Álvaro
Mantuve la vista en la foto. Recordaba ese día como uno de los mejores. Porque a pesar de que mi idea no era casarme cuando asistí a la boda, verla caminando hacia mi, en su vestido blanco y su rostro angelical, supe que había ganado la lotería. Solo lo confirme aún más cuando al fin nos besamos y el fotógrafo capturó el momento exacto en el que le entraba por completo mi corazón.
Se veía exquisita, como una joya. Recuerdo quedarme embelesado con ella por horas, incapaz de apartar la mirada de su rostro durante toda la fiesta.
Cuando volvimos a la realidad y a la agitación de Ciones, lo que se le contó a los medios fue una mentira para lograr encubrir la verdad de nuestro matrimonio.
La había querido en secreto durante años, viéndola desde lejos como alguien inalcanzable y de repente la tenía a mi lado, sonriendo como si yo fuese su mundo entero.
Hasta que esa sonrisa se apagó.
Pase frustrado una mano revolviendo mi cabello castaño.
Los días habían pasado, casi una semana desde la discusión y ninguno había dado el brazo a torcer. Ella no quería verme, me evitaba luego de que le confesará la verdad.
¿Pero qué podía hacer? No iba a negarme al llamado de mi mellizo, semanas después de haber desaparecido, no solo de la boda sino de todo. Mamá había estado desesperada durante todo ese tiempo, intuyendo lo que podría estar pasando mientras que mi padre había ignorado por completo lo que sucedía.
Cuando recibí su llamada en mitad de la noche, tenía a Keila dormida en mis brazos. Era paz y felicidad lo que me llenaba y esas emociones tan maravillosas fueron opacadas por la preocupación que sentí cuando lo escuché hablar.
Estaba mal. Realmente estaba mal y no había confiado en nadie más que en mi para pedir ayuda.
Papá no le daría de nuevo la mano, le quitaría todo por lo que había trabajado si se enteraba. Mamá tampoco podía hacer mucho sin que él se entere. Solo quedaba yo.
«—Álvaro —su voz sonó temblorosa, rasposa y supe de inmediato lo que significaba.
Con cuidado me aparté de Keila, dejando su cabeza apoyada en una de las almohadas, con miedo de que se despertará me fui apartando de su calidez.
Tomé el celular y lo llevé a mi oreja mientras salía de la habitación silenciosamente sin dejar de verla, solo aparte la mirada cuando con cuidado cerré la puerta.
—¿Estás ahí? —pregunto.
—Aquí estoy —susurré y escuché un suspiro de alivio del otro lado de la línea.
—Te necesito.
—¿Dónde demonios estás? —gruñi— llevamos tiempo sin saber de ti, todos estamos preocupados, ¿Que carajos te pasa por la cabeza al desaparecer así?
—Me equivoque, metí la pata.
—Eso ya lo sé —mascullé.
—Te necesito, Álvaro —repitió y esta vez me detuve a mitad del pasillo, sin mirar a ningún punto en específico y la mandíbula tensa—. Papá no puede saber de esto, me matará.
—Pensé que ya habías aprendido la lección, Fer, en serio pensé que casi morirte antes te había enseñado algo.
—Lo siento.
—¿Dónde estás?
—En la cabaña.
—Cerca del centro de rehabilitación —complete y apreté el puente de mí nariz con frustración.
—Si —cedió con tono derrotado
—Voy para allá.
—Gracias —lo escuché decir antes de colgar.
Maldita sea…»
Dejé caer mi cuerpo en el respaldo del auto cuando por fin la vi aparecer. Llevaba días sin ver su bonita figura. Su cadera estrecha que solía encantar tener entre las manos, su cabello que apenas pasaba los hombros suelto moviéndose con cada uno de sus movimientos. Se veía molesta, no sabía porque pero no quería ser la persona con la que aprecia discutir en el teléfono.
Desde aquí podía ver el veneno salir de su dulce boca. Toda una víbora.
Suspiré nuevamente, sin querés salir del auto todavía y encontrarla, enfrentarla después de días en los que ella apenas me ha mirado, ignorado. Aún sigo sin comprender porque se fue de esa manera la otra noche. Se que las cosas entre nosotros no están del todo bien, nunca lo han estado y no tengo la menor idea de cómo arreglarlo.
Solo quisiera retroceder el tiempo y volver al comienzo. Daría toda mi fortuna por vivir esa época nuevamente.
Decidí subir el volumen de la radio, tratando de que los minutos pasasen antes de entrar a casa también.
Moría por besarla, por muy molesto que aún estuviese. Quería probar su boca nuevamente, sentirla suspirar y derretirse contra mi cuerpo. La deseaba, la quería y adoraba aunque mi orgullo hiriera.
En mi bolsillo sentí mi celular vibrar con una llamada entrante. No me detuve a ver quién era y atendí.
La voz alegre de mi madre se escuchó del otro lado, en el fondo pude percibir la voz de Fernando que también se escuchaba alegre.