La Hoja Blanca

Capítulo 24.

Sobre la rama de un árbol Mirah observaba la gran fogata que habían hecho los Grandes. Le intrigaba que podía significar, por qué no habían simplemente aplastado a sus amigos. Quizá si hubiesen actuado como las bestias brutas que ella pensaban que eran, no se hubiese visto obligada a hacer una estupidez.

Está pasando algo extraño… se supone que estos son solitarios. No, no tengo tiempo para esto. ¡Concéntrate!

Suspiró de impaciencia y volteó a ver el fuego que había encendido tras ella. Las copas de los árboles se quemaban mucho más lento que de lo que tenía previsto. A ese paso, los Grandes matarían a los demás… si es que no estaban muertos ya.

No, siguen vivos, tienen que estarlo.

Volvió a dirigir su vista a los grandes, la imagen era perturbadora. En medio de un amplio claro en el bosque, había una gran fogata con cuatro cuerpos atados a troncos a su alrededor. Y moviéndose alrededor de ellos, marchando ordenadamente en círculos, estaban los Grandes. Un ritual, eso es lo que parecía. Algo de eso había escuchado o leído alguna vez.

¿Para que eran los rituales? No lo sabía con exactitud, solo que después de ellos, las cosas siempre se ponían peor.

Temblaba en una combinación de miedo, emoción e impaciencia.

Entonces los vio, Grandes que iban en dirección al rio, cargando enormes barriles. ¿No iban a apagar el fuego? ¿O sí? Todo su plan pareció desmoronarse por un momento. Sacudió la cabeza y se obligó a centrarse.

Ya empecé. Debo continuar, además, puedo con un poco de agua.

Empezó a toser por el humo que llegaba. Miró atrás y se sorprendió ¿Cuánto tiempo había estado divagando y estudiando a los Grandes? A ella no le pareció demasiado, pero debió serlo. Porque tras ella y acercándose peligrosamente a su árbol, el fuego ardía visiblemente sobre las copas de varios otros.

Había llegado la hora de comprobar si sus amigos seguían vivos.

Sacó una flecha del carcaj. Las manos le temblaban, su pulso estaba al máximo. Apuntó la flecha a la oscuridad y disparó, el gemido de un Grande le confirmó que no había fallado. Cerró los ojos e inspiró profundamente a pesar del humo. Esperó y nada sucedió. Disparó otra y otra más. La cuarta hizo gritar a otro Grande y se empezaron a mover frenéticamente de un lado a otro.

El calor se hizo demasiado intenso. El fuego ya estaba en el árbol de al lado. Habían tardado mucho en prender, pero una vez avivado el fuego, este se propagaba con demasiada facilidad. Tendría que bajar pronto. Tomó una flecha del segundo carcaj.

Mirah la sacudió, y del trapo que envolvía la flecha desde el inserto hasta la mitad de la flecha, salpicaron gotas. Gotitas de aceite.

Esperaba no tener que arriesgarme pensó. Esto tiene que funcionar.

Expuso su muñeca, en la que había un brazalete de textura rugosa. Frotó en este un palillo y luego de un rápido siseo, la punta prendió. Y bastó ese pequeño fuego para que todo el paño empapado con aceite se prendiera alrededor de la flecha. Se quemó la punta de los dedos, pero disparó.

Nada sucedió.

Maldijo y preparó otra, la prendió y disparó. Otro gemido, había dado. Los Grandes estaban cada vez más descontrolados, pero no se alejaban de la fogata. Los que habían ido con baldes estaban volviendo. Entonces vio, casi en mitad exacta del camino entre ella y la fogata, un arbusto empezó a arder.

Tragó saliva y disparó otra flecha en llamas, era la última. Otro gemido, y seguido un grito gutural. Tan fuerte que la hizo temblar, casi perdió el equilibrio. Pero el temor en ella no se comparó al que experimentó segundos después, cuando vio que todos los Grandes corrían hacia ella.

Había empezado.

 

Cayó de lado. Por suerte se soltó del árbol cuando le faltaba poco por bajar. El cuerpo le seguía temblando y las terribles y numerosas pisadas percutían cada vez más cerca. Lo que iba a hacer era una estupidez, una tontería. No, era un plan. Uno que quizá no iba a ser capaz de ejecutar a la perfección.

Se puso en pie y se internó bajo los árboles en llamas, dio unos pasos y una rama en llamas cayó al frente suyo. No había planeado eso, los Grandes no iban a ser su única preocupación. Pero notó algo, las hojas blancas no ardían. No. Ya se preocuparía de eso después. Se ocultó en tras un tronco, rezando porque ninguna de sus ramas en llamas cayera sobre su cabeza. Y esperó.



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En el texto hay: accion, aventura, amor

Editado: 14.02.2020

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