La Ilusión de la derrota (Últimos días gratis)

28.1

Pereyra desvió la mirada, se vio acostado en aquella cama bajo el techo de la galería, rodeado por ese campo que podía ser cualquier sitio, donde todo estaba peligrosamente quieto, como en un cementerio. En ese momento descubrió el Falcon a un costado, y no le gustó encontrarlo así; lo habían incendiado, ahora no era más que un amasijo de chapas chamuscada.

 

La mano de Marta le giró gentilmente el rostro hacia la cámara.

-Confesá, querido… decí lo que hiciste.

Pereyra se acomodó en la cama, tomó aire. Miró a la cámara por unos segundos, qué otra alternativa le quedaba. Entonces comenzó a hablar.

-Mi nombre es Ángel Pereyra, y quiero decir algo. Mi primera víctima fue el farmacéutico que me envenenaba con sus medicamentos… la segunda que maté fue el asistente de mi psiquiatra… mi tercera víctima fue el director de la clínica que pretendía volver a internarme… la cuarta víctima fue mi mujer, por haberme abandonado…

El sujeto de la foto bajó la cámara, la apagó.

Pereyra sintió que se condenaba él solo, no ante la justicia, sino ante ellos dos. Ya tenían lo que necesitaban. Ahora lo iban a quemar vivo y a meter dentro del Falcon.

-Muy bien, Pereyra. Muy bien, dijo el sujeto de la foto entusiasmado.

-Te dije que no iba a hacer falta torturarlo, dijo Marta satisfecha.

-¿Quiénes eran? Preguntó Pereyra.

Cómo no le respondían, volvió a preguntar.

-¿Quiénes era esas personas…?

-¿Para qué quiere saberlo?, retrucó el sujeto.

-Decile nomás… Que él también aprenda a no meterse donde no lo llaman, dijo Marta.

En ese momento Pereyra comprendió que Marta era la jefa del sujeto de la foto, el tipo obedecía sus órdenes.

-A Roberto lo mataron cuando usted lo puso a averiguar quién era yo y qué hacía… así que, déjeme decirle, de algún modo esa muerte es un poco su culpa… aunque la empleada que le disparó ahora trabaja para nosotros, y hay que ver lo bien que le va en la organización… El enano era un investigador privado, un colega suyo… se disfrazaba de mujer para poder infiltrarse donde le convenía… gran profesional, muy aplicado… No como usted, no se me vaya a ofender… El hombre del tiro en el pecho es un secretario de juzgado que venía investigando unos contratos de obras públicas de nuestros patrones, casualmente contratos que se ganaron en buena ley, pero una mano negra quería dárselo a otras empresas…

-¿Y a Susana por qué? Preguntó Pereyra lastimado por el recuerdo de esa pobre mujer que había tenido la fatalidad de ser su secretaria.

-A Susana la matamos porque era la única que iba a preguntar por vos, a salir a buscarte, a defenderte, dijo Marta. Me dio la impresión de que esa mujer estaba enamorada… Así que, en cierto modo, también podés sentirte un poco responsable de esa muerte…

            Por primera vez en muchos años, Pereyra sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, y le dio vergüenza ponerse a llorar frente a esos dos.

            -No me llore, no… por favor, Pereyra, dijo Marta. ¿Qué no se había dado cuenta? Ustedes los hombres no se dan cuenta nunca de nada… Pero no llore que todavía tenemos algo más de que hablar.

            Pereyra la miró con odio, pero también con temor.

            -Falta que arreglemos lo más importante… dijo el sujeto. Ah, pero antes quiero mostrarle algo…

Sacó una foto del bolsillo del pantalón.

-¿Ve a esa mujer, entrando a ese ranchito con techos de paja?, preguntó el sujeto. Es una foto de ahora, tal vez ya ni se acuerde de ella…

Y casi en una burla, agregó:

-Adivine quién es…

            Pereyra observó la foto, y no tardó en saber de quién se trataba. Podía reconocer a esa mujer aunque hubieran pasado ya tres años. En la foto se la veía de espaldas, estaba más delgada, tenía el pelo corto y de un color distinto a esa última vez, cuando la vio tomar una valija en cada mano y abandonar el departamento que compartían. En la foto, muy cerca al rancho de ladrillos aparecía la cola de un auto viejo. Pereyra prestó atención, no alcanzó a descifrar los números de la matrícula, pero sí pudo distinguir algo importante, la chapa era de Paraguay.

            - Sabemos quién es, y dónde está viviendo… dijo Marta.

            -Tranquilo que no le vamos a hacer nada, dijo el sujeto.

            Pereyra los miraba a los dos, intentando descifrar que tan real podía ser la amenaza. Pero el solo hecho de pensar que había involucrado a su mujer en todo esto le hacía sentir como si el Falcon incendiado que había descubierto a un costado de la galería ahora se le viniera encima para aplastarlo y quebrarle todos los huesos. Marta lo miró a los ojos, Pereyra supo que ella sabía de su miedo, esperó unos segundos más para que esa sensación de ahogo le tomara el pecho y se expandiera por los brazos y las piernas, y acercándose aún más a Pereyra, se inclinó hacia él, achinó los ojos en una especie de malvada sonrisa, y como si fuese un secreto, en la oreja le susurró:  

            -Eso de que no le vamos a hacer nada depende de vos, Pereyra… Siempre y cuando te portés bien y cumplas con este último trabajito…

 

            Luego dio media vuelta, caminó hasta la camioneta celeste y la puso en marcha. Entonces el sujeto de la foto se sentó en el borde de la cama, y con toda paciencia comenzó explicarle lo que esperaban de él.




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