Capítulo 5

El movimiento acabó por despertarla.

Se recompuso de manera torpe, con el aturdimiento de quien es sacado de un profundo sueño. La cabeza le daba vueltas cuando miró hacia al frente, casi cae, pero vio la enorme espalda de alguien pegada a su cuerpo.

Castor la cargaba. A un lado iba Mathis, quien con una expresión de asco y arcadas ocasionales cargaba con mucha dificultad la cabeza del Grande.

De pronto Mirah fue consciente de todo, no había sido un sueño. Habían matado al Grande y habían superado la prueba, pero, además, habían asesinado a otras personas, personas cuyos nombres conocía. Había algo peor…

Ella no había dudado.

—Puedo caminar —dijo Mirah. Sintió como sus labios se movían, pero no el sonido no parecía salir

Nadie pareció escuchar. Inspiró profundo.       

—Puedo caminar —repitió con más fuerza.

Castor se detuvo y la bajó lentamente de su espalda. Mirah se tambaleo unos segundos hasta que por fin recobró la estabilidad.

Cuando volvieron a caminar, Castor vio a Mathis, suspiró y le quitó la cabeza de las manos.

—Ellos sabían tu nombre —dijo Katria, caminando junto a Mirah.

—Eran de Mercel —dijo Mirah con voz suave. Apartando la mirada—. Harold era uno de los guardias y el viejo Rodrick el hermano del dueño de la taberna.

Todos guardaron silencio y solo continuaron avanzando. Luego de horas de caminar sin descanso, casi una hora después de caída la noche fueron capaces de ver la luz de una fogata entre los árboles.

Habían logrado salir.

Los soldados no dieron crédito a sus ojos cuando vieron a los cinco muchachos llegar. Ni siquiera se fijaron en la forma torpe y cansada con la que se movían. Tampoco en la fatiga que mostraban sus rostros, solo podían ver la cabeza del Grande que el muchacho más alto levantaba con ambas manos.

—Ha sido un buen trabajo, soldados —dijo Weisser al recibirlos.

—No estaban solos —dijo Mathis—. Eran dos, uno alcanzó a correr.

Los soldados intercambiaron miradas de preocupación.

—En este bosque no suelen haber de esas criaturas —dijo Weisser pensativo—. Al menos no por este sector del bosque, eso significa que están migrando.

—Espera —dijo Silka con rabia—. ¿Qué?

Weisser suspiró.

—Esperábamos darles un susto, Chica —dijo Weisser—. En realidad, no pensábamos que fueran a toparse con esas criaturas. Esperábamos que viesen a lo mucho un oso o un par de lobos.

Weisser miró a sus hombres. Bastó solo su mirada para que ocho de ellos se internaran en el bosque.

—Buscaran a los demás —dijo Weisser—. Viene una guerra. Necesitamos reclutas, no cadáveres. Ahora pueden descansar, niños. Coman y descansen. Se lo han ganado.

Todo agradecían haber salido con vida, pero también eran conscientes del significado de las palabras de Weisser. Todo fue parte de la ocurrencia de unos soldados, una broma.

El dolor, el cansancio, el miedo, la culpa. Todo por una broma. Tanto el cansancio como el sentido común lograron que los jóvenes controlasen sus impulsos, todo el enojo que sentían. Además, los soldados se mostraban muy atentos.

Es una buena señal pensó Mirah. No son malos.

Mirah apenas comió. Fue lo más rápido que pudo a una tienda que los soldados habían preparado para ellos. Necesitaba descansar y terminar de calmarse. Había matado a gente que conocía, no la conocía mucho, pero la había matado.

No a monstruos que invadían su hogar. No a bestias y abominaciones sedientas de sangres. No. Solo eran personas desesperadas, nada más. Había matado a una persona desesperada.

Estaba acostada y no podía dormir. Sus ojos miraban fijamente al techo que apenas distinguía por la oscuridad.

—¿Estas bien? —preguntó Katria.

Había entrado a la tienda sin que Mirah lo notase. Mirah le dirigió una mirada destruida, la tristeza inundó el pecho de la joven. Y aunque trató de reprimir lo más posible esa sensación, algunas lágrimas acabaron por recorrer sus mejillas.

—No —susurró.

—¿Qué sucedió? —preguntó Katria.