Katria observaba con aburrimiento el amarillo suelo sobre el cual viajaba la carreta. El sol del mediodía brillaba en lo alto del cielo despejado. Era su tercer día de viaje y se sentía sumamente irritada.
—¿Cuánto falta? —preguntó.
Un soldado que viajaba junta a ella suspiró.
—Ya detente, Katria —dijo Silka—. Vas a hacer que te arrojen.
—Lo siento, lo siento mucho —dijo Mathis al soldado—. Siempre se pone así cuando hay que esperar.
—No pasa nada interesante —dijo Katria—. Podría aparecer otro Grande. Eso sería bueno.
El soldado bufó.
—Es bueno que no valore su vida —dijo—. Así la podremos mandar al frente sin cuidado.
—No me quiero morir —dijo Katria. Poniendo en blanco los ojos.—. Solo quiero llegar ¿Cuánto falta?
—¡Ya te dije, niña! —gritó el soldado—. Te lo dije esta mañana, te lo dije ayer y te lo repito ahora. Llegaremos cuando empiece a caer el sol, o tal vez al anochecer.
Katria iba a seguir protestando, pero recibió un palmazo en la cabeza por parte de Silka.
—Ya detente —dijo Silka. Furiosa—. Ya contrólate, no voy a permitir que sigas así.
Katria hizo una mueca.
¿Por qué el viaje resultaba tan monótono? Era el tercer día de viaje y sus extremidades se entumían, su trasero le venía molestando hace bastante y el paisaje era aburrido. Solo hierba amarillenta y tierra. Los árboles habían desaparecido el día anterior y habían sido sustituidos por feos espinos que ni siquiera eran lo suficientemente números para que la chica se entretuviese contándolos.
Suspiró irritada.
Casi pareció que el aburrimiento fue recompensado.
Katria miraba incrédula en todas direcciones. Era la primera vez que entraba a la capital del imperio de Sheram, una enorme ciudad con el mismo nombre. Nunca había visto tanta gente, tantos edificios o muros tan altos.
Papá me lo decía pensó. Me lo decía y yo no tenía idea de que fuese tan así.
—Eh, ya te has sorprendido —dijo Silka riendo—. Aún queda viaje.
La carreta dio un salto en el empedrado, sin embargo, Katria no salía de su estupor. Silka apuntó a lo que era evidentemente el centro de la ciudad, más allá de los edificios que se hacían cada vez más altos. Tras unas enormes murallas dentro de la misma ciudad se alzaba el imponente castillo de Sheram.
—He oído que los cuarteles están junto al castillo —dijo Silka—. Debe ser por eso que consideran un honor poder servir como soldado acá.
—Parece que sabes mucho, niña —dijo el soldado.
—Por supuesto —dijo Silka. Arrogante—. Soy una noble, podré ser una noble rural, pero nos enseñan bien sobre estas cosas. Además, es la segunda vez que estoy acá.
El soldado la miró pasmado
—¡Tranquilo hombre! —dijo Silka— Ni mi padre ni nadie se enterará de su pequeña broma con los Grandes. Después de todo, tampoco es que tenga su permiso para venir acá.
—Te buscará —dijo el soldado—. Los nobles, bueno tu sabrás, ellos son especialmente celosos con sus hijas.
—Tu tranquilo —dijo Silka—. Que no pasará nada, fue un buen susto, y los que vimos morir eran unos canallas. Nada salió mal al final, y eso es lo que importa. Si llegó a volver a casa, no diré nada de esto.
El soldado suspiró. Observó también a Katria, quien no dejaba de mirar a sus alrededores, incluso con la poca luz que ofrecía el anochecer.
Mathis tiró suavemente de la muñeca de Silka para captar tu atención.
—No creo que sea buena idea que lo digas así —susurró—. Si le cuentas a todos de seguro tu padre nos encontrará.
—¿Temes que te acuse con tu mamita? —susurró Silka intentando contener una risa.
Mathis suspiró exasperado.
—Mi mama sabe que me gustan las peleas. Pero se moriría de susto si supiera que vinimos, no quiero preocuparla y yo estoy ya decidido.
Silka puso su mano en el hombro de su amigo y sonrió.
—Como sea que acabe esto, saldrá bien —dijo Silka—. Solo seamos diligentes en este entrenamiento. Y recuerda.
Editado: 14.02.2020