Daina pasea por la plaza de los mercaderes. Hoy es día de mercado y está llena de gente.
Es un día de sol, ni caluroso, ni frio.
La acompañan un White terrier de 2 años llamado Aika y un labrador color arena de 5 años llamado Eiko.
Una elegante carroza atraviesa la plaza, engalanada de oro y piedras preciosas se lleva la mirada de todos los presentes. En su interior viajan dos niñas ricamente vestidas que observan a la muchedumbre a través de las ventanas del vehículo.
Cuando la carroza está a punto de pasar delante de la joven, tres hombres encapuchados saltan sobre los cocheros y de un golpe seco los echan del carruaje heridos de muerte por arma blanca.
La carroza se desvía de su ruta sin que nadie pueda detenerla.
El instinto se apodera de la joven. Tan rápido como ve dirigirse a la carroza hacia una de las calles laterales de la plaza, sale corriendo tras ella guiada por sus fieles mascotas siguiendo el rastro de los captores por las calles de la ciudad.
Tras más de una hora de búsqueda, los perros por fin dan con el carruaje. Está delante de una casa de dos pisos de altura situada en uno de los barrios más peligrosos de la ciudad, pero no tiene miedo.
Sabe que ella sola no puede enfrentarse a los secuestradores y, por tanto, manda a los perros en busca de ayuda.
En la segunda planta alguien se ha olvidado una ventana abierta, la joven ve una oportunidad que no puede dejar escapar.
Daina accede a la ventana a través de una farola que separa la casa de la de al lado.
Entrar sola en la vivienda de unos secuestradores es una locura, pero no puede dejar que se salgan con la suya, debe intentar ayudarlas.
Se cuela por la ventana como un gato silencioso. La estancia está vacía. Parece un trastero lleno de basura de todo tipo: somieres, armarios, utensilios de limpieza, etc. Atravesar la habitación sin hacer ruido parece una tarea casi imposible, pero logra abrirse paso sin tropezar.
Avanza en sigilo pegando la oreja a cada puerta en busca de las muchachas. Ha de tener mucho cuidado para no ser encontrada.
La casa parece vacía, no se oye ningún ruido en ninguna de las plantas, ¿está en la vivienda correcta?
Por fin, en el sótano, encuentra a las infantas.
Están atadas con una larga cuerda en medio de la oscura habitación. Con mucho cuidado desata a las dos niñas y les pide que recojan la cuerda por si la necesitan en su huida.
Salir de la vivienda no va a ser tan fácil como entrar, y eso Daina lo sabe, pero confía en tener suerte y no encontrarse con los secuestradores por los pasillos.
La mala suerte se cruza en el camino de las tres jóvenes. En el primer piso se escuchan voces.
Llegar hasta la puerta puede resultar complicado si no van con sumo cuidado.
Pero cuando ya han salido de su escondite se topan con uno de los secuestradores.
Ha salido para ver cómo están las prisioneras y se sorprende al verlas liberadas.
Daina se aprovecha y, antes de que él pueda reaccionar lo tiene contra la pared con su propia arma apoyada en la garganta.
-Como nos delates te mato –le amenaza fríamente-, no se te ocurra seguirnos.
A continuación le suelta y sigue su camino por el corredor llevándose con ella el pequeño machete.
Las dos jóvenes la siguen corriendo hacia las escaleras que suben al piso superior.
La joven sabe que tiene poca ventaja, y la puerta de entrada seguramente estará cerrada con cerrojo. Escapar por la ventana por la que entró es lo más sensato.
Cuando casi han llegado al segundo piso se escucha el alboroto en la planta de abajo.
-Las prisioneras se escapan –gritan las voces de sus captores.
-Corred- grita Daina- por aquí, rápido.
Perseguidas de cerca por dos hombres armados, las muchachas entran en la habitación por la que la joven accedió a la casa. Logran cerrar la puerta ante los secuestradores por los pelos y colocan toda clase de objetos para bloquearla.
Las tres jóvenes acceden al tejado desde la ventana abierta. Desde allí Daina lanza la cuerda a modo de lazo contra la chimenea de enfrente, luego ata el otro extremo a la chimenea que tiene junto a ella.
-Altezas, por favor, cruzad al otro lado de la cuerda. Es más difícil que nos sigan si cruzamos la calle –les pide intentando parecer tranquila.
Las muchachas no hacen preguntas y se disponen a cruzar por el peligroso paso entre las viviendas.
La primera en cruzar por el inestable puente improvisado entre los tejados es la mayor de las dos jóvenes que Daina ha ido a rescatar. Despacio y sin mirar abajo logra llegar al otro lado con un equilibrio envidiable.
Cuando la segunda joven está a mitad de la cuerda aparece uno de los secuestradores en el tejado. En el momento en el que llega hasta la cuerda, Daina le está esperando con su propia espada desenvainada. Así mientras la menor de las secuestradas avanza por la estrecha cuerda, en el tejado comienza un duelo entre su rescatadora y uno de los criminales.
De repente el silencio del callejón es roto por unos ladridos repentinos. La joven equilibrista pierde la concentración y el equilibrio, por suerte logra agarrarse a la cuerda con las manos. Le quedan unos pocos pasos hasta el extremo donde le espera su hermana.
-Vamos Cali, puedes logarlo, -la anima su hermana desde el tejado.
En el callejón han aparecido dos perros, un White terrier y un labrador color arena, seguidos a su vez por una figura vestida de negro. Más arriba, en las alturas Cali avanza hacia su hermana despacio, le sudan las manos y le cuesta sujetarse, pero finalmente logra llegar hasta ella y ponerse a salvo.
En el tejado de la casa de los secuestradores se está produciendo un emocionante combate.
Ahora hay cuatro personas en el tejado, la joven rescatadora lucha contra dos de los criminales. La cuarta figura es el hombre vestido de negro. ¿Será un amigo o enemigo? Según parece lucha contra los secuestradores, pero en ese baile de espadas nadie se puede fiar de quien es aliado y quién no.