La Huérfana

ESGRIMA Y ADMIRADORES

Han pasado ya dos días desde el baile y uno desde la carta. Hoy es un día festivo, por eso ha llegado a casa de Ezla una visita muy especial.

Una vez a la semana viene su hermano mayor a pasar el día con ellos, siempre coincidiendo con el día de menos trabajo, el día de descanso.

El hermano de Ezla es un hombre importante, con dinero y un puesto de responsabilidad en la corte. Al menos comparado con su hermana no le falta el dinero, pero no es el más rico de los tres hermanos que son.

Daina espera siempre su visita con ilusión, pues él es su maestro de esgrima.

De él ha aprendido todo lo que sabe. El mejor espadachín de la corte, según se dice, o al menos en su juventud lo era.

Los entrenamientos tienen lugar en el pequeño corral de la vieja casa. Allí, tanto ella como Meicel, reciben sus clases, pero él nunca ha mostrado un gran interés por la disciplina.

Ezla por su parte observa desde una posición segura, y acompañada de Aika y Eiko anima a los muchachos. La mujer nunca ha estado muy convencida de la utilidad de esos entrenamientos para los dos jóvenes. Él seguramente heredará el negocio familiar, y manejar una espada no sería su principal preocupación. Respecto a Daina, como mujer tampoco le sería muy útil esa disciplina, ¡qué equivocada está respecto a sus opiniones!

El entrechocar de metales resuena por el pequeño corral. La voz de su profesor dando instrucciones se funde con el ruido de las espadas. Las armas están desafiladas para minimizar los riesgos que puedan surgir.

Después del entrenamiento llega la hora de comer, ahí la peculiar familia se cuenta lo acontecido durante la semana.

El hombre tiene un hijo de la edad de los dos muchachos, pero la joven nunca lo ha visto. La tía de Meicel murió poco después de nacer su único hijo, el primo del chico.

Daina desde muy pequeña se ha interesado por él. En cada una de sus visitas le pide que algún día se lo presente, pues el hombre siempre ha vendido bien a su hijo, lo halaga ante su hermana, su sobrino y su protegida, pues es un padre orgulloso de su mayor tesoro.

Hoy además de las clases y la agradable comida en familia el hombre trae un regalo para Daina. Viene de parte del palacio, concretamente de un miembro de la familia real. Se trata de un ramo de rosas rojas con una nota en la que alguien ha escrito:

<<Para Daina, espero que te gusten>>

Aunque la nota no está firmada, la joven sabe perfectamente de quien es, solo hay un miembro de la familia real que se preocuparía en esos detalles.

-Son muy bonitas, -comenta la muchacha- pero cuando le veas dile que no soy de esas a las que se conquista con regalos.

-Se lo diré –sonríe el hombre.

-Vaya, vaya, un admirador –se burla Meicel.

-Seguro que tú también tienes admiradoras –se defiende ella.

-Pero no en la alta sociedad. Tú que decías que ese mundo no te interesaba.

-Y sigue sin interesarme. Una no elige a sus admiradores.

-Ya, ya. Digas lo que digas sobre él ahora, tarde o temprano caerás en su juego, créeme.

Ella le mira irritada, pero no responde. Se limita simplemente a coger las flores y meterlas en un jarrón en la barra de la taberna.

-No perdamos más tiempo –anuncia tras dejar el jarrón-, puede que tengas mucha labia Mei, pero con la espada te puedo.

-Eso habrá que verlo.

Dicho esto los dos jóvenes salen al corral, seguidos por los adultos que se miran cómplices, pues saben que Meicel tiene bastante razón esta vez: Si ese muchacho ha posado los ojos en Daina, no se conformará con un simple "no".

                  

A partirpartir de las primeras rosas, llegan muchas más, todos los días llega un nuevo ramo de flores para Daina, todos con la misma tarjeta, sin nombre ni firma, pero no es necesario, pues sabe perfectamente de quien son.

-Deberías responderle –le sugiere Meicel.

-¿Eso no sería entrar en su juego?

-¿No te gustaría probarlo? –la pincha él.

-¿Entrar en el juego seductor de alguien de la alta sociedad?

-Exactamente. ¿Por qué no?

-Porque esa gente se aburre rápido de sus conquistas. Además si quiere algo de mí que me lo diga directamente y se deje de rosas. ES cierto que me gustan esos detalles, pero ya sabes que me gustan más las personas directas.

-¿Y se lo dirías a la cara?

-¿El qué?

-Lo que me acabas de decir.

-Pues..., -duda ella- quizás –intenta hacerse la valiente.

-Que bien porque tendrás una oportunidad pronto –sonríe él como si supiese algo que Daina ignora.

-¿De qué hablas Mei?

-Pues que llegó este sobre para ti hace un rato, -El joven se saca un sobre del bolsillo- es una invitación para ir a pasar una tarde a palacio.

-Dámela –grita Daina mientras se la arranca de la mano impaciente- ¿La has leído?

-No pude resistirme –confiesa él con malicia.

-Eres un miserable –le gruñe ella medio molesta. A continuación corre a su cuarto con exagerada prisa.




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