La hora de la oración

Capítulo unico

-¡Vuelvan antes de la hora de oración!- gritaba mi madre mientras mis hermanas y los amigos del vecindario íbamos como todas las tardes a jugar en el parque.

Corríamos a toda prisa desesperados por aprovechar las horas de sol después de toda una mañana de estar en las aburridas clases, el parque estaba encima de una pequeña colina, cruzamos por la plaza del pueblo y luego el camino principal donde los buses esperan a que aquellos que querían ir a la ciudad subiesen.

 Al pasar el camino siguiendo la sendera del rio llegamos a las faldas de la colina, enseguida como en una carrera de atletismo corrimos subiendo la colina hasta llegar a un pequeño parque cercado por unas mallas de metal con una gran puerta de metal  abierta para recibirnos, en cuanto entramos  nos adueñamos de los columpios, sube bajas y el carrusel.

-Debemos volver antes de la hora de oración- dijo Miguelito mi vecino del frente, un niño de unos ocho años  delgado.

-¡Más tarde!- grite y comencé a correr detrás de los otros niños.

Corrimos como locos por todo el parque hasta quedar exhaustos, nos echamos en el pasto para recuperar el aliento, observando las formas de las nubes, contábamos bromas y todos reíamos menos Miguelito quien estaba muy preocupado.

-¡Ya, vámonos!- dijo con voz temblorosa

-¡Vete si quieres, nosotros seguiremos jugando, mañana no hay clases, debemos aprovechar!- dijo Juanito el hijo del zapatero, era un niño muy torpe, a veces malo, como era robusto y más grande que todos le teníamos  miedo.

-¡Tranquilo, todavía falta mucho!- dijo mi hermana mayor tratando de calmarlo

El niño solo asintió mientras miraba alrededor con temor, los otros seis niños, incluyéndome no le dimos más importancia, volvimos a los juegos, gritábamos de felicidad, corríamos, saltábamos  llenos de emoción, de pronto nuestras sonrisas cambiaron por temores, sin darnos cuenta el sol que nos alumbraba ya se estaba ocultando y la luna saldría pronto.

-Corran, debemos llegar a casa antes de la hora …

Trato de decir mi hermana cuando fue callada por un fuerte ruido, la puerta de metal del parque se cerró sola, entre los ocho niños que estábamos ahí  intentábamos abrirla pero nos era imposible, vimos como el aire puro y lleno de alegría cambio de pronto a uno más siniestro y pesado, los rayos del sol estaban totalmente eclipsados por la oscuridad de la noche, una neblina nos rodeó aumentando el temor en nuestros corazones, unas risas siniestras provenientes de los arboles erizaron nuestra piel y  unos lamentos parecían ensordecernos.

-¡Mami, quiero ir con mi mami!- lloro a gritos Marianita, una niña de unos siete años, hermana de Raúl, un niño de nueve, quien la abrazaba fuertemente.

Yo me abrace a mis hermanas mayores, ellas tenían entre nueve y ocho años y yo siete, el mayor de todos nosotros era Juanito de diez años, todos comenzamos a llorar excepto él, que trataba de ocultar su temor  renegando y gritando palabras que escucho de su padre.

-¡Váyanse carajo, no nos molesten, fuera mierdas!- gritaba Juanito con un palo en mano, batiéndolo de un lado a otro

Más risas se escucharon, vimos unos ojos rojos que nos observaban desde las ramas de los árboles, ocultándose en las hojas de estas.

-¿Los niños quieren jugar?- dijo una horrible voz, buscamos por todos lados al dueño de esa horrible voz, pero no podíamos ver nada, la neblina era muy densa cada vez.

-¡Trepemos la reja!- susurro mi hermana mayor, avisando discretamente a todos los niños.

Todos asentimos levemente y disimuladamente dimos unos pasos de espaldas a la reja hasta llegar a ella, Miguelito fue el primero comenzó a trepar lentamente cuando frente a él un ser todo de negro apareció de la nada del otro lado de la reja, propiciándole un tremendo susto que hizo que se soltara de golpe cayendo directo al suelo, golpeándose la espalda en el impacto.

-¡No se vayan aun, todavía no juegan con nosotros!- dijo otra voz igual de espantosa que la primera, todos observábamos temerosos, ayudando a que Miguelito se parara

De pronto de los arboles bajaron unos niños horribles, eran más pequeños que nosotros pero con caras de ancianos, usaban unos enormes sombreros en punta, su ropa estaba vieja y sucia y sus zapatos eran enormes, con las puntas dobladas, nos superaban en número, todos incluyendo Juanito comenzamos a llorar y llamar a nuestros papás

-¡Ellos no pueden escucharlos!- dijo uno de esos niños feos riéndose maliciosamente

-Vengan con nosotros, jugaran todo el día, todos los días- dijo otro entre risas, su risa era siniestra, su mirada maligna nos erizaba la piel.

-¡Mamá, papá!- gritamos todos en una voz

Risas malévolas apagaron nuestros gritos, aquellos niños se veían cada vez más horribles, sus ojos estaban de un color rojo y el otro ser negro volaba cerca de ellos, muchoa más aparecieron enseguida, eran como sombras sin rostro, en ese instante todos comenzamos a trepar la reja cuando sentimos unas manos heladas en nuestros tobillos que nos impedían escapar, volteamos a ver y eran esos seres, los niños feos, nos sujetaron de ambos tobillos y nos jalaron hasta el suelo.

-¡Prefirieron jugar y no llegar a sus casas antes de la oración, ahora de aquí no se irán nunca más!- dijo uno de ellos mientras nos arrastraban sobre la yerba, nosotros intentábamos agarrarnos de cualquier cosa que estuviese cerca pero no podíamos, pateábamos, gritábamos, pero todo era inútil.

Uno de los árboles se abrió por la mitad, vimos una luz roja salir de el, los lamentos que escuchamos a un principio los volvimos a oír esta vez con más fuerza, nos espantamos aún más cuando vimos que aquellos llantos que provenían de adentro del árbol eran de otros niños.

FIN



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En el texto hay: espiritus, duendes

Editado: 14.10.2020

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