Daina, ¿No es un poco tarde? – le pregunta Ezla al verla entrar.
-Me entretuve, me surgió un imprevisto.
La mujer la examina de arriba abajo. La joven trae el vestido arrugado y sucio, incluso tiene un roto en el hombro izquierdo alrededor de una mancha de sangre seca.
-¿Y eso? ¿Qué ha pasado? –le pregunta inquisitiva señalando el hombro de la muchacha.
-Nada Ezla, no es nada –miente ella.
-No te creo Daina, ¿quieres contarme que ha pasado?
-Tuve una caída, eso es todo.
-Ya, una caída... -murmura Ezla.
La mujer conduce a la joven hasta la cocina y, una vez allí procede a limpiar la herida.
Al eliminar la sangre seca aparece un corte, por suerte poco profundo, que tiene un indiscutible aspecto de haber sido producido por algún arma blanca.
-Ah, duele –se queja la muchacha al roce del trapo húmedo con el que Ezla le está limpiando la herida.
-Esto no te lo has podido hacer en una simple caída. ¿Quieres contarme que ha pasado? Sabes que no me gusta que vayas armada por la ciudad.
-Bueno.... – murmura Daina- es cierto que tuve un enfrentamiento... Pero fue por una buena causa.
-¿Una buena causa? ¿Acaso existen? –Ezla la mira con gesto preocupado. Luego con un tono más calmado añade- ¿por qué cedería ante la idea de que Carlps te enseñase a usar una espada? Eso no es para mujeres. Anda, ve a cambiarte y déjame el vestido para que pueda coserlo.
Daina sube a la planta superior de la vivienda donde se encuentran los dormitorios. Allí se cambia de ropa. Deja su habitual vestido hecho de telas de mil colores diferentes y se pone un viejo vestido gris de manga larga y un delantal blanco sucio atado a la cintura. Luego baja al piso inferior. Es la hora de comer y la taberna está a punto de abrir sus puertas.
La taberna está casi vacía, solo hay dos mesas de descuidada madera ocupadas por viejos clientes ya habituales.
Daina sirve las mesas, mientras Ezla está en la cocina situada en otra habitación, detrás de una abandonada barra de bar al fondo de la estancia de piedra desnuda, sucia y gris. En una de las mesas hay cuatro hombres de bastante edad jugando a las cartas. En la otra hay un viejo solitario que bebe whisky y, que se pasa las horas dando conversación a la muchacha, pues en realidad tampoco tiene mucho trabajo que hacer, salvo servir lo que sus escasos clientes le piden. Así que cuando él entra acompañado por dos hombrees vestidos con caras y elegantes armaduras ella está sentada a la mesa, bebiendo sorbos de un vaso de zumo de naranja y piña a través de una pajita, escuchando las divagaciones del viejo.
-Dai –La llama el muchacho- Estos hombres desean hablar contigo.
La joven deja el vaso sobre la mesa y se acerca cautelosa a los recién llegados. Los dos hombres que acompañan al muchacho llevan un uniforme con los colores de la bandera del reino, el morado y el blanco. Bordado en el lado izquierdo está el escudo real que lleva de fondo los mismos colores que la bandera, solo que en orden invertido, y en su centro una cruz formada por dos ramas de olivo. En la manga izquierda la insignia de la guardia del rey (una gota dorada con una R mayúscula bordada en morado) y la del cargo que desempeñan en ella. ¿Por qué habrán venido? ¿Qué querrán de ella? ¿Tendrá que ver con lo acontecido esa mañana? Ella no es una criminal, ella solo pretendía ayudarlas.
-Señorita, tenemos orden de llevaros al palacio real de inmediato –declara uno de los guardias.
-¿Al palacio real? –pregunta la joven extrañada.
-Dai, ¿Qué has hecho? –le pregunta el muchacho en voz baja.
-Mei no lo sé, creo que nada –le susurra ella a su vez.
-¿Qué le digo a mi madre?
-Dile la verdad, y que seguro todo se arreglará. Pronto estaré de vuelta –Responde la muchacha sin acabar de creer en sus propias palabras.
-Espero que estés en lo cierto.
Daina suspira, realmente no tiene otra opción que acompañar a la guardia real, solo un loco se opondría. Así que la joven acepta acompañar a los soldados hasta el palacio, intentando aparentar tranquilidad ante la adversa situación en la que cree encontrarse.
Fuera la espera un sencillo carro de caballos, la joven sube al vehículo custodiada por los dos guardias y el coche se pone en marcha en dirección al palacio real.