La huella que dejas

Cada vez, en cada oportunidad

Me rompes el corazón en cada gota de lluvia que trae el eco de la imagen al despedirte, cada que estalla en el pavimento gris, sin atisbo de verde vibrante, sin el color alegre de una flor.

Me rompes el corazón infinitamente cada vez que no recuerdo cómo recordarte. Cada vez que recuerdo que tu voz es más como la estática de una televisión de antena y no como el sonido claro, alegre, majestuoso y fresco de un arroyo.

Me rompiste el corazón no solamente una vez, sino cada ocasión en que intenté amar a alguien. Cada palabra ensuciada de deshonor, de copias de ti, me arrastraba en olas agitadas hacia esa historia desmoronada. Te llevaste la alegría y luz dorada de mi primavera; arrancaste, desconsideradamente, el calor de mi primavera.

Cada mano, que recogía las mías —lánguidas y desinteresadas—, terminaba fría y aburrida. Y como si pasaran una eternidad en una era de hielo, iban con desesperación tras el consuelo de calidez humana.




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