La Huérfana

UNA RECOMPENSA INESPERADA

El carro de caballos llega hasta las glamurosas puertas de hierro que son la entrada al patio delantero del palacio, estas son abiertas a su paso y, el carro se dirige hasta el centro del patio por el camino de tierra que llega hasta la entrada principal. En el centro del patio hay una plaza circular de la que salen cuatro senderos, uno hasta la entrada del palacio, otro hasta la puerta que han dejado atrás, el de la derecha lleva a las caballerizas, mientras el de la izquierda conduce a la parte trasera del palacio. Los senderos están separados por un jardín de flores recatadamente cuidadas. Allí les espera un hombre de unos 45 años, pelo negro y unos penetrantes ojos azules, viste el uniforme de la guardia real, luciendo el distintivo del rango más alto dentro de la guardia en el brazo izquierdo. La joven le reconoce al instante, le ha visto muchas veces, aunque pocas con el uniforme, pues normalmente en sus encuentros vestía de paisano.

-Dai bienvenida –la saluda sonriente –nos están esperando.

La joven se limita a asentir, se siente nerviosa e insegura pese a estar en compañía de un amigo de toda la vida.

Caminan en silencio por un largo pasillo de techos altos con bóveda de abanico, adornada cada varios metros por lámparas de araña hechas con la máxima delicadeza y glamur. Las paredes están pintadas con complejas serpentinas de flores de vivos colores y retratos de antiguos reyes y reinas, todos engalanados con marcos dorados. El suelo está formado por baldosas de cuarzo rosa y cuarzo blanco de forma cuadradas. El centro del pasillo está cubierto con una elegante alfombra morada con el escudo real dibujado cada algún metro.

A lo largo del camino van dejando atrás puertas de cara madera tanto a derecha como a izquierda. Al final del pasillo hay unas escaleras que suben al piso superior en semicírculo, la barandilla pintada de oro hace los dibujos de una R cursiva y los escalones están cubiertos por otra alfombra morada.

Poco antes de la escalera, al lado derecho de la pequeña plaza interior hay unas espléndidas puertas de madera de roble con serpentinas de flores talladas en ellas. A ambos lados hay hombres apostados, vestidos con el uniforme oficial de la guardia real. Ante ellos se detienen y estas son abiertas de inmediato.

La sala que hay al otro lado es una habitación de gran tamaño. El techo es una gran cúpula de arcos entrecruzados. Las paredes, al igual que el pasillo, están cubiertas de serpentinas de flores y cuadros, pero estos son más grandes y representan batallas y victorias pasadas. Al fondo unas cortinas de seda blanca cubren unas grandes puertas de cristal que ocupan casi toda la pared. EL suelo, del mismo mármol que el pasillo, está cubierto por alfombras moradas y, del techo cuelgan lámparas de araña bañadas en oro blanco. La sala no contiene más muebles que cinco elegantes sillones en su centro, en ellas hay sentadas cinco personas. En las dos centrales se encuentran un hombre y una mujer de entre cuarenta y cincuenta años, vestidos con elegantes trajes acorde con su cargo. A la derecha del hombre hay un muchacho de unos 21, mientras que las dos sillas restantes están ocupadas por las dos jóvenes a las que había ayudado esa mañana. ¿Tendría algo que ver lo sucedido unas horas antes con su presencia allí?

El hombre que la ha escoltado hasta esa estancia hace una reverencia algo exagerada antes de presentar a su acompañante:

-Majestades, altezas, aquí está la valiente joven que esta mañana arriesgó su vida por nuestras amadas princesas.

Daina imita su reverencia de forma algo torpe, no añade nada a las palabras de su acompañante, pues no sabe si debe hablar.

Ante la sorpresa de la joven, el mayor de los hombres se levanta de la silla y, con paso firme se acerca hasta los recién llegados.

-Señorita –la saluda besándole la mano – bienvenida.

-Gracias, majestad –responde ella sonrojándose.

-Mis hijas me han comentado lo valiente que fue enfrentándose sola a esos hombres.

-Solo hice lo que creí correcto, majestad.

-No sea modesta señorita, no es necesario.

La joven enrojece avergonzada a la vez que sorprendida.

-¿Cómo se llama, señorita?

-Daina, majestad.

-Daina, es una heroína para mis hijas –dice el hombre señalando a las princesas-, y por tanto para el reino. Por eso se celebrará un baile en su honor –anuncia el rey sonriéndole.

-¿Un baile? –Pregunta la joven claramente sorprendida-, ¿en mi honor?, no es necesario...

-Es lo mínimo que puedo ofrecerle por lo que ha hecho.

-Gracias, majestad –responde ella temerosa de ofenderle si se niega a aceptar tal reconocimiento.

                      

-¿A un baile? –pregunta Ezla sorprendida.

-Sí, al parecer me consideran una heroína y quieren homenajearme.

-No se te ve muy ilusionada –observa la mujer.

-Bueno..., ya sabes que no pertenezco a ese mundo. –Se justifica la joven- Es una locura, no encajaría ahí.

-Pero tienes que ir. El propio rey te ha invitado.

-Lo sé –la muchacha suspira desanimada.

-No sé, Daina, eres un poco rara. Muchas chicas de tu edad darían lo que fuese por ser invitadas a un Baile real. Debes ir, no puedes rechazarlo. ¿Cuándo será?

-En unas dos semanas, la invitación formal supongo que llegará pronto.

-¿Invitación formal? ¿Qué invitación quieres más formal que haber sido invitada a palacio y que su majestad en persona te diese la noticia?

-Tienes razón Ezla, eso es formalidad absoluta –responde Daina con un tono irritado en la voz, pro dejando escapar una sonrisa tímida.

-Bueno, entonces decidido, irás al baile –sentencia la mujer.

-En ese caso necesitaré un vestido, zapatos, alguna joya.... –enumera la joven dejándose caer en una de las viejas sillas de la taberna fingiendo estar exhausta.

-Eso tiene fácil arreglo, se lo pediremos prestado a Carlps.

-¿Crees que aceptará prestarme ropa para el baile?




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