La Huérfana

EL BAILE

En la entrada del palacio un hombre espera la llegada del carruaje. La joven lo reconoce de inmediato, es el hombre que la estaba esperando la otra vez.

-Justo a tiempo –le sonríe mientras la ayuda a bajar.

En el interior, el pasillo de los retratos está adornado con sus mejores galas. Sirvientes de todo tipo y condición van y vienen entrando y saliendo de las diferentes habitaciones que hay a lo largo del corredor.

La muchacha y su acompañante caminan hasta la habitación de la otra vez. Las puertas están abiertas y el ajetreo se escucha desde fuera.

Ya han debido de llegar casi todos los invitados, que mala educación llegar la última, se dice la muchacha.

La joven y su escolta atraviesan las puertas, todas las miradas se giran hacia ellos. La muchacha se siente observada y ridícula con ese vestido algo fuera de moda, pero aun así entra en la habitación sin dejarse intimidar.

La estancia está algo diferente a cómo la recuerda. Los tronos han sido retirados, los techos y paredes cubiertos de serpentinas que envuelven los marcos de los cuadros, las lámparas y las ventanas. En el lado derecho alguien ha instalado un escenario flotante a mitad de las altas paredes donde una orquesta toca en directo con sus trompetas, sus violines, sus clarinetes, un arpa, un teclado, contrabajo, bandurria, flauta travesera, viola, etc., pero nadie baila. Camareros de morado y blanco caminan entre los invitados portando bandejas repletas de todo tipo de exquisita comida y bebidas de lujo servidas en delicadas copas, saliendo y entrando por una puerta camuflada en la pared de la izquierda.

No ha dado más de una docena de pasos cuando Daina se ve rodeada de gente que le pregunta sobre el acontecimiento de dos semanas atrás. Todos desean saber hasta el mínimo detalle del suceso narrado desde el punto de vista de su heroína.

La muchacha se separa poco a poco de su acompañante hasta quedar sola y perdida en medio de los trajes de gala que inundan la sala.

Tras unos minutos de responder a toda clase de preguntas de los invitados, la joven, que no está acostumbrada a estar entre tanta gente, comienza a sentirse algo maderada. En ese momento alguien se acerca hasta ella, un muchacho de unos 21 años, pelirrojo y con unos penetrantes ojos verdes con el que ya se ha cruzado un par de veces en las últimas semanas. El joven la rescata de la multitud justo a tiempo y la conduce por la sala hasta las grandes puertas de cristal que están abiertas dejando ver una pequeña terraza al otro lado, en este momento vacía.

Fuera está anocheciendo y una suave brisa refresca el comienzo de una despejada noche primaveral. La muchacha se apoya en la barandilla temiendo no poder mantenerse en pie, él la observa dejando unos centímetros entre los dos para no agobiarla más.

-¿Estas mejor? –le pregunta dubitativo.

-Sí alteza, gracias por haberme rescatado– logra decir ella casi en un susurro.

-No estás acostumbrada a las multitudes, ¿no?

-No precisamente a este tipo de multitudes –reconoce ella.

Él sonríe amablemente.

Pasan unos instantes en silencio. La muchacha observa el jardín. La terraza da a una pequeña plaza de flores con una fuente bastante simple en su centro, pero justo al fondo, mirando hacia la derecha se aprecia el inicio de un inmenso jardín envidia de cualquier botánico.

-Tengo curiosidad sobre una cosa –comenta él rompiendo el silencio.

-¿Sobre qué? –Pregunta ella intrigada.

-Perdóname si soy un poco...., bueno, espero que no te moleste, pero tengo curiosidad sobre quien era tu acompañante el otro día.

-Es cierto, alteza, no es algo que le incumba, pero ya que tiene tanta curiosidad por saberlo, solo era mi primo –miente-, él y su madre son la única familia que tengo.

-Oh, lo siento, no lo sabía –se defiende el joven con tono de arrepentimiento.

En ese momento una chica de unos 15 años, pelirroja, ojos verdes, vestida acorde con su estatus social, aparece en la puerta de la terraza.

-Daina, por fin te encuentro. Ven, mis amigas quieren conocer tu versión de la historia.

La joven mira un instante al muchacho sonriente pero encantada de ser liberada de esa conversación, él le devuelve la sonrisa cómplice.

-Si me disculpa, alteza – se despide ella, y, tras realizar la reverencia protocolaria, entra de nuevo en la fiesta siguiendo a la adolescente.

-Le gustas a mi hermano – le susurra la infanta.

-No lo había notado –responde Daina con ironía.

-Oh, pues resulta muy obvio. ¿Crees en el amor a primera vista?

-Creo que es demasiado romántica, alteza –le reprocha Daina.

-Tal vez, pero por aquí no hay demasiado con lo que entretenerse.

-Me cuesta creerlo –murmura Daina.

-Ven, vamos, no hagamos esperar a mis amigas –le recuerda Daya tomándola del brazo y arrastrándola por la sala.

                 

-Oh, que valiente –la alaga una de las amigas de la infanta.

-Bueno..., -Se ruboriza la joven- fue más bien un impulso un poco suicida.

-No te quites mérito Daina –interviene la joven pelirroja- parecías tener todo bajo control.

-No del todo, alteza, recuerda que recibí ayuda.

-Cierto, Eld vino a ayudarla – confiesa la adolescente ante la mirada de admiración de las chicas que les rodean.

-¿Eld? –Pregunta otra de las presentes -, mi padre asegura que murió hace ya años.

-Pues tu padre se equivoca –le rebate la princesa-, está muy vivo, yo lo vi con mis propios ojos.

-No sé si creerte, Daya. Hacía años que nadie había oído hablar de él, a lo mejor era un impostor.

-No era un impostor –interviene una nueva voz, más infantil-, estoy segura que era él de verdad. Daina lo llamó por su nombre.

Todas las miradas del grupo se vuelven de golpe hacia la invitada de honor, la hija pequeña del rey acaba de convertirla de nuevo en el centro de atención.

-Es cierto que era él –confirma la joven-, le conozco desde hace muchos años y puedo asegurar que está muy vivo.




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