Ambos entraron al círculo dibujado en la tierra. Entonces se miraron fijamente, desafiantes.
Katria alzó su espada apuntando a su oponente y sonrió. Era una sonrisa arrogante, de eso no había duda, pero era una arrogancia fundada. Katria había sido tan buena en los enfrentamientos de practica contra los otros reclutas que ya era costumbre que varios de los soldados que pasaban por el lugar, justo cuando ella practicaba pasaran a verla. Ella no perdía.
Esta vez no fue la excepción. Todos vieron como la muchacha se hizo a un lado, esquivando el golpe que su oponente descargo sobre ella, la pesada mandoble su oponente llegó a levantar polvo en su impacto contra el piso. Su golpe era fuerte, sin duda. Pero le faltó velocidad y no logró esquivar el golpe que Katria le dio en su canilla izquierda.
El hombre gritó de dolor y se arrodilló.
—Gana la chica —dijo el entrenador.
Por fortuna para aquel hombre, solo era una práctica como muchas y las espadas, a pesar de ser de metal, no tenían filo.
Katria sonreía mientras sus espectadores se dispersaban, pues escuchaba los murmullos. Varios de ellos, adulándola. Cuando las personas se disgregaron es que pudo ver a Mathis de pie, mirándola fijamente. Se acercó a él.
—¿Has visto eso? —dijo Katria —Soy la mejor, nadie puede ganarme.
—¿Ya vas a empezar? —preguntó Mathis con resignación.
—¿Crees que me puedes ganar? —pregunto Katria. Sonriendo.
Mathis suspiró con pesadez. Él sabía que no podría vencer a su amiga, ella le había ganado ya cinco veces desde que habían llegado. Solo apartó la mirada y torció el gesto.
Katria sonrió satisfecha.
—Sabes que soy la mejor.
—Eres bastante buena, novata —dijo una voz grave y tranquila.
Ambos voltearon para ver a un hombre que vestía un uniforme negro. Los uniformes eran solo para mostrar autoridad, solo para que los oficiales se pasearan sin sus pesadas armaduras por los interiores y el resto supiera que no eran unos cualesquiera.
Tenía el rostro bronceado y algunas arrugas que complementaban unas leves cicatrices y una cuidada barba y cabello negro. Katria supo que era importante, sobre todo por las varias insignias que portaba en el pecho, pero no tenía idea de que significaba cada una.
—Pero a quienes les gusta alardear son los primeros en morir —añadió.
Katria frunció el ceño.
—¿Quién eres? —preguntó.
La fulminó con la mirada. Katria tragó saliva, fue consciente de la metedura de pata, incluso antes de la reprimenda.
—No soy tu igual —respondió el hombre. Tajante—. No puedes ser tan estúpida como para no notar la diferencia entre ambos. Así te harás matar mucho antes de que pises un campo de batalla.
—Lo lamento mucho, señor —se apresuró a decir Mathis—. Se le sube la emoción a la cabeza y no piensa mucho después de eso.
—Lo dejaré pasar por esta vez —dijo el hombre—. Soy Mark Rewyr, general del imperio.
—¿General Rewyr o General Mark? —preguntó Katria.
—¿Es una broma, mocosa? —preguntó— ¿Te burlas de mí?
—No, no he hecho tal cosa —dijo Katria, despacio—. Cálmese, he querido…
—Te diriges a mí con mucha confianza —dijo el general—. No me agrada tu actitud, no eres igual a mí. Recuérdalo bien, mocosa. Por algo yo soy un general y tu apenas una recluta más.
Katria sonrío.
—¿Si le gano a un general, seré reconocida? —preguntó Katria.
Mathis palideció mientras le dirigía una asustada mirada a su amiga.
—Tienes agallas —dijo Rewyr con una sonrisa maliciosa. Le extendió una mano a Mathis—: Dame esa espada.
Mathis dudó.
—¡Que me des la espada, niño! —repitió Mark—. Es una orden de tu superior.
Mathis entregó la espada, retrocedió y observó a Katria. La muchacha sonreía levemente mientras miraba al general de una forma desafiante.
Es la oportunidad que estaba esperando pensó Katria. Le ganaré y seré la mejor.
Katria observó a su oponente blandir la espada en el aire, entrar al círculo y apuntarla.
Editado: 14.02.2020