas o bloqueadas, limitando su movilidad. Nadie sabía que alguien vivía allí, lo que le proporcionaba seguridad mientras dormía. Sin embargo, siempre variaba su ruta para evitar posibles seguidores. La cautela era esencial para mantener su refugio seguro.

En su humilde habitación, un colchón viejo y desgastado ocupaba una esquina, apenas protegido por una manta raída. Al otro lado, montones de escombros se amontonaban junto a una ventana rota que ofrecía una posible vía de escape. Una pequeña mesilla de noche cojeaba sobre una pata rota, mientras que un viejo trapo hacía las veces de alfombra en el suelo. En la pared, un gancho sostenía con cuidado su posesión más preciada: un viejo traje que había descubierto en un cofre mientras buscaba objetos para vender. El traje, claramente diseñado para una persona mayor, era notablemente grande para él; las mangas le llegaban hasta las rodillas y a menudo le causaban problemas, haciéndolo parecer torpe. A pesar de su apariencia desaliñada y su cabello rizado enredado, era fácilmente reconocible entre los vagabundos con los que se cruzaba.

"¡Mirad, ahí viene el pequeño príncipe! Todos, arrodillaos ante su majestad", solían bromear los adultos al verlo pasar. Su singular manera de vestir no pasaba desapercibida para nadie. Llevaba una camisa blanca, tan sucia que apenas se distinguían las líneas grises que la adornaban, llegándole por debajo de la cintura. El pantalón, después de algunos ajustes finalmente le quedaba bien, eran de un gris claro con líneas verticales más oscuras, completando su atuendo unos zapatos negros de charol, un "regalo" de Mook para facilitar su trabajo.

Pero el verdadero protagonista de su indumentaria era su amado abrigo, que tantas veces le había hecho tropezar. Sus mangas largas llegaban hasta las rodillas y mostraban varias secciones marcadas y desgastadas. La tela de color carbón en los bordes contrastaba con el gris del pantalón, revelando que era una pieza reciclada de otro conjunto, al igual que el pantalón tenía un patrón de líneas aunque en tonos más oscuros. Y finalmente, la joya que lo distinguía era un broche esmeralda que colgaba de su cuello desde que tenía memoria. Este broche había sido motivo de enfrentamientos con otras personas, ya que se negaba a que se lo arrebatasen. No sabía decir por qué, pero sentía un apego inexplicable hacia esta pequeña joya.

A pesar de los apodos y las burlas iniciales por su vestimenta peculiar, con el tiempo la gente dejó de prestarle atención a su forma de vestir extravagante y solo quedó el apodo cariñoso del "pequeño príncipe".

— ¡Cackk!

Un ruido extraño resonó cerca de su habitación.

— ¿Eres tú, Felt o acaso ha venido un nuevo invitado a visitarme? —dijo el niño.

La única compañía que tenía, aparte de la oscuridad de la noche, eran las visitas ocasionales de algunos animales. Principalmente, un gato gris llamado Felt solía acudir a verlo, ya que ocasionalmente cazaba alguna rata por allí. Pero esta vez era diferente. Al mirar hacia el origen del ruido, quedó sorprendido al ver que la alucinación que había tenido horas atrás se había convertido en realidad. De un hueco en el rincón emergió un pequeño pájaro.

Sin pensarlo dos veces, el niño se levantó de su lugar y se acercó cautelosamente al nuevo visitante. Con temor de asustarlo, dio pasos lentos mientras observaba detenidamente a ese animal que veía por primera vez. Bajo la luz de la luna lo pudo ver, el pájaro tenía un cuerpo regordete de color marrón claro, con franjas blancas y puntos dispersos a lo largo de sus alas. Algunas zonas presentaban tonalidades más oscuras. Sus patas, pico y ojos eran de un intenso color negro. Con un tamaño de aproximadamente quince a veinte centímetros, el niño quedó fascinado al ver a esta criatura alada por primera vez en su vida.

— Me pregunto cuál es tu nombre y cómo llegaste a este lugar —murmuró el niño.

Su voz estaba llena de curiosidad y esperanza. ¿Acaso este pájaro había venido para llevarlo a un lugar mejor, o también había sido arrojado al abismo para enfrentar un destino similar al suyo? El pájaro lo observó, moviendo la cabeza de un lado a otro, aparentemente sin comprender las palabras del niño. Sin embargo, se acercó a su mano, como si quisiera transmitirle algo. El niño se emocionó ante esta cercanía inesperada.




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