Keila
La oficina estaba en completo silencio. Solo se oía el murmullo de los últimos empleados que quedaban en la galería, rondando para asegurarse que todo estuviera en orden antes de ir a casa.
Mire de nuevo la computadora, viendo la crítica a medio escribir en el documento. Estaba bloqueada, las palabras simplemente no salían y no era como si no tuviera mucho que decir sobre la película que Álvaro estrenó este fin de semana. Tenía muchas palabras guardadas en mi pecho pero ninguna de ellas eran malas.
Y ahí estaba uno de mis problemas. Era incapaz de hacerle una buena crítica a Álvaro Santos por dos razones; no podía dejarlo descubrir cuánto lo admiraba en secreto porque no quería ver su cara de soy el mejor, nadie se compara conmigo y gracias por agrandar mi ego otra vez. Y porque estaba casada con él. No quería que mis allegados pensaran que solo alababa su película porque un maldito anillo nos unía.
Antes del matrimonio podría haberlo hecho. Escribir sobre lo fantástico que había sido la fotografía, el guión y su dirección. Ahora no y era una estupidez, lo sé.
Quizás debía irme a casa y descansar. Dejar atrás todo el estrés con el que estaba cargando y simplemente relajarme. Pero tampoco quería ver al hombre que seguro me estaba esperando, preparando la cena para los dos. Una cena que sería tensa porque ninguno podía relajarse lo suficiente al alrededor del otro. A menos que hubiera un coqueteo de por medio.
Maldigo la hora en la que dije acepto en el altar.
Con sus ojos verdes mirándome fijamente a los míos, y sus labios devorando mi boca cuando el sacerdote le dijo que podía besarme. El cómo me tomo de la cintura para luego murmurar un suave:
«—Otro sueño cumplido. »
Cerrando la computadora dejé atrás ese día. No porque hubiera sido horrible, para nada. Para haber sido algo arreglado, fue uno de los días más felices que pude haber vivido y pensé que así sería durante el resto del matrimonio. Esa ilusión me duró muy poco. Álvaro Santos, que no tenía nada de santo, se encargó de destruirla cuando dos semanas después de nuestra boda me dejó sola en nuestro ático para irse durante meses.
Maldecía el cómo había herido mi orgullo y mis sentimientos, esos tontos que habían regresado en el momento en el que supe que sería él con quién me casaría.
De mal humor ante los recuerdos, salí del edificio. Con las llaves en manos, abrí el vehículo, entrando para así comenzar mi retorno a casa.
El viaje fue tranquilo, y calme lo acelerado de mi corazón. Estaba siendo estúpida, llegaría a casa. Tomaría una buena copa de vino y me sentaría a escribir esa maldita crítica y si tenía que despellejar vivo a mi esposo en el intento, lo haría.
Sin saber cuánto dolor me causaría hacerlo. Odiaba a Álvaro con la misma intensidad con la que lo amaba.
Era lo suficientemente orgullosa como para permitir que él lo supiera. Que averiguara cuánto me encantaban sus besos, sus caricias y palabras candentes susurradas al oído antes de ir a la cama.
Un año y seis meses de casados, fingiendo aborrecer a mi esposo en privado cuando en público tenía que fingir, no mucho, amarlo con devoción.
Maldita prensa rosa que decidió tomar nuestra falsa historia romántica como la más tierna e insuperable del mundo, manteniéndonos en sus ojos constantemente.
«—¿Cómo fue que lograron mantener en secreto su relación? —la periodista me clavó el micrófono en el rostro y me vi obligada a retroceder, sintiendo como la mano en mi cintura me apretaba aún más a su lado.
—Soy un hombre al que le gustan las joyas y cuando encuentro una, me vuelvo codicioso —me miró y sentí mis mejillas enrojecer—, así que cuando la encontré, hice todo lo posible por tenerla solo para mi.
—Fue difícil esconderlo pero a ambos nos funcionó mejor así. Teniendo nuestra relación en secreto, nos permitió librarnos de la presión de las cámaras —agregué, recostando mi cabeza en su costado y su agarre se volvió más posesivo.
—Si, de esa forma pude conocer a Keila más a fondo —sonrió con arrogancia hacia la periodista. Desgraciado.
—Tenía entendido que ya se conocían de más jóvenes, ¿O no es así?
Álvaro abrió la boca para responder pero me adelante.
—Nuestras familias son cercanas, siempre nos hemos visto pero nunca había habido una interacción real.
Él siguió hablando, a pesar de que yo no quería compartir muchos detalles de nuestro escaso pasado.
—Hace tres años que nos reencontramos. Recuerdo verla en esa fiesta, con ese vestido blanco largo, entallado al cuerpo, el cabello castaño bien sujeto en su peinado, dejando su cuello expuesto y adornado por el collar de perlas —hizo una pausa y sus ojos se clavaron en los míos para así poder crear una fuerte conexión visual entre los dos—. Lo que me robó el aliento, ahora y en ese entonces, fueron esos iris grisáceos que se clavaron en mi para nunca dejarme ir.
La periodista soltó un suspiro, embobada con la farsa y yo me mordí el labio inferior para contener mi propio aliento.
—Que romántico —sonrió complacida.»