Gatos dorados y soles blancos

Quiero una mañana en la que el sol entre por mi ventana...
No, no, no, eso es algo que fácilmente podría ocurrir cualquier día.

Quiero una mañana con el sol entrando por mi ventana y un gato durmiendo a mi lado.
No, no, no, eso es algo que me inspiraría a no levantarme de la cama.

Quiero una mañana con un sol dorado colándose entre las vaporosas cortinas de mi ventana y un gato blanco bañándose de los rayos escondidos tras la transparencia de la tela, esperando a que lo acompañe en un momento sin límite de tiempo, sin destino sin consecuencias. Sentir el viento matutino, alcanzando mis piernas y brazos apenas cubiertos por una suave tela, con sus ligeros abrazos frescos que apenas lograron ser entibiados por el recién renacido sol en el este.

Quiero una mañana con un café y un pan... ¡De qué hablo! Eso puede suceder en un día común.

Quiero una mañana con un café y un pan, y una canción de fondo que me ponga a bailar en mi asiento... ¡Qué va! Eso podría hacerlo en un cumpleaños.

Quiero una mañana con un café bien cargado, que su calidez traspase la taza donde sea servido, pero descafeinado para que no me quite los sueños, con tres cucharadas de azúcar morena para empezar con una sonrisa en una mañana eterna. Un pan de elote esponjoso como las nubes que no atormentan, de esas que vienen y van suavemente, de esas que no esconden la luz totalmente, un pan recién salido del horno así su aroma va a camuflar las dudas y preocupaciones, abrirá un hueco en mi barriga y me hará salivar, danzarán mis papilas gustativas y yo podré descansar.

Quiero una mañana poco común como lo es esta vida, una mañana en la que tenga un gato dorado ronroneando la canción que suena en algún río; una mañana en la que se eleve un sol blanco como señal de paz que pueda rozar mis manos.