Keila
Los días habían pasado desde aquel bonito regalo que Álvaro me había dado. Rompiendo mis muros un poco, los cuales tuve que reforzar nuevamente. Cuando desperté a la mañana siguiente, no recordaba mucho de lo sucedido, solo el rostro de mi esposo demasiado cerca del mío en algún momento de la noche. Si habíamos charlado de algo, no lo recordaba, solo el verde de sus ojos y en lo que creía que transmitían.
Vulnerabilidad.
Pero eso no podía ser porque él era fuerte, un témpano de hielo cuando quería y para nada vulnerable, cosa que sorprendía cuando mirabas alguna de sus películas. Las emociones, las tragedias, el instrumental y todo lo que lograba crear era tan mágico y sentimental que no encajaba con la imagen del hombre que era.
Jugueteo con la piedra pequeña de mi collar, tratando de averiguar qué es lo que realmente está planeando. Llevamos ya bastante tiempo juntos pero Álvaro solo se había comportado de esa manera conmigo cuando recién estábamos comenzando. Si, sin duda que algo estaba tramando.
Estaba pérdida en mis pensamientos, tratando de encontrar las dobles intenciones tras las acciones sospechosas que Álvaro había estado teniendo que no me percate que la mesera dejaba nuestro pedido en la mesa.
Frente mío, Kris me miraba como si estuviera analizando a uno de sus estudiantes. Tenía las cejas gruesas y oscuras fruncidas, y golpeaba con la punta de su lápiz una de las hojas de su cuaderno.
Está vez, en otra de nuestras reuniones semanales, habíamos quedado en vernos en una cafetería que quedaba cerca de la universidad donde él trabajaba.
—¿Vas a decirme que te atormenta o tengo que ponerme en modo hermano mayor sobreprotector para lograr sacarte algo? —cuestiona y suelto un suspiro.
—No es nada.
—No vengas con tonterías, Ky. Te conozco y algo te molesta.
Me recuesto en mi silla bajo su atenta mirada, ignorando la magdalena delante mío.
—Es algo sobre Álvaro —digo en un murmullo, tomando el bocadillo de chocolate para darle un mordisco, llenando mi boca y tratando de pasar el nudo que se me había formado en la garganta.
—¿Por qué no me sorprende? —dijo con una risita, tomando un sorbo de su café—. Sabes, he llegado a la conclusión de que ambos son unos idiotas con serios problemas de comunicación.
Me crucé de brazos, molesta por su comentario, aunque en el fondo intuía que tenía razón.
—Nosotros no tenemos problemas de comunicación porque esa comunicación que tú mencionas, no existe.
—Cosa que tendrían que solucionar, de esa manera se ahorrarían varios problemas —lleva el lápiz a sus labios, golpeando suavemente con este—. Deberían acudir a terapia de pareja.
—No somos una pareja.
—Podrían serlo. Te tiene loca por mucho que trates de esconderlo. Mi cuñado aparece en escena y tú babeas como canilla abierta.
—¡Dios mío, Kris! No se puede tener una conversación sería contigo.
—No, es que a ti no te gusta que te digan las verdades a la cara —acusa, esta vez dejando atrás el tono bromista para adquirir uno más serio—. ¿Por qué no le das una oportunidad al hombre?
—Porque no pienso poner en juego mi corazón nuevamente.
—Ya ha pasado un año de eso, déjalo atrás, Keila.
—¡Él se fue, Kris! —levante un poco más la voz de lo necesario, llamando la atención de las mesas más cercanas. Carraspeo y bajó la cabeza, para hablarle más de cerca, con la vista fija en sus ojos grises—. Se fue sin decirme, durante meses apenas supe cosas de él porque su madre tuvo la decencia de contarme migajas de lo que estaba pasando. Álvaro nunca fue capaz de llamarme durante esos meses y luego volvió como si nada. ¿Y tú quieres que lo olvidé como si fuese una simple pelea sin importancia?
Su semblante decayó, y mis labios temblaban mientras los apretaba en una línea recta, tratando de controlar el torrente de emociones que me recorría. No importaba cuánto tratase de negar lo mucho que me había afectado la situación, era imposible no saltar a la defensiva, como un cobra que se sentía amenazada ante la mínima mención de Álvaro o de aquel suceso.
—Lo siento, Ky. No debí decirte que lo olvidarás pero mantengo que es algo que deberían charlar. Comunicarlo y darle un cierre. Escucha a tu sabio hermano mayor por una vez en tu vida —trato de aligerar el ambiente y su mano tomó la mía sobre la mesa, dándome un suave apretón.
Dude. Meneando la cabeza de un lado a otro, sintiendo la presión de su mirada. Tragando saliva, cedí, sin estar segura del todo de que fuera buena idea.
—Está bien, quizás tengas razón —trate de sonar más relajada pero pareció ser más un mascullo resignado.
—De igual forma, eso no era lo que realmente estabas pensando.
Él inclinó la cabeza con curiosidad y yo maldije silenciosamente, sabiendo lo bien que me conocía y que el desvío de la conversación a un enfrentamiento indirecto no habían sido lo suficientemente eficaces para distraerlo de su pregunta original.
—Es que Álvaro se está comportando extraño.
—Aja.