La Horas de la Bruma

CAPITULO 1: El Tic.

Vestra, Plaza del Puerto del Azahar,
ha Horas del atardecer,

El azahar más viejo de la plaza hacía sombra como un toldo de manos abiertas. Sus ramas, nudosas como dedos de abuela, dejaban caer un polvo de flores que se pegaba a las mejillas sudadas de la gente. El puerto olía a masa nueva y a sal, a cuerda mojada y a cáscara de naranja recién rota. Faroles de papel subían con ayuda de los niños, pequeños soles cautivos mecidos por el viento del muelle. Las campanas de San Aurel golpeaban el aire con una alegría terca.

Desde la sombra de un árbol, Lyris vigilaba el cierre de un final feliz. A unos pasos, la panadera —una mujer de brazos fuertes y cara hollinada— besaba su horno como si fuera un hijo devuelto del agua. Tres vecinas enseñaban panes nacidos esa misma tarde, redondos y agrietados; se rompían con un sonido crujiente que hacía callar por un instante la plaza entera.

Alguien gritó “¡Que vuelva el buen olor a Vestra!”, y el buen olor volvió, como obedeciendo una ley antigua.
Lyris contaba, sin mover los labios, los pasos de un encantamiento bien atado:

Uno, el horno calienta sin humo negro.

Dos, el yeso de la bóveda no vuelve a cuartearse.

Tres, la panadera recupera su ánimo y su crédito.

Cuatro, el barrio festeja una cosa pequeña para recordar que puede.

Cada punto encajaba, y sin embargo el aire arrastró un rasguño: un tic. No fue de campana ni de metal. Fue como si un dedo invisible golpease un cristal muy fino. Lyris alzó la cabeza, no con miedo sino con ese recelo de quien conoce la forma de los errores y sabe que alguno acaba de abrir el ojo.

Una paloma cruzó la plaza en un arco breve. Revoloteó sobre las mesas, recogió migas, levantó el vuelo en curva hacia el campanario y desapareció tras la esquina de un pescadero. Hasta ahí, normal. Solo que la paloma volvió a cruzar la plaza en el mismo arco, con la misma reverberación de plumas, la misma oscilación de sombra en el empedrado, y volvió a desaparecer por el mismo hueco de aire como si hubiese rebobinado la tarde para repetir su trazo.

El farol más cercano parpadeó. Se apagó con un suspiro tibio. Y volvió a encenderse después de haberse apagado, como si encender fuese su pasado y apagarse su futuro y alguien hubiese cambiado el orden.

Lyris apretó el cuaderno contra el pecho. El lomo, curtido por años de agua de mar y polvo de archivos, parecía más pesado de lo debido. Repasó de memoria el Código de No Intervención Directa; las cláusulas se encendieron detrás de sus ojos como letras de sal sobre piedra húmeda.

No revertirás un suceso cerrable si lo cerrado se sostiene por virtud de las partes.”

“No tocarás el ánimo si el ánimo, por sí, puede volver.”

“No alterarás la memoria de un barrio para aliviar el peso de una sola casa.”

Nada en el Código hablaba de palomas repitiéndose ni de faroles que cambiaban el orden de sus actos. Nada sobre tics en el vidrio del mundo.

—Mamá, yo te dije—saltó la voz de un niño, aguda.

—Mamá, yo te dije—repitió, idéntica, con el mismo aliento, los mismos ojos muy abiertos, antes de terminar la primera frase.

La madre le puso la mano en el hombro sin darse cuenta de que había recibido el gesto dos veces, como quien recibe dos gotas iguales en la misma frente y solo acusa una.

Lyris no mostró los dientes; la prudencia de las madrinas de la Bruma es también un teatro bien ensayado. Se agachó como para atarse la cinta del zapato y tocó el cierre del encantamiento con un alfiler de plata escondido en el dobladillo del guante. Bastó apenas rozar el nudo para que la bruma —,esa bruma suya, técnica, obediente,— soltase el lazo final que mantenía el “Final Feliz” sujeto al día. Lo deshizo con delicadeza, como quien descose sin romper la tela. El barrio no se aflojó; se mantuvo por su propio peso, que era el de las manos que trabajaron, el del horno arreglado, el del crédito devuelto. Bien.

El tic volvió, más claro. Un único golpe, seco, en la membrana del aire. A la distancia, un marinero juró contra el viento. Una anciana dejó caer una moneda que rodó hacia lo imposible: rodó hacia atrás y se detuvo en la zapatilla como si alguien la hubiese devuelto a su camino.

—Estás viendo cosas —murmuró Lyris, y supo que mentía.
Abrió el cuaderno. La tinta, negra y espesa, olió a viejo nogal. Buscó, con dedos muy quietos, las páginas de aprendizaje, aquellas que no miraba desde hacía años porque a la gente le gusta creer que lo primero —lo torpe, lo primerizo— se queda pequeño. Entre recetas y prohibiciones encontró el símbolo que su maestra le había enseñado una vez, en voz baja, como se enseña un pecado posible: un círculo con una muesca de diente, un ojo con pestañas de bronce. Al lado, su letra de entonces decía “¿Reloj?”.

Lo dibujó de nuevo, esta vez con pulso firme. La tinta se asentó con un brillo húmedo. En cuanto el círculo se cerró, el azahar se estremeció, las flores agitaron un perfume más hondo —como un recuerdo de perfume— y el tic golpeó una vez más, ahora desde dentro del dibujo.
Lyris tragó saliva. El gusto le trajo un carbón muy ligero, como si hubiese metido la lengua en una nuez de tinta. Por protocolo, por pura fidelidad al oficio, intentó decir en voz alta lo que había visto: nombrar es nuestro primer modo de atar.

—Ha ocurrido un… re...—La palabra se le clavó en la garganta. —Cro...—.El cuello se le encogió, un ardor la cosió por dentro desde la base de la lengua hasta la nuez. No fue tos ni miedo. Fue censura. Un hilo se le quebró en la voz y de pronto el nombre se volvió impronunciable, como si la boca hubiera olvidado la figura exacta del sonido.

Notó la raspadura de tinta: áspera, caliente, latigazo breve. Se llevó dos dedos a la tráquea y los retiró manchados de nada. Nada visible, pero el ardor permanecía, leve y desvergonzado.

Aquel oficio pedia calma hasta cuando el mundo no colabora. Lyris sonrió al pasar junto a las vecinas que repartían pan en trocitos. Recibió uno, lo partió con el pulgar. La miga se desmoronó en un mismo desmoronarse dos veces: un primer derrumbe, y el segundo exactamente encima, como una sombra repitiendo al cuerpo. Nadie más lo notó.




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